Destacado exponente del Duocento- donde el rigor teológico se mezclaba con la dulzura del Stil novo-, Dante anticipó mucho de la posterior cultura europea. Las características particulares de la cultura del Duocento: desde una honda aspiración a la fe más pura, hasta la búsqueda de un riguroso marco de reflexión teológica-filosófica; desde una detenida contemplación de lo bello, hasta una activa y apasionada participación en los asuntos políticos, se concilian sublimadas en la personalidad de Dante Alighieri (1265-1321).
Dante fue un exponente del más rotundo y consolidado Duocento, y esto se hace patente en la profundización que hace de la psicología del Dolce stil novo; en su vasto conocimiento de todas las áreas del saber de su tiempo; en su deseo de percibir a Dios de una manera honda, a través de los esquemas teológicos del tomismo; en su actuar decidido en las disputas políticas, tomando posición en ellas, sin titubeo alguno; y en su intensa participación en las variadas manifestaciones de la música y las artes de sus contemporáneos, siempre dentro de un ambiente aristocrático y burgués.
Intelectual de transición
Pero, así también, Dante puede ser considerado un hombre del Trecento, por exhibir una perspectiva más moderna del gusto, por tener un afán de estudio de los clásicos más pronunciado que sus contemporáneos, y por exponer una concepción menos limitada de la vida moral. Tanto el Duocento como el Trecento se vinculan en su obra, en un planteamiento monumental dentro de la cultura europea, merced a una admirable conciliación artística y espiritual.
Genialidad diversa
La figura de Dante, ya desde su propio tiempo, entrañaba tanta relevancia, que no podrían comprenderse las dificultades de la Italia de esos años y el rotundo impulso del arte de Europa- derivado de una radical transformación de la cultura-, sin referirse a este poeta florentino. Y Dante se distingue de los demás artistas y literatos de su tiempo, por sus mayores capacidades poéticas; su original inspiración; su mundo interior vasto y plural, fortalecido por una intensa fe y una enorme ansia de gloria, hasta el punto de considerarse como el profeta de una nueva era; y la enormidad de su campo de acción en las letras, desde la lengua utilizada en los versos, hasta las técnicas de versificación manejadas, desde su utilización de temas y figuras de la antigüedad clásica, hasta sus afanes no concretados de concebir algo nuevo y revolucionario, acorde a esa nueva humanidad que auguraba.
Deseo de trascendencia
La perspectiva cultural y filosófica del Duocento lo alimentaron de un ardoroso deseo de trascendencia y su entera obra magna, la Divina Comedia, se proyecta como una larga peregrinación hacia Dios. Sin embargo, el humanismo que lo define, le conducen infatigablemente a indagar por la existencia, a examinar la vida cotidiana, y a efectuar una representación de la realidad.
El deseo por una monarquía universal no agota en Dante el tierno apego por su patria, por esa Florencia que un día le cerró sus puertas por siempre jamás, y también por las ciudades que le dieron amable hospitalidad a lo largo de su exilio. El místico entusiasmo de Dante se combina a la perfección con la tortuosa añoranza por el pasado y el reflexivo análisis del presente. Al final, lo aciago de sus últimos años, no ofuscó en nada la sutil dulzura de su perspectiva vital de la juventud.
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