lunes, 16 de junio de 2014

El huevo cósmico de los mitos chinos

La cosmogonía es el conjunto de discursos míticos y científicos que abordan el tema del origen del universo. En este sentido, es ejemplar la tradición cosmológica china, ya que incluye una serie de relatos y narraciones que, por causa de su milenaria antigüedad, poseen una gran carga intuitiva, un resabio de percepciones primigenias que aún conmueven por la natural profundidad, libre de todo prejuicio, que manifiestan en su planteamiento.



El mito del huevo primordial

Aunque existen muchas versiones de este conocido mito, en general todas ellas concuerdan en que antes del tiempo, existía solamente un caos inextricable, un cierto tipo de ámbito no definido- precisamente, el huevo cósmico- en donde permanecía un extraño ser superior, de nombre P’an-Ku, quien, al decidir su propio sacrificio, es decir, romper el cascarón del huevo cósmico y emerger, falleció. De sus restos se generó el universo que habitamos.

La primera referencia acerca de este relato inmemorial, puede hallarse en el célebre libro de Xu Zheng, en el periodo de los Tres Reinos, en el periodo de 200 al 265 d.C. (La idea de que la realidad que habitamos no sea sino un dilatado sueño de P’an-Ku, es demasiado peligrosa, pero no tanto como la interrogante acerca de qué sucedería- más que sólo realmente- si despertara ).

El cuerpo del mundo

Incluso en numerosos registros se repite la frase “Desde que P’an-Ku creó el cielo y la tierra”, lo que nos habla acerca del gran arraigamiento que ha tenido este mito en el imaginario cultural chino, y de qué manera ha influido en el posterior desarrollo de su civilización. El mito detalla como la morada de P’an-Ku consistía en un gigantesco huevo negro, y allí permaneció esta criatura divina durante largo tiempo, hasta que se decidió a escapar, luego de 10,000 años, rompiendo el cascarón con su hacha.

De la clara de este huevo colosal, se forjó el firmamento celeste; de la sustancia grumosa y densa del mismo se hizo la tierra. P’an-Ku permaneció entre estos dos elementos, al momento que iban creciendo, así que luego de eras, P’an-Ku se desempeñaba como una especie de soporte entre los dos espacios, haciendo que permaneciesen separados y únicos.

Sin embargo, el mito nos refiere como, al cabo de un tiempo, P’an-Ku por fin murió, y las diversas partes de su cuerpo devinieron en los elementos de la naturaleza que todos conocemos. (Atlas, el titán que sostiene al mundo en sus espaldas, se agita: P’an-Ku sonríe, el espejo se estremece)

Así que, el ser divino P'an-Ku, surgió del huevo primordial de caos, en el que se concentraba toda la intención del ser: así surgió el mundo. Ahondemos un poco acerca de la manera en la que esta narración expone todo el talante contradictorio del alma del pueblo chino.

La donación de vida de P’an-Ku

Cuando el primer ser, P’an-Ku, escapo del huevo cósmico, de acuerdo a ciertas narraciones míticas chinas, al soportar sobre sí la separación entre cielo y tierra, murió. Entonces, cada parte de su cuerpo sirvió para dar lugar a las distintas manifestaciones del cosmos: de su aliento surgieron, el viento y las nubes; su voz se transformó en el estruendoso trueno; de un ojo suyo surgió el sol, y del otro la luna. Sus miembros se hicieron montañas, cinco en total; de la sangre de P’an-Ku brotaron los mares y ríos. Sus venas se convirtieron en las veredas que recorren hoy en día los viajeros y caminantes.

Las estrellas iridiscentes del firmamento brotaron de su cabellera lustrosa, y los árboles y flores germinaron del vello de su piel. Finalmente el sudor final de P’an-Ku dio lugar a la lluvia, y al rocío que perla los jardines de loto en el alba. (De tal modo que, en cierto sentido, todos somos parte de la donación del ser primero al universo. Y nosotros hacemos lo mismo a partir de la existencia: cada flor, ciertamente, nos sonríe agradecida, cuando la contemplamos: nos deben ser captadas. Por eso son tan bellas).

Lágrimas del dios: nace lo humano

Otras versiones del mito del huevo cósmico chino, mencionan que, de las lágrimas de P’an-Ku, brotó el agua del planeta y que, del brillo de su mirada, apareció el relámpago. Pero esta referencia apunta a una cierta continuidad de vida, en la realidad material del espíritu de P’an-Ku, ya que, en los primeros días del mundo, cuando P’an-Ku se sentía feliz, la luz del sol era más radiante, y cuando se llenaba de melancolía o enfado, oscuros nubarrones saturaban los cielos.

Al final y humildemente, de los piojos y las pulgas que agobiaban a P’an-Ku, brotaron los seres humanos. (Sin embargo, esta procedencia indigna no debe engañar a nadie: el primer ser, P’an-Ku, se define por un sacrificio permanente, una ofrenda de sí, a favor de la generalidad de las cosas. En el caso del ser humano, su fuente, los parásitos, simbolizan una necesidad de tomar vida a pesar de todas las adversidades: ser a costa de lo que sea. En el tesón por la construcción social de lo instituido, y la voluntad por existir por encima de todo, son parte integral del talante del espíritu chino, desde siempre).

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