Las visiones y fantasías de Frida Kahlo (1907-1954) colman
esta pintura, Lo que el agua me ha dado (1938) que trata acerca de un
momento de ensoñación acaecida al momento de tomar un baño de tina. En esta
vivencia, aspectos capitales del existir como el dolor, el sexo y la conciencia
de finitud, asumen la forma de pequeños símbolos que pululan en el agua. Tal y
como sucede en otras de sus composiciones, esta obra se presenta como una
suerte de autorretrato, en el cual, las piernas de la autora se muestran desde
la perspectiva de la propia Frida en la bañera. Incluso se observa que el dedo
de un pie, presenta una malformación: tiene una rajadura. Parece ser una
referencia directa- leitmotiv permanente en su producción- acerca del
accidente vehicular que sufrió a los quince años y que le marcó la vida
irremisiblemente.
Sublimando el dolor
Lo que el agua me ha dado está reconocida por el
público y la crítica especializada como la obra más surrealista de Kahlo. Del
mismo modo se trata, sin duda, de la más compleja, puesto que el lienzo rebosa
de detalles caóticos e intrigantes. Cabe mencionar que Kahlo tuvo relaciones
con el intelectual ruso León Trotsky y, posteriormente, estuvo casada con el pintor
Diego Rivera. Su vida en pareja fue muy inestable, pero en lo artístico, la
influencia de Rivera en las obras de Kahlo sí se hace patente, hasta cierto
punto. Kahlo es la pintora mexicana más importante y además, su figura se ha
transformado en un objeto de culto, principalmente porque, desde la mitad de la
década de 1940, sufrió trastornos y dolores en la columna vertebral, al grado
de tener que utilizar arneses especiales, o bien, estar postrada en cama
durante largos periodos. Sin embargo, aun con ello, continuó pintando hasta el
fin de sus días.
Espejo revelador
Una pauta para comprender el sentido de esta obra es
relacionándola con los símbolos del espejo y de la purificación. El agua de la
bañera- de acuerdo a como se muestra en la pintura- produce un efecto
especular. Esto se hace evidente en la extraña formación que configuran los
dedos de los pies de la bañista, fundidos con su reflejo. Desde el punto de
vista de la propia Frida, lo que el reflejo le devuelve al contemplarse
en el agua de la tina no es su rostro, ni su mirar, sino esa miríada de
vivencias, recuerdos y alucinaciones. No hay que dejar de lado la referencia
del espejo- de acuerdo a las tradiciones culturales más diversas- como
referente simbólico del autoconocimiento y la revelación de la
verdad, pero también de la creación y la inteligencia divina. Por lo tanto, lo
que el agua le ha dejado a Frida es una visión profunda de su propio ser, al
límite mismo del existir. Una vivencia mística- con intención purificadora, catártica,
con ansias de renovación (agua bautismal)- en el límite de lo expresivo y
lo racional, justo donde su atormentada personalidad la condujo, como una
sublimación del dolor en arte.
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