La soledad que se vive en las grandes ciudades es el tema principal de "Noctámbulos", obra maestra de Edward Hopper. El título original de la obra más famosa de Edward Hopper (1882-1967), realizada en 1942, es "Nighthawks" (Halcones de la noche) y posiblemente resulte el más expresivo. La pintura se encuentra en el Art Institute de Chicago. La soledad que se vive en las grandes ciudades es el tema principal de "Noctámbulos", obra maestra de este respetado pintor estadounidense.
El mismo Hopper describió alguna vez lo que le motivó a crearla: mientras transitaba por el cruce de dos calles, advirtió un restaurante en Greenwich Avenue. Al representar lo evocado en el lienzo, Hopper simplificó en gran medida la escena y aumentado las dimensiones del restaurante. El pintor reconoce que quizá su inconsciente haya percibido en la vivencia plasmada la soledad que se experimenta en una gran ciudad.
De acuerdo al modo en el que Hopper maneja las luces y sombras en "Noctámbulos", se advierte la influencia del cine de ese tiempo y además, la atmósfera que se describe en las novelas del escritor Ernest Hemingway. Por otra parte, Hopper tiende a captar una escena por separado y presentarla muy a su estilo ante los espectadores. A quienes contemplan sus obras corresponde tejer una trama narrativa en torno a la sugestiva visión que Hopper les presenta en ellas.
La presencia evasiva
En medio de los escaparates sombríos y las luces apagadas de los negocios que se ubican fuera del bar representado en "Noctámbulos", lo único que se puede percibir es la silueta de una cala registradora. Con este detalle, Hopper efectúa una sutil y devastadora crítica al sistema social tan típico de los estadounidenses; en medio del vacío urbano y existencial lo único inequívoco es la dependencia del dinero, su presencia inevitable.
Además, los oscuros ventanales causan un rotundo contraste con las sordas luces del bar, aumentando la atmósfera de nula comunicación e insalvable distanciamiento entre los personajes allí resguardados. Las criaturas de la noche de Hopper se protegen de la oscuridad sofocante en la luz de su propia ausencia. En este sentido, se advierte la influencia en Hopper de Giorgio de Chirico y su pintura metafísica.
El enigmático personaje sentado de espaldas al espectador, con el sombrero hundido en la cabeza y el talante meditabundo, parece meditar tortuosamente, mientas sostiene quizás, un vaso que sopesa sin tregua. Aunado a evocar al típico extranjero misterioso de las cintas de Hollywood, es factible interpretar a esta presencia como una figuración del propio Hopper y en cierto sentido a todo aquel que contempla esta obra: una presencia inasible, condenada a instaurar un momento en el tiempo, en una realidad sin razón de ser, contingente y totalmente prescindible.
Desencuentro eterno
La pareja que se presenta en el otro extremo del mostrador también evoca a estereotipos del cine estadounidense. Mientras ella contempla sus uñas con distracción, el hombre sostiene un cigarrillo, con la mirada perdida. En otro detalle genial por parte de Hopper, se advierte que los dedos de estos personajes casi se rozan, sin embargo, el autor hace evidente que este contacto que no se concreta nunca, y bien puede ser obra solamente del azar. El dependiente del bar parece ser el único personaje con cierta vitalidad, pero, de igual manera, ofrece la impresión de que procede de manera rutinaria y fría, sin exhibir ninguna verdadera intención de comunicarse con los demás, y así, consolida esta circunstancia de desencuentro eterno.
La acera ancha y vacía que bordea el bar, provoca un perturbador desequilibrio, puesto que por ella, los personajes parecen estar constreñidos hacia la derecha, justo hacia la luz despiadada del negocio. El vacío de esta acera acentúa la sensación de soledad extenuante que desprende la obra.
Por último, algo poco llamativo pero de capital importancia, es el detalle de las butacas redondas que hay en el bar, las cuales, esperan ser ocupadas por otros solitarios, con historias diferentes, secretos que se pierden en el silencio nocturno. Este es posiblemente el detalle más aciago de las escenas urbanas de Edward Hopper: la contingencia de las situaciones, la fugacidad de los contactos, los secretos que se ahogan sin poder ser expresados en ámbitos anónimos y repetitivos, en donde siempre alguien se percata- bajo una luz torturante e irónica- que nunca estuvo jamás.
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