La diosa Venus, con su rostro sublime, y ataviada con un
breve manto, se observa en un espejo. Detrás de ella hay una gran ventana a
través de la cual se contempla un lejano paisaje. Parecería evidente que el
autor de Venus frente al espejo (1515), Giovanni Bellini (1413-1516)-
uno de los más destacados artistas del quatrocentto- no tenía como propósito
elaborar un objeto para la devoción religiosa, no obstante la belleza serena de
esta Venus remite a diversas pinturas de la Virgen elaboradas por el mismo
Bellini. En última instancia, este delicado desnudo nos ofrece un paradigma secular
de la belleza femenina en el Renacimiento.
Maestro de maestros
Giovanni Bellini fue el integrante más célebre de una
familia de artistas y se distinguió por dar a conocer la- en ese entonces-
novedosa técnica de pintar al óleo. A los Bellini se les reconoce haber
convertido Venecia en un relevante foco del Renacimiento italiano. En sus
comienzos, Giovanni Bellini se vio grandemente influenciado por su cuñado, el
artista Andrea Mantegna. Sin embargo, mientras que las obras de este último se
caracterizan por su precisión y nitidez, las de Bellini sobresalen por su
imaginativa y romanticismo. Bellini fue maestro de un dinámico taller en donde
se formaron artistas de la talla de Giorgione y Ticiano.
Belleza que libera
Una posible propuesta de lectura de Venus ante el
espejo nos refiere a la belleza como vía de trascendencia o por lo menos
de una vivencia de pluralidad reveladora ante los límites fenoménicos del cosmos.
La clave de la obra es el espejo, cuyo fuerte simbolismo se ha hecho patente en
los discursos de diferentes culturas. En este caso y en una noción
rescatada por el pensador Giorgio Colli, ciertos textos de la tradición órfica
nos presentan a Dionisos, deidad griega, contemplándose en un espejo, y lo que
descubre allí, además, de sí mismo, es el mundo en él. Así entonces, en una
comparativa con esta referencia, la Venus de Bellini, al mirarse en el espejo
descubre el mundo que se ofrece a través de la ventana: colorido y vasto.
En Venus, en la máxima belleza, todos los fenómenos del mundo se colman- y
así cobra sentido el recipiente de cristal en el marco de la ventana-, todas
las cosas del mundo, en su pluralidad, se justifican en la trascendencia,
en esa unidad críptica y eterna, a la cual solo se puede intuir, existiendo;
comprender, a través del arte, y aspirar, en la contemplación de su inagotable
belleza.
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