La educación más
profunda, la significativa, no es solo la escolar. Por supuesto, esta última es
importante, puesto que disciplina al intelecto y lo habitúa a un medio de permanente
intercambio de ideas. Pero, no obstante, los grados académicos y los títulos,
no garantizan la realización espiritual de las nuevas generaciones. Aprender en
el sentido convencional, tiene más de aprehender, de violentar, que de captar
armónicamente la esencia de lo estudiado: escuchar la voz/verdad profunda de la
naturaleza y sus misterios. La diosa Atena, es quien que nos brindará una pauta,
en esta reflexión, para esbozar una pedagogía más valiosa- más sensible- para la vida cotidiana.
Su figura destaca del ominoso fondo de las divinidades
griegas, como la luz de la luna en los tenebrosos abismos de la nada sideral.
Sin embargo, la luna es Selene, intensa propiciadora del instinto sexual, y por
lo tanto, se encuentra más cercana a Afrodita, el amor. Por su parte, Atena se
vivencia más, en la mirada infinita de tinieblas del firmamento, cual si fuese
el ojo de una lechuza sempiterna, horadando la conciencia del ser, para dejarle
espacio a su sueño más caro, la finita existencia.
A excepción de Hera, la tierra, no existía diosa de tanta
importancia para los griegos como lo fue Atena. Los orígenes de su culto se
pierden en la niebla de los tiempos antiguos. Se le consideraba la patrona de
las ciudades y los pueblos, la conciencia racional de los dirigentes. Su
apariencia es un tanto ambigua, con cierto talante varonil, que no disminuye su
femenino encanto y no demerita su augusta imagen, sino muy al contrario, le
gana nobleza y soberanía.
Porque Atena, amén de amparar a los artistas y a los
artesanos, era una deidad combativa y guerrera. Suya era la protección de los
hogares, el cuidado de las aguas, el don de hacer justicia. Casta, pura y
transparente, Atena era un numen respetado y venerado de acuerdo a su relación
con los valores de la civilidad y la defensa de las sociedades. Desde esta
perspectiva, es interesante como se contrapone al temible Ares, el dios de la
guerra. Ambas deidades representan las dos caras de una misma moneda: Ares es
la violencia combativa, el espíritu marcial de toda contienda; Atena por su
parte, es la estrategia militar, la táctica inteligente que toma ciudades.
De acuerdo a la tradición mitológica, Atena nació de
la siguiente manera: el gran Zeus, el dios del rayo, el más poderoso, se prendo
de la titánida Metis, a tal grado, que la siguió por doquier, con el afán de su
pasión. Sin embargo, con el fin de escapar de los ardores de Zeus, mientras
emprendía su huida, Metis se transformaba en las más variadas criaturas.
Finalmente, Zeus pudo capturarla y unirse a ella. Con el paso del tiempo, Metis
dio a luz a una niña. El oráculo había advertido previamente a Zeus, que la
criatura nacida, justo después de esta niña, sería un varón, capaz de
arrebatarle el trono del Olimpo. Por lo consiguiente, para evitar este riesgo,
Zeus procedió con rotundidad y aprovechando que Metis dormía, tomo a la niña y
la devoró por completo. Sin embargo, no mucho después, intensos dolores de
cabeza atormentaron al temperamental dios. Desesperado por este mal, se acercó
al lago Tritonio y sumergió allí la cabeza. Entonces, para curarle de una vez,
Hefesto, dios del fuego y la fragua, tomo medidas drásticas y le partió en dos
el cráneo a Zeus, con su hacha. En ese instante, surgió de su herida la
luminosa Atena.
Diversas invenciones son las que se le deben a Atena, deidad
industriosa y fomentadora de belleza, espiritualidad, trabajo y educación. Por
ejemplo, son suyos, el yugo, la flauta, la navegación por barco, el arado, el
clarín de guerra, las matemáticas, el telar, y varios utensilios más. Numerosos
seres divinos y osados semidioses, intentaron desposar a la hermosa Atena, sin
embargo, despechó a todos ellos, para preservar su inmaculada esencia. Siempre
resguardó ese valor, aun en contra de cualquier presión. Como cuando evadió
dignamente las ansias de Hefesto.
Así también, la diosa destaca por su talante magnánimo: es
famosa la anécdota con respecto a Tiresias, el adivino, que, al descubrir en
una ocasión a Atena, tomando un baño en una fuente, ella le colocó las manos en
el rostro. Como consecuencia de ello, Tiresias perdió la vista, pero obtuvo el
valioso don de la profecía. Pero, como todos los seres primordiales, a veces
mostraba un temperamento fuerte y vengativo. De allí que, en otro célebre
relato mitológico, al ser retada por la princesa lidia Aracne, considerada
inigualable en el arte del tejido, Atena molesta, le transformó en una araña,
condenándole así, a hilar telarañas para toda la eternidad.
Desde un punto de vista ético, lo que destaca de la imagen
de Atena es su voluntad de pureza. No es fácil en nuestros días conceptualizar
hasta qué punto es relevante perdurar en el ser propio, defendiéndolo de
cualquier tipo de influencia, por parte de otras personas o instituciones. Es
sencillo de percibir, que la castidad de Atena, apunta a algo más que una
simple característica física, e incluso moral. Pensar en la inmaculada
condición de esta diosa, es permitirnos la oportunidad de presentir que hay
ciertos elementos de la realidad que se ubican fuera de ella, y que la
fundamentan. Por supuesto, toda metafísica resulta contradictoria: una negación
a la forma habitual en que percibimos el mundo y a nosotros en él. Pero,
precisamente, ese es el valor máximo de Atena, esa trasgresión ilimitada al
devenir causal de la mundanidad. Y subrayamos “valor”, porque resulta que, es a
la ética, donde desemboca el mensaje de la noble diosa, protectora de la inteligencia
y de las artes. Actuar racionalmente en la vida, sin importar lo apremiante o
angustioso de las circunstancias, es parte de lo que esta deidad puede
enseñarnos. Es una decisión eminentemente moral, una elección valorativa. No
hay fundamento alguno para ello: supera toda lógica o cualquier otra
justificación similar.
La pureza de Atena alude a un espacio precioso, hermético y
perenne, que no es de este mundo, pero que inspira a todas las formas de lo
existente. Nada puede decirse de tal ámbito, al igual que no se puede, no se
debe, mirar a la diosa en su intimidad: solo cabe aludir ese lugar
irreductible, percibirlo con los sentidos del alma y comunicar su experiencia
con discursos propios del augurio, como Tiresias; o también del arte, de la
ciencia, o de la dominación material de la naturaleza, en aras de un bienestar
común.
Si Atena pudo darle nombre a la ciudad de la filosofía, es decir,
Atenas, la cuna de la cultura occidental, y por lo tanto, de todos sus ideales;
con mayor razón, bien puede constituirse como un motivo de inspiración para
nuestro ser personal, a fin de orientarlo de acuerdo a aquellos valores que
cimentan todas las demás facetas de nuestra individualidad, de cara a lo
social.
Un ejemplo patente de la influencia de Atena en la cultura,
la tenemos en su simbolización posterior, que acaso inconscientemente realizó Miguel
de Cervantes, en su más famosa obra. En ella, es famosa la veneración que Don
Quijote guardaba hacia su dama de pensamientos, la princesa Dulcinea del Toboso,
aun cuando las demás personas le negaran todos los atributos que el caballero
de la triste figura, veía en ella- incluso sin haberla nunca contemplado-, con
la sola fuerza de su corazón.
De igual manera, las composiciones pictóricas del
holandés Piet Mondrian, desarrollan un acercamiento a la pureza de las formas
geométricas, a la belleza de su simplicidad, y a la transparente perfección de
su simple estar. Así, de esa misma manera, es la esencia de Atena: el triunfo
de la racionalidad, producto de una toma de conciencia de las sombras, acerca
de su propia luz.
Por lo tanto, no cabe el escepticismo en la búsqueda de una
conducta ética sólida y armada de templanza. Hay razones irreductibles por las
que vale la pena actuar razonablemente, con nobleza y piedad, tolerancia y
comprensión. No porque algo nos encause a ello, o nos predetermine a proceder
de cierta manera; sino porque existen formas de realidad, intuibles
principalmente, que nos movilizan a tratar de alcanzarlas, aun cuando eso
supere toda lógica o viabilidad fáctica de lograrlo.
Uno de los símbolos más famosos de Atena es la lechuza,
animal insomne, grave y meditabundo. Estas características aluden a las
cualidades de lucidez, profundidad, y perspicacia que ostenta esa diosa
admirable y que debemos emular en todo momento.
Pero además, vale la pena
quedarnos con lo siguiente: la lechuza de Atena es un ave capaz de volar, y
desplazarse libremente, explorando las tinieblas, gestando al mundo con la pura
fuerza de su luz interior.
Enlaces relacionados con este post:
Atena y Hermes, el secreto del buen vivir
Héctor, los límites de lo humano
Minerva, sus atributos y representaciones
Creo que tengo mucho que aprender de Atenea. Sinceramente actuar racionalmente sin importar lo angustioso o apremiante de las circunstancias es algo que en ocasiones me falla; no porque no trate de ejercitarlo, sino por que cuesta un gran nivel de auto control. Muy buena publicación. Un abrazo
ResponderEliminarHola Lumy. Muchas gracias por leer mi blog :) Pienso que aún siendo difícil actuar de acuerdo a la razón, eso es lo mejor que podemos hacer en circunstancias de presión, incluso por motivos morales.
EliminarComparto por completo tu vivencia: se dice muy fácil, pero cuando uno se altera, es casi imposible detenerse. Aún así, creo que por el apego a nuestros seres queridos o los ideales más elevados que tengamos- bien representados por la noble diosa Atenea-, vale la pena hacerlo, y dejar la violencia a un lado.
Un abrazo cordial, Lumy