En el año 1913, Giorgio De Chirico (1884-1978) pintó seis
obras dedicadas a la estatua de Ariadna. La más interesante de estas obras es
la que lleva por título, La estatua silenciosa (Ariadna). El artista
italiano conocía la famosa estatua helenista por las reproducciones de ella que
se conservan Florencia y el Vaticano. Ariadna, en la pintura comentada, aparece
inmersa en un agitado sueño, tal vez colmado de pesadillas. Cabe recordar que
de acuerdo a los mitos griegos, Ariadna, mientras dormía, fue abandonada por su
esposo, el héroe Teseo.
Poesía, mito y pintura
De Chirico ha colocado a la estatua de Ariadna, en el
espacio de esta obra, en una perspectiva diagonal. En ninguna otra de sus
composiciones se ha acercado tanto al protagonista del cuadro. De Chirico
ponderó tanto en ese detalle, que hasta la figura aparece recortada. La faz de
la estatua silenciosa, marcada por sus sueños, se perfila como el motivo
principal de la composición. En un texto dedicado a esta pintura, redactado por
el propio Giorgio De Chirico y titulado “El deseo de la estatua”, el artista
italiano comenta: “Ama su extraña alma. Conquista. El Sol se mantiene en
alto, en medio del cielo. Y, con una dicha suprema, la estatua sumerge el alma
en la contemplación de su sombra”.
Un ambiente onírico
La estatua de Ariadna aparece en una plaza vacía, justo
enfrente de una edificación con siniestras arcadas y una extraña torre con
banderas ondeantes. En el texto mencionado, De Chirico agrega: “La arcada
romana es el destino. Su voz habla en enigmas, colmados de una extraña poesía
romana”. En lo más profundo del espacio representado en La estatua
silenciosa se muestra un mar negro y ominoso. De Chirico dota a sus
objetos de un singular volumen, cuya rara proyección los torna equívocos y casi
imperceptibles.
El secreto triunfo de la soñadora solitaria
Para pensar la intención críptica de Giorgio De Chirico
en La estatua silenciosa, cabe evocar de nueva cuenta a la Ariadna
mitológica. Ella ayudó por amor a Teseo a escapar del Laberinto de Creta. Le
proporcionó el cordel dorado con el cual el héroe salió de la trampa
gigantesca, tras haber vencido al Minotauro. Sin embargo, por una aciaga
ironía, es factible imaginar que Ariadna quedó presa de su propio dédalo, al
verse extraviada en la nostalgia, en su abandono infinito. En esta obra, tal
vez De Chirico busco expresar la amarga vivencia de Ariadna, exteriorizando
su laberinto interior. El deseo de la estatua silenciosa es escapar de su
propia esencia, consumiéndose, dichosa, en las sombras de su propia soledad.
La sombría arcada- figuración de la nada- que se abre
ante la estatua silenciosa, es su máxima conquista: una poesía de enigmas,
un mar negro, una torre vacía, un instante sin tiempo, una presencia soñando su
desolada eternidad.
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Me encanta el cuadro (como todo De Chirico) y la interpretación tan bella que le haces.
ResponderEliminarUn saludo :)
Muy amable Enrique, valoro enormemente tus comentarios. Mil gracias de verdad!!
EliminarCoincido con lo dicho por Enrique en el comentario anterior.
ResponderEliminarMuy buena elección y muy buena narrativa.
Saludos.
Mirta, agredzco mucho tu visita a ni espacio y tus amables palabras. Es un gusto!! Gracias de nuevo.
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