André Masson (1896-1987) fue uno de los artistas más
admirables del siglo XX. Polifacético creativo francés, Masson fue pintor,
grabador, escultor, diseñador escénico y literato. No obstante, de lo más
espectacular en la trayectoria de Masson es su paso por el Movimiento
Surrealista, fundado por André Breton.
Masson fue herido durante la Primera Guerra Mundial y debido
a ello sufrió graves secuelas emocionales. Su talante pesimista exhibía un
profundo interés sobre lo humano: sobre sus raíces y su posible destino.
Además, la obra entera de Masson está inspirada en una perspectiva holística
acerca de la realidad, más allá de la pluralidad de sus fenómenos. Justamente
al desarrollo comprensivo/estético de esta oscura intuición, este pintor dedicó
la mayor parte de sus esfuerzos creativos.
Desarrollo estético
A inicios de la década de los veinte, Masson se interesó por
el cubismo, pero en cuanto Breton lanzó el Manifiesto Surrealista, en
1924, Masson se adhirió a este movimiento con ardoroso entusiasmo. Muchas obras
maestras por parte de Masson surgieron gracias a este vínculo. Sin embargo,
Masson dejó al Movimiento Surrealista en 1929 ante el talante impositivo de
Breton. A la postre Masson vivió en España, Estados Unidos y posteriormente
retornó a Francia, instalándose en Aix-en-Provence, en donde se abocó a una
pintura de paisajes, de tanta finura y sentimiento, que se le ha comparado con
la que se cultivó en la China Antigua.
La obra "Los caballos muertos", pertenece al periodo de
intensa búsqueda interior, a través de claves surrealistas, por parte de
Masson. Su obra en esta etapa puede definirse como un surrealismo expresivo y
espontáneo, el cual, en numerosas ocasiones exploró la práctica de los dibujos
automáticos, efectos del azar y la inclusión de arena en sus pinturas.
Precisamente este es el caso de “Los caballos muertos”.
El llamado de la forma
Acerca de esta obra, el poeta Bernard Noël comentó alguna
vez que en ella no se perciben ni fantasmas, ni cosas fantásticas, sino, por el
contrario, derivaciones de una acción física: el esparcir arena en la tela. De
acuerdo a Noël, en "Los caballos muertos", la contemplación del espectador
se renueva en cada instante, distinguiendo en cada variante de la superficie de
la tela, el llamado de la forma. Y es que Masson- al igual y como sucede con
otro grande: Max Ernst en sus obras trabajadas con el método del frottage-
deja que las formas producidas por el material, en este caso la arena, le
sugieran motivos de creación, sin importarle si lo que se muestra en el lienzo
resulta o no reconocible.
Enigma, verdad y vida
Para comprender el sentido de las siluetas fascinantes de "Los
caballos muertos", libres y crípticas como presencias llegadas de otros ámbitos
del ser, vale la pena evocar cierta reflexión del filósofo italiano Giorgio
Colli. Este maestro turinés, pensaba que el amor a la verdad es bello sin
reservas: nos conduce lejos y es arduo de seguir hasta el final de su
trayectoria. No obstante, el camino de retorno es más difícil aún, cuando lo
que se busca es expresar esa verdad.
Masson supo llegar a lo más lejano de su propio interior,
buscando el logos último que diera cuenta del existir con todas sus
contradictorias facetas. Buscaba la verdad. Lo que halló allí fue algo similar
a lo que se muestra en "Los caballos muertos". En última instancia, los
paisajes de esta dimensión interna y los de Aix-en-Provence están
vinculados por esa verdad: una ruta de enigmas que sin tener una respuesta
precisa, motivan y justifican más interrogantes y creaciones expresadas en
humano vivir.
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