Cada decisión solo enmascara la veleidosa danza del devenir, que sin música, ni ritmo alguno, atrae al mundo todo, la vida incluso, al reconocimiento de su inherente vacuidad. Este es un acercamiento reflexivo al famoso monólogo de Shakespeare.
Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro”
Cada elección entraña una falsa disyuntiva. En el fondo, todo está resuelto de antemano. Pero no porque alguien haya establecido el orden de los acontecimientos de acuerdo a su arbitrio. Por el contrario, cada decisión solo enmascara la veleidosa danza del devenir, que sin música, ni ritmo alguno, atrae al mundo todo, la vida incluso, al reconocimiento de su inherente vacuidad.
***
“Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable”
La muerte encierra en su acontecer la resolución de todas las paradojas, pero no porque se acrisole en ella conciliación alguna entre alternativas vivenciales. En la muerte no se encuentra ni se reconoce nada. No obstante, su certeza indolente difumina la voluntad de reificación que tienden a presentar ciertas visiones del ser: palabras, palabras, palabras. El resto- la verdad- es silencio.
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“Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia.”
Cada persona tiene en sus sueños un aspecto irreductible de su propio ser. Las palabras con las que intente relatarlos nunca capturarán la esencia de su experiencia directa y privada. En el caso de la muerte ocurre algo similar, sin embargo, en contraste, lo que pueda expresarse acerca de ese instante definitivo puede ser compartido por los demás plenamente. La muerte no es una “vivencia” propia, no se vive la muerte. Los que la presencian- inmersos en el terrenal agobio del ser- son los que pueden dar cuenta de ella. Por lo tanto, la muerte puede asumir cualquier expresión que la haga comprensible por todos.
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“Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal?”
El suicidio es la mínima afirmación verdadera del máximo rechazo posible. Todo existir es una encrucijada que se olvida por un falaz pragmatismo. Ningún problema es auténtico, tomando conciencia de la solución permanente del suicidio. Tal es la razón por la cual la verdad, la razón, es lo menos importante cuando de vivir se trata. Un poco de sinrazón justifica cada respiro, cada esperanza, cada momento.
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“¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?”
Tal vez lo que más aterra del más allá sea la falta de comunicación que implica. Únicamente en la palabra compartida se da el mundo. Clausurar esa interacción gestante es abrirse a un universo privado, encontrar los límites del ser, en el ser propio, apropiarse del ser entero en un postrero instante y luego consumirse en él: caminar con el fuego de Heráclito, que toma cualquier forma, que se enciende y se apaga eternamente.
***
“La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción.”
Una meditación sincera y extrema acerca del existir nos llevaría al total anquilosamiento. Temer no es censurable, ciertas maneras de asumir la incertidumbre absoluta que nos envuelve el ser, por el contrario, sí que lo son. Ser o no ser no es el dilema, ya que cuestionarse, de hecho, es asumir una postura que nos ubica allende cualquier titubeo, cualquier cobardía. Pensar es una empresa que trasciende sus propios motivos y se sublima en el silencio más revelador, el que antecede y es contestado con cada nuevo latido del corazón.
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