Carl Wimar (1828-1862) fue un pintor estadounidense de
origen alemán que dedicó su vida a representar, desde su personal visión, al
salvaje Oeste.
Famoso por sus representaciones del salvaje Oeste, Charles
Ferdinand Wimar nació en Siegburg, Alemania, en 1828. En su adolescencia, Wimar
partió hacia los Estados Unidos junto con su familia. Tras instalarse en San
Luis, Wimar encontró una gran fascinación por las noticias y viajeros que
llegaban allí desde el Oeste, región inhóspita y sorprendente. Posteriormente
Wimar tomó clases con el pintor de origen francés Leon de Pomarede. Este último
le apoyó para realizar sus primeras aproximaciones estéticas al tema del Oeste
y, a la postre, a dedicar sus esfuerzos artísticos a esta misma temática
apasionante.
El regreso
En 1850, Wimar toma la decisión de viajar a Europa, acaso
para perfeccionar su técnica. Wimar decide hacerlo a Alemania, en específico a
la ciudad de Düsseldorf uno de los centros culturales más importantes de
aquellos días. Justo en Düsseldorf se había establecido el pintor
estadounidense Emanuel Leutze. En poco tiempo Wimar consigue forjarse un sitio
destacado entre los pintores del lugar, por ser el único artista dedicado
expresamente a plasmar escenas del Oeste norteamericano, si bien estas representaciones
estaban fundamentadas en lecturas, leyendas y relatos.
En 1856 Wimar decide volver a los Estados Unidos. Poco
después, se embarca en un viaje por el río Missouri hasta llegar a Yellowstone.
En este lugar de imponente naturaleza, Wimar puede- por vez primera- contemplar
en persona algunas tribus indias del lugar, similares a las que
habían sido protagonistas de sus pinturas. Tras encargarse de unos murales en
el palacio de Justicia de la ciudad de San Luis, Wimar fallece de tuberculosis
en 1862.
Encrucijada
Una de las obras más conocidas de Carl Wimar es “El rastro
perdido”. En la pintura se puede ver a unos rastreadores indios tratando de
orientarse en medio de una extensa llanura. En el fondo se exhibe, en dramático
contraste con los vibrantes rojos del primer plano, un horizonte tenuemente
iluminado y altos cañones rocosos. “El rastro perdido”
denota un singular juego de diferencias, una tensión estética y temática.
Se sabe por investigaciones especializadas que los indios retratados
por Wimar no se vestían de esa manera. Y, además, el cambio entre la intensidad
rojiza de las figuras en primer plano y el horizonte amable y luminoso,
expresa, quizá, una encrucijada creativa: las técnicas del arte europeo y
el interés temático por la América profunda: el llamado de sus raíces teutonas
ante el apego hacia el nuevo continente, su verdadero hogar. El salvaje
Oeste de Wimar no fue, en última instancia, más que una región interior,
un anhelo de realidad que nunca dejó de iluminar su conciencia vital.
Una travesía de sí
El verdadero rastro perdido posiblemente haya sido el del
joven Wimar, exiliado en un país extraño y enorme. Wimar tal vez nunca se
adaptó del todo a un ambiente de pragmatismo extremo y soñó durante
su vida entera con una tierra misteriosa y llena de prodigios: su verdadero
punto de origen.
Acaso Wimar anduvo de continente a continente, de lugar en
lugar, buscando el rastro perdido de su propia esencia. Y sólo fue en su
interior imaginativo y ardoroso, en donde pudo hallar esa tierra de prodigios,
salvaje y enigmática, en donde guerreros y exploradores de exóticas culturas
personificaron su propio espíritu hambriento de conquistas interiores y sobre
todo una eterna vivencia de libertad.
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