Formaciones abstractas con apariencia orgánica se aferran a
estructuras afiladas, cual si quisieran llegar lo más alto posible. En el fondo
se expone un cielo brumoso y amenazante. Yves Tanguy (1900-1955) artista muy
influido por el movimiento surrealista desde 1925- entusiasmado con la obra de
De Chirico-, trató de expresar en Los invisibles (1951), cierta
perspectiva del líder del movimiento surrealista, André Breton, acerca de la
posibilidad de que existan animales invisibles y desconocidos, capaces de
evadir la percepción humana a través del camuflaje. Esta obra es una de las
mejores muestras del arte visionario de Tanguy.
Buceando mares interiores
Tanguy ha realizado Los invisibles, liberando la
expresividad de su inconsciente. Los seres manifestados en su obra no tienen
una existencia probable, sin embargo, su presencia es de imposible refutación:
ciertamente provienen del interior de Tanguy, de sus simas particulares. El
ámbito que nos presenta la obra, es habitual en la producción de este artista:
oníricos espacios con entidades amorfas, deambulando a través de paramos vacíos
y alucinantes. Sin embargo, es de destacar la precisión y la pulcritud del
estilo de Tanguy. Tales características también eran patentes en su
personalidad. De carácter reservado hasta llegar a periodos de aislamiento,
Tanguy mantuvo, no obstante, una buena amistad con muchos integrantes del
movimiento surrealista, y estuvo casado con la pintora Kay Sage.
El crisol de la realidad
El mismo André Breton escribió alguna vez con respecto a la
obra de Tanguy: “La marea desciende, dejando ver una interminable costa
donde surgen formas compuestas hasta ahora desconocidas (…)No tienen un
equivalente inmediato en la naturaleza y debe decirse que no han dado lugar a
ninguna interpretación válida” . Para comprender el sentido de esta
lectura, vale la pena comentar que, Tanguy, como los demás surrealistas,
estudió con atención las ideas del psicoanalista Sigmund Freud. De acuerdo a ello, Tanguy tenía la convicción
de que el arte podía ser un vehículo manifestador de la dinámica del
subconsciente.
Si comparamos esta intención por parte de Tanguy y la
relacionamos con la lectura de Breton, se hace patente que “el mar” que alude
Breton es una simbolización de la conciencia. Cuando “la marea” desciende, es
decir, cuando la conciencia se aleja- lo cual sucede al soñar, por
ejemplo- “la costa”- el estrato profundo del “yo”- exhibe entidades
desconocidas y fascinantes. Esas criaturas son parte del interior de quien
sueña, constituyen estados de ser tan válidos como los que participan del ser
consciente, aunque permanecen siempre ocultos- camuflajeados, invisibles,
justamente- en el interior del sujeto
Dimensión de otredad
Por lo tanto, Tanguy, en sus obras, nos presenta visiones
del mundo, del mismo que habitamos en estado consciente, pero liberado del
constreñimiento razonador del estar despierto. Cuando alguien viaja al interior
de sí, lo hace a la vez, al origen mismo de la temporalidad vivencial: las
alucinantes formaciones de Tanguy, los seres invisibles, son las cosas que
vemos y tocamos todos los días, pero captadas en el instante justo de su
aparición como entidades capturadas por la conciencia. Se trata del crisol
mismo de la realidad, sumergido en un eterno génesis- y a la vez en una
apocalíptica dialéctica- que nos envía a través del arte, cifrados
recordatorios de su presencia oculta y gestadora.
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