Marie Laurencin, pintora francesa, desarrolló un curioso
universo habitado por delicadas muchachas, dotadas de la sublime belleza de lo
espontáneo. Un grupo de hermosas bailarinas con delicados vestidos ensayan sus movimientos. Se trata de una imagen llena de gracia y encanto. Sus poses tienen una elegancia que emociona y cautiva. Se trata de la pintura “Las bailarinas” de la artista francesa Marie Laurencin (1885-1956).
“Las bailarinas” es una obra con los suaves tonos pastel tan
distintivos de esta pintora y fomentan la cualidad casi etérea de las figuras.
La obra de Laurencin nos comunica su muy personal universo creativo, habitado
exclusivamente por preciosas mujeres. Además, la propuesta de Laurencin esencia
perfectamente la orientación estética de la década de 1920, con su ornamento y
frescura.
Una creativa autónoma
Marie Laurencin no cedió ante la presión de los estilos
artísticos de su tiempo y conservó su particular forma expresiva. Justamente
tal podría ser el valor más admirable de sus creaciones: esa proyección
directa, sencilla y sin pretensiones. Laurencin, complementó su labor artística
ilustrando con acuarelas libros de célebres autores: Gide, Jacob, Carroll, John
Perse, etc. Contaba Marie, además, con el beneficio de pertenecer a un ámbito
social y cultural frecuentado por Picasso, Braque, Matisse, Delaunay y Gris.
Estos grandes artistas, con su contacto y amistad, coadyuvaron al desarrollo de
su sensibilidad estética, lo cual queda plasmado en su singular y exquisita
producción.
La belleza de lo espontáneo
Aquí se propone una lectura de “Las bailarinas”, ponderando
justamente el estilo desenvuelto de Laurencin. Las jóvenes que se muestran en
su cuadro motivan una admiración que no se corresponde a lo sensual. Más bien,
estas mujeres atraen por su autenticidad, por su femineidad transparente. Ellas
exponen una cierta danza interior y su armonía no precisa de
coreografía ni de música alguna, sino solamente de su simple ser. Las
pinceladas de Laurencin comparten esa misma proyección: no implican sentidos
ocultos, ni hermenéuticos acertijos. Por el contrario, suya es la belleza de lo
espontáneo, esa misma que celebró Seneca en una de sus mejores reflexiones. De
acuerdo a este sabio, mucha es la felicidad de quien no esconde su
propia esencia y sencillamente se expone tal como es. Las bailarinas de Marie
Laurencin hacen solo eso, manifiestan la belleza inherente a su ser-mujer y
motivan un sentimiento de sublime idealidad. Pero además, lo espontáneo no deja
de tener algo de imprevisible, y la coquetería de las facciones y ademanes de
las féminas de Laurencin exponen una sutil seducción, gracias a-
precisamente- su frescura y naturalidad.
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