En una onírica pintura, Paul Delvaux parece
comunicarnos la ruta de una oscura y profunda sabiduría. Con el críptico estilo de su autor, la pintura Venus
dormida (1944) es una de las exploraciones de los sueños, la fantasía y
los dictados del subconsciente, más logradas de este artista belga.
Vamos a proponer una lectura de esta obra partiendo de
cierta arquitectura de referencias y símbolismos cercanos a la perspectiva
estética de Delvaux.
La ruta de la noche
En una urbe antigua iluminada por la luna, Venus yace
dormida en un estilizado diván. Observan a la bella, un maniquí y un esqueleto.
Venus parece abandonada en su sueño a la seducción de lo finito. Al fondo se ve
a un grupo de féminas desnudas agitando las manos al cielo nocturno y más a lo
lejos una más, abrazada a una alta columna. En primer plano, además, otra
mujer- muy parecida a Venus durmiente- agita el brazo ansiosamente haciendo una
señal. Esto es lo que nos presenta la obra, Venus dormida.
Explorador del arte y los sueños
Paul Delvaux se caracterizaba por realizar cuadros como el
de Venus dormida en donde a través de sugestivas imágenes, casi
siempre bellas, exploraba el mundo de los sueños y del subconsciente. Se trata
de un universo temático construido por medio de un surrealismo tardío, al cual
llegó Delvaux tras haber probado el impresionismo y el expresionismo.
Pautas de contemplación
Así como Delvaux fue un buscador estético, en obras
como Venus dormida se nos invita a seguir esa misma dinámica de
revelación hermenéutica. El punto de partida para leer la obra- en una
propuesta reflexiva- nos la da la mujer en primer plano, la cual hace una seña
con el brazo hacia el maniquí. Este último- representando a Venus vestida- mira
hacia el esqueleto. Siguiendo esta trayectoria de referencias y orientaciones,
se puede observar que el esqueleto mira hacia Venus dormida en el diván. Justo
detrás de este último, aparecen las mujeres que claman al firmamento nocturno y
más allá de ellas, se muestra la mujer abrazada a la columna. Allende solo
quedan las fronteras de la ciudad y lo desconocido.
Las huellas de lo indecible
Desde una lectura simbólica podemos identificar a la mujer
en primer plano como a la parte consciente de Venus - el amor, los
sentimientos, la introspección- que penetra en la noche y la ciudad. La noche
representa tradicionalmente lo irracional, lo misterioso y lo mortal, pero al
mismo tiempo alude al seno materno, protector y fecundo. Este último detalle se
armoniza con la antigua ciudad vacía, la cual es una figuración de refugio, de
un lugar donde ampararse, pero también de orden trascendente. En última
instancia, esto refiere a la protección materna, a su seno: un espacio
primordial
Luego el maniquí puede relacionarse con el doble y lo
aparente. El esqueleto por su parte nos habla de la muerte y de un estado de
ser hermanado con el sueño. Así entonces Delvaux parece narrarnos como la
conciencia apasionada, al viajar a sus propias simas, se encuentra con una
región primordial en donde las apariencias se relativizan y develan a la muerte
y el sueño, representado por Venus dormida. Más allá de esta región, se
hace manifiesta la irracionalidad y lo sagrado, en este caso simbolizado a
través del frenesí extático de las danzantes- danza: fomento de sagradas
fuerzas- y de la antinatural- transgresora pasión de la mujer abrazada a la
columna, símbolo por antonomasia de la unión entre el cielo y la tierra.
Allende esta experiencia de lo sagrado, lo numinoso-
los límites de la ciudad- solo queda el enigma de lo indecible. Paul Delvaux
parece expresarnos que el sueño de Venus- el autoconocimiento de sí, de la
pasión, de la interioridad- nos lleva a una vivencia límite de lo humano y sus
espacios sagrados. Venus dormida se sueña soñando el mundo y la ocasión
prodigiosa de un primordial reconocimiento.
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