El
texto Tractates Cryptica Scriptura de Philip K Dick, apéndice de su
novela Valis, es una impresionante tentativa de
especulación filosófica, que expone además, un deseo sincero por comprender la
realidad desde la singular postura de una interioridad delirante y visionaria. A
continuación desarrollaremos un acercamiento reflexivo a ciertos fragmentos de
esta oracular y oscura sophia.
“La Mente deja penetrar la luz; luego la oscuridad; ambas
interactúan; de ese modo se genera el tiempo. Al final la Mente concede la
victoria a la luz; el tiempo cesa y la Mente culmina.”
Llama la atención
que sea la luz el primer motivo del tiempo, de acuerdo a Dick. Sin embargo, la
oscuridad es imprescindible para que el devenir tenga lugar. Los matices de
ambas manifestaciones no importan tanto como su interacción, de la cual deriva
la marcha de todas las cosas. El tiempo, por lo tanto, es la sucesiva
alternancia de la luz y la oscuridad, lo que en el fondo, señala a discordia o
a diálogo. La Mente, quien piensa, (¿quién piensa?) es la que define todo,
suprimiendo la comunicación entre los eternos contrarios y su representación en
la conciencia: lo diverso.
“[La Mente] Hace que las cosas luzcan diferentes para que
parezca que el tiempo ha transcurrido.”
Si las cosas no se
distinguieran de la Mente, esta no tendría razón de ser. Su transición de lo
posible a lo factible se da en esa ofrenda que hace de sí la unidad, en la
pluralidad. El tiempo desde esta óptica, tan particular de Dick, es el
testimonio de ese sacrificio que hace lo trascendente, en su propio enigma, la
inmanencia. Sin razón de ser, no queda más que un ser de razones y todo el
tiempo del mundo para meditar su absurda insuficiencia.
“El gran secreto conocido de Apolonio de Tiana, Pablo de Tarso,
Simón el Mago, Asclepio, Paracelso, Boheme y Bruno consiste en que retrocedemos
en el tiempo. El Universo de hecho se está contrayendo en una entidad unitaria
que se está completando. Vemos la decadencia y el desorden invertidos, como si
se acrecentaran. Estos médicos aprendieron a avanzar en el tiempo que, para
nosotros, es retrogradación.”
Los visionarios
mencionados comparten la posesión de una profunda sabiduría. Si el devenir es
un regreso cósmico, destaca el modo en el que todo se nos presenta, ante la
conciencia, como si se desarrollará progresivamente. Esta entropía engañosa, es
el verdadero logos del ser. La ilogicidad, la intuición y la inocencia, bien
podrían ser, como acaso alude Dick, inéditas maneras de retroceder en el tiempo
y acercarse a esa religación universal de lo que nunca debió haber sido-en-cada-cosa, para en cambio ser-siempre en-todo.
“El universo es información y nosotros permanecemos inalterados
en él, ni tridimensionales, ni en el espacio o en el tiempo. A la información
que se nos suministra, nosotros la hipostaseamos en el mundo fenoménico.”
Fuera de las
palabras, no hay nada que expresar. La realidad es una red dialogal motivada
por un silencio inasible, capaz de instaurar al mundo desde su misterio. La
información que menciona Dick, es una manera en la que, ese remolino eterno,
trata de alcanzar su centro vacío, su razón inasible de ser. Los fenómenos, son
solo restos de una reificación amnésica, el pretexto del cosmos para no
re-conocerse: caos
“La Mente sólo nos habla por nuestro intermedio. Su discurso
pasa a través de nosotros y su dolor nos impregna irracionalmente. Como lo
advirtió Platón, hay una veta de irracionalidad en el Alma del Mundo.”
Todos los pensamientos
son uno solo. Quizás eso sea la Mente, tortuosa mente de Dick. La fascinación
lascerante de su dispersión, propicia el pretexto de lo real: los fenómenos que
se comunican unos a otros, el azoro de su propia presencia. En lo profundo, la
Mente percibe su particular sin razón, eso que fomenta y justifica su
inteligibilidad, el lógico disimulo de un alarido cósmico, que se extravía en
la falacia del tiempo, como un imperio vencido que nunca termina de arder.
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