Es factible realizar una reflexión del Centro del Espacio
Escultórico de la UNAM, en la Ciudad de México, desde un punto de vista post
humanista. En este magno espacio, la arquitectura se puede interpretar como
poesía, discurso instaurador, crisol de realidades existenciales.
Por lo consiguiente, todo en el Espacio Escultórico de la
UNAM apunta a una noción integradora: el manejo de los espacios, el discurso de
los volúmenes, la armonización holística de lo humanizado y lo silvestre, la
riqueza mítica y ritualizante- prehispánica inspiración- que flota sobre la
intención de la obra y, finalmente, la fuerte carga histórico social que dio
lugar en su momento a la elaboración de este monumental complejo escultórico.
El Centro del Espacio Escultórico exhibe una propuesta de
arte conceptual inspirada en el pensamiento mítico. En lo que sigue,
comentaremos una perspectiva para comprender esta obra, auténtico referente en
la historia del arte contemporáneo mexicano.
Vanguardia y tradición
El Centro del Espacio Escultórico de la UNAM consiste en una
escultura circular de 120 metros de diámetro, estructurado por 64 módulos. En
el centro de este colosal anillo queda encerrado un imponente mar de lava.
Integrándose a la obra, en su perímetro se extendería un silvestre jardín. Los
autores de este trabajo erigido en 1978-1980, Federico Silva, Manuel Felguérez,
Helen Escobedo, Mathias Goeritz y Sebastián, trataron de conjuntar la
vanguardia escultórica de su tiempo con el pensamiento de las culturas
indígenas mesoamericanas. Un referente nos da cierta pauta para entender- hasta
cierto punto- la intención estética de estos creativos: el cercano centro
ceremonial prehispánico de Cuicuilco.
La serpiente del tiempo
Cuicuilco fue un importante santuario religioso para los
antiguos mexicanos. Cuicuilco en náhuatl quiere decir “lugar de rezos”, o bien
“lugar de arcoíris”. De hecho, Cuicuilco es uno de los derivados de las
civilizaciones más antiguas en esta parte de Mesoamérica. Este fascinante lugar
se distingue por su enorme pirámide circular. Esta última forma simbolizaba
para los indígenas nahuas, como para muchas otras culturas, lo infinito, lo
eterno, lo continuo. El tiempo como ciclos en perpetuo acontecer. Los antiguos
mexicanos participaban activamente en la continuidad del mundo a través de su
fervor religioso, y sobre todo, por medio de ciertas prácticas sociales ligadas
a este pensamiento.
El juego del ser en el ser del juego
En el Centro del Espacio Escultórico se rescata esta
intuición prehispánica relacionada con la importancia del ser humano como
colaborador del cosmos. El Centro del Espacio Escultórico fomenta una cierta
experiencia ritual, puesto que el espectador trasciende su mero papel de
contemplador, al participar, recorriendo la obra monumental, en la construcción
de la realidad como tiempo. El Centro del Espacio Escultórico es el círculo del
tiempo, círculo de tiempos: circulares temporalidades cobrando forma en cada
vivencial perspectiva. Esta es una manera de revivir el júbilo creativo de participación
del universo en sus dinámicas.
Tal es la valía de lo humano y al mismo tiempo su propio
trascender. En el Centro del Espacio Escultórico de la UNAM- que alude
igualmente al corazón de un laberinto, referido por las enigmáticas cifras
del Paseo de las Esculturas que conduce hasta allí- la experiencia primordial
de lo lúdico como ser, deriva en una revelación de lo sagrado. El mar
de lava es el mensaje final del silente dios del tiempo: áspero/ primordial
discurso que puede serlo todo y nada, dejando en claro que los límites de lo
real, por lo menos, perfilan lo más valioso: la humana vivencia de quien ha
llegado hasta tales fronteras.
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