La danza (1910) de Henri Matisse (1869-1960) está
considerada como uno de los referentes imprescindibles del arte contemporáneo.
Esta famosa pintura se localiza en el museo Ermitage de San Petersburgo. El propio
Matisse percibió la trascendencia de este trabajo y por ello, incorporó
referencias al mismo en otras composiciones de su autoría.
En La danza, Matisse llevó a cabo una simplificación
sistemática de los colores y el delineado de las figuras, justo a la manera de
Pablo Picasso; no obstante, a diferencia de este último, no fue tan riguroso en
su estilo y prefirió trabajar un lirismo grácil: el grupo de danzarinas
anónimas y atemporales invita al espectador a sumarse en su dinámica natural y
simple, pero al mismo tiempo de una profunda intención instauradora.
Una obra maestra
Una pauta para comprender el arte de Matisse desplegado en La
danza es el contacto que no se efectúa entre la danzarina del extremo de
la izquierda y la que la sigue a la derecha. En el afán de ambas figuras por
tocarse, sin deshacer la dinámica circular de su danza, se gestan las
diagonales en contraposición, las tensas curvas que orientan la mirada del
espectador, con fuerza e intensidad, a través de toda la obra.
La danza surgió del encargo que recibió Matisse por parte del coleccionista ruso Serguei Schukin. Años más tarde de haberlo completado, cuando Matisse volvió a contemplar su trabajo, se sorprendió del efecto que el blanco derivado de aplicar los colores con distinto espesor, había producido en la tela. Los blancos en la obra generaron una transparencia cambiante en las figuras, que agradó mucho al artista francés.
El ritual cósmico
Un célebre estudioso, Walter Otto, advirtió en La danza importantes
simbolismos. De acuerdo a Otto, el movimiento de las danzarinas de Matisse, no
señala nada, no alude a ningún referente, y sin embargo en su pasión expone el
fundamento de todo: ningún tipo de voluntad, o potencia oculta; ninguna
angustia o tragedia, nada que busque superar al existir, sino únicamente
aquello que es por siempre autónomo y divino. La danza de Matisse
expresa la plena vivencia de ser, en su inocente pureza y verdad.
La fuerza que se desprende de esta obra se comprende por la
primordialidad de sus elementos: la tierra, el firmamento, las figuras humanas.
Cada uno de estos elementos queda asociado a cierto color primario: verde, azul
y rojo. En última instancia, La danza de Matisse refiere a
lo mítico-cósmico: en el suelo se puede advertir el horizonte del mundo; el
cielo, por su parte, exhibe la profundidad del espacio sideral y las
figuras humanas, como gigantes míticos e instauradores, celebran el
primer instante del mundo, danzando entre la tierra y el cielo, aún imbuidos
por el júbilo de la eternidad.
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