Sabio es quien alumbra las tinieblas del tiempo pasado. Lo
que ha acontecido es críptico y hasta cierto punto, inasible. Si se intenta
capturarlo, lo poco que logremos será a costa de la vida misma. De la misma
manera, lo que hayamos captado, al contemplarlo, se nos presentará, únicamente
como instante de vida.
Da igual que lo perdido en el tiempo pretérito haya sucedido
hace un segundo o hace un milenio. Aquel estremecimiento de gozo, aquel momento
de éxtasis se vuelve resonancia de un momento a otro: eco que se difumina
inexorable y débil en el vacío de la memoria. A pesar de ello, esos instantes
se atesoran con ansiedad: es que el existir en su conjunto, no es más que una
propagación de esos momentos de inmediatez, de vida pura e indescriptible.
Ecos de olvido
Como ondas producidas por una gota de lluvia en un estanque,
desvaneciéndose sin remedio, la vivencia plena se va perdiendo en lamentos,
recuerdos, ensoñaciones y melancolías. No obstante, en el progresivo
desaparecer de estas resonancias existenciales, se derivan vivencias
subordinadas: sueños, deseos y fantasías. El resultado de ello es una retícula
de apariencias y expresiones que cubre un núcleo de inmediatez vital, mismo que
nunca se puede recuperar del todo.
Hilo revelador
Quien se afane en ir más allá de esta retícula para recobrar
ese instante inefable, se sumerge tarde o temprano en la marea de lo
irrepresentable. Se pierde mucho en esta tentativa, puesto que en cierto modo,
sólo tenemos lo que el instante presente, lo que se vive en el momento, nos
arroja. Por eso, hay quien corta de tajo con el pasado y se deja llevar por las
figuras y colores de la vida instantánea, el hoy y el ahora. Sin embargo, al
cabo de poco, se descubre que tal intensidad deviene momentos, experiencias
fragmentarias, esquirlas de un pasado invencible y voraz.
Sabiduría trágica
Al final, la materialidad del presente, la contundencia del
mundo actual, no es más que abstracción disimulada, trama que se estructura,
que nos cautiva, antes de reconocer su inminencia. Lo más revelador de todo es
que el hilo que nos serviría para escapar del laberinto, no es más que el cabo
de la red que nos apresa, y la única sonrisa de Ariadna que nos queda, es la
toma de conciencia de percatarse- como recuerdo-, de que siempre se supo así.
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