martes, 4 de septiembre de 2012

El azul Klein: dilema del contemplador

Con tan solo un color, el pintor Yves Klein fue capaz de expresar las particularidades del mundo y la manera en la que se lo comprende a través del arte.


En el año de 1946, el pintor francés Yves Klein llevó a cabo una simbólica repartición del mundo, junto con sus compañeros Claude Pascal y Arman. Mientras reposaban en las soleadas playas de Niza, cada uno eligió. Klein decidió quedarse con el cielo y su color, el azul. A partir de entonces este color asumió un lugar preponderante dentro de su producción.


Este fue el inicio de las experimentaciones de Klein basadas en la monocromía, y si bien el azul durante toda esta etapa de su trayectoria fue su color favorito, posteriormente también utilizó el dorado. Con el propósito de lograr la máxima intensidad en sus composiciones en azul, Klein uso en sus obras tempranas pigmento puro y seco, en lienzos humedecidos con petróleo.

Un color para sí

De los diversos tonos posibles de azul que se derivaron de este procedimiento pictográfico, Klein dio por fin con el que deseaba: un radiante azul ultramarino, al cual nombro, cual si se tratara de una marca comercial, IKB, siglas de International Klein Blue.


En una ocasión memorable, en 1957. Klein proclamó en Milán, el arribo inminente de la “Era azul”. Tras ello, este artista realizó otras composiciones monocromas, con su célebre IKB, a veces con incrustaciones en el lienzo de otros materiales- teñidos con su particular color-, como por ejemplo esponjas, las cuales eran consideradas por Klein como reliquias de un mundo más auténtico.

Las obras en azul de Yves Klein buscaban despertar en los espectadores una singular sensibilidad, generando una vivencia de infinitud espacial, de amplitud ilimitada, fomentando estímulos primordiales para comprender el sentido último de la realidad. Por lo anterior, Klein está reconocido como uno de los más significativos pioneros del arte conceptual.

La disyuntiva del contemplar

Ahora bien, desde cierta perspectiva, el azul, cuando se aplica en un objeto, lo aligera, lo abre y deshace. Una pared pintada de azul, deja de ser una pared. Cualquier manifestación del mundo: sonidos, movimientos y formas, al sumergirse en el azul, se desvanecen, cual nubes en el cielo. Este color desmaterializa lo que tiñe, torna lo real imaginario, lo virtualiza.


Por esto último, el azul exhibe con frecuencia una connotación negativa: en francés existe una frase que expresa literalmente, “no veo más que azul”, lo cual significa “no veo nada”. Y en el idioma alemán, la expresión “estar azul” refiere a la pérdida de la conciencia por el alcohol. El azul, de acuerdo a ello, es una incitación al vacío, a lo incierto. La mirada del contemplador se pierde en el azul, en lo indefinido, como si se manifestara una eterna fuga del color.


Klein quizá, lo que propuso a los espectadores de sus pinturas, fue un dilema definitivo en donde jugarse por entero su condición de sujeto contemplador, su ser estético. Las obras de arte en IKB son enigmas en donde se puede identificar el vacío o la plenitud. Ya se trate de una composición con diversos materiales o un simple lienzo; una pintura al fuego o una antropometría, Klein fomenta que el contemplador decida lo que ha de verse y comprenderse en sus obras: una profundidad insondable o un vacío revelador, a través de prodigiosos espejos de arte.


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