viernes, 23 de mayo de 2014

Neon Genesis Evangelion y la filosofía del fin del mundo

Los invitamos a descubrir algunos de los secretos temáticos de la popular serie Neon Genesis Evangelion, de Hideaki Anno, que tiene como característica, fascinar y hacer reflexionar a fondo en cada revisión. Sn duda la serie de anime más importante de los últimos tiempos.



El tercer niño elegido, el piloto del Evangelion número uno, el más poderoso, el más certero, el hijo del comandante Ikari, la cabeza del Proyecto de Complementación Humana; la última esperanza del mundo, de la realidad entera, ante el ataque de Dios y de sus abstractos ángeles…no es más que un ser ahíto de temores, dudas y confusiones.

Shinji Ikari: la responsabilidad de ser por todos

El infierno son los otros para Shinji, sumido hasta el alma en su condición de erizo, anhelando el contacto humano y sintiéndose aterrado de su proximidad. Shinji está condenado a ser para otros, a ser en los otros de cierta manera particular, dando cierta apariencia de sí que no corresponde a su esencia; a ser por todos cuando el fin del ser acontece y sólo queda el Eva Uno flotando en el espacio sideral devastado. Con el pobre Ikari recordando todo de nuevo, soñando, creando una nueva realidad onírica, de colores pastel y fanservice, o como si fuese un nuevo Adán, con su Eva (¿Lilith?) Azuka, en un nuevo mundo incierto, húmedo y brumoso. La responsabilidad de ser alcanza a Shinji hasta más allá de sus sueños. Su sino es estar sujeto a la realidad de todos y del Todo.



Rei Ayanami: la desgarradura de existir

El corazón del mundo es un enigma, que se sitúa más allá de lo enunciable, de toda comprensión humana, de todo anhelo. Esa región de oscuridad sagrada es la que motiva la breve temporalidad luminosa de nuestro ser cotidiano, como en una pintura de Edward Hopper. Pero en Evangelion existen seres-manifestaciones de aquella región misteriosa de nuestro ser profundo.

Unos son los letales Ángeles, que tienen como rasgo característico su mutismo inalterable: son el caos absoluto, la demencia originaria del universo mismo. Pero otros de estos seres son Kaoru Nagisa y Rei Ayanami. Uno es el el Decimoséptimo Ángel, que busca llegar a Adan, preso en lo más profundo de Nerv, para desencadenar el Tercer Impacto y provocar así el fin del mundo.

Su símil femenino es la enigmática Rei Ayanami, la encarnación de los anhelos prohibidos de Gendo Ikari, su nostalgia en cabellos celestes. Rei está desgarrada en su existencia porque ha tenido que ser varias veces, fragmentada en clones, ha tenido que agotar su ser al existir en diversas ocasiones, de acuerdo a los deseos de los demás.

Al final dentro de ella no queda nada, sólo vacío, sólo silencio, una nada umbral a la alteridad; el mutismo del ángel de la muerte que es como se le aparece a todos los seres cuando cae Nerv y el mundo se colapsa. Para Shinji es un crisol de edípico-materno consuelo, para los demás, la certeza de que cada uno vive, existe dolorosamente, su propia muerte… aunque todas ellas posean el rostro de Rei Ayanami, su mirada fría, su triste sonrisa infinita.

En Gendo Ikari, en su napoleónico porte, en su distinción marcial, en su ambicioso plan de transformación global de la realidad, podemos identificar muy originalmente expresada la filosofía dialéctica de Hegel.



Gendo Ikari: el motor de toda dialéctica

Como para el influyente pensador teutón, autor de la célebre “Fenomenología del Espíritu” todo acontecimiento, toda confrontación de eventos nos son sino etapas, pasos, adelantos hacia la realización cabal del Absoluto; de la absoluta concreción de lo real y su Trascendencia; así Gendo, maneja cada hilo de su espectáculo particular: el mundo entero.

Dispone, planea, calcula, manipula voluntades en secreto, todas las posibilidades del ser se conjugan en la reflexión concentrada que se advierte en su mirada, oculta bajo sus manos entrelazadas. Meditando acerca del próximo paso a seguir. Y sin embargo todo vacila: su vástago carnal, sus “hijos” los niños pilotos de los Evangelions, asumirán a la vez las figuras de los herederos derrocadores del monumental edificio sistemático de Hegel; en la nietzscheana Azuka; la schopenhauereana Rei Ayanami, y en el sartreano Shinji Ikari. Hideaki Anno es muy inteligente, muy estudioso.

Cuando finalmente nos percatamos de que toda la motivación del cósmico proyecto de Gendo Ikari no era más que el producto de su corazón melancólico, de sus suspiros de anhelo por reecontrarse con su esposa fallecida Yui, la madre de Shinji, uno no puede dejar de pensar que las verdaderas intenciones de Hegel, de Gendo Ikari, de todo conquistador imperialista-sistemático del ser, no pasa de ser una emulación desesperada y siempre insuficiente, de la épica poesía de Dante Alighieri- en su Divina Comedia- para tener la entereza de ascender por tres mundos enteros, para reencontrarse con una Beatriz etérea.

Y es que en su juventud, Hegel, tal vez más sincero consigo mismo, era un romántico empedernido, amigo de Hölderlin, de Schelling, que soñaba con sublimes universos de fantasía y de trascendencia- como en una pintura de Caspar Friedrich- al contemplar el lenguaje de las estrellas durante noches de eternidad.

Tal vez detrás de las manos entrelazadas del imperioso comandante Gendo Ikari, lo que se disimulara siempre- y que nadie pudo percatarse hasta el final de la realidad exterior, el tercer impacto-, fuera la permanente lágrima de un enamorado, lleno de ardor e impaciencia, por contemplar de nuevo el dulce rostro de su amada ausente. ¿Cuántos universos vale el último vislumbre del ser que lo fue todo, en cada uno de nosotros?



La única noble esperanza, en el gran canto de muerte sin fin- parafraseando al poeta José Gorostiza- que es la filosofía del anime Neon Genesis Evangelion, quizás se halle en uno de los personajes más emblemáticos de esta trama apocalíptica: la bella Misato Katsuragi.

La mayor Misato Katsuragi, valiente integrante de las huestes de Nerv, y del comandante Gendo, es una chica llena de energía vital, sincera y espontánea; que pareciera ser la única persona sensata en ese ambiente de opresión psicológica y moral que padecen todos los habitantes de ese mundo condenado a la furiosa venganza de la naturaleza, con la inminencia del Tercer Impacto y el consiguiente fin de la realidad.

De tal suerte que Misato es una mujer que enfrenta cada etapa de esta epopeya trágica con toda la fuerza de su alma, y advierte en cada relación con sus compañeros, en el respeto y la atención que les otorga, un reconocimiento de su propia condición de ser (ahí) humano. Todos estamos en el mismo barco naufragante, aquí está mi mano, diría Misato. (Levinas mirandose en Heidegger)

El otro como uno mismo

Pero aún más allá, en una segunda instancia, Misato Katsuragi, hermosa cabellera negra que destaca por su brillo en la oscuridad final que se avecina, es el ser que escucha y dialoga con los demás. A cada uno de sus amigos, compañeros y conocidos, trata de hablarles de acuerdo a sus muy particulares maneras de comunicarse; ella se adapta, ella se brinda: en la desentendida pasión amorosa del galán Kaji, en los caprichos y demandas de Azuka, en la engañosa imperturbabilidad del discurso de Ritsuko, en las órdenes de Gendo, en las necesidades de Pen Pen, su pingüino mascota.

Misato es aquella que logra ver, en el encuentro con el otro, un evento irreductible, una epifanía que ha de experimentarse al límite, y de la cual tenemos la responsabilidad de conservar y mantener viva, en una comunicación plena y continua. (Levinas llamando a Habermas)



El otro como esperanza de Dios

Pero la tercera etapa, la más profunda en el ser de Misato Katsuragi, se relaciona en el sacrificio de su padre, cuando durante una expedición al polo sur, se sucedió el devastador segundo impacto, y su padre salvó a la niña Misato encerrándola en una capsula que se quedó flotando en las aguas agitadas por el cataclismo. Misato creció así en shock, y la extrovertida persona de su adultez, esconde así a una niña enmudecida por el dolor y la frustración ante eventos de violencia, destrucción y llanto que no tienen explicación alguna.

En el corazón de Misato Katsuragi habita un Job infatigable que recuerda y pronuncia en diferentes maneras su muy particular discurso de reclamos amorosos. Porque para el corazón de Misato Katsuragi, cada persona representa “el otro” que se fue sin explicar nada, y que la obligó a ser lo que es, sin darle ninguna razón por ello; es el “otro” que atormenta a Misato, debajo de su apariencia de locuacidad y arrojo, el que está simbolizado por una pequeña cruz de madera que cuelga siempre en su cuello. Recuerdo de su padre, del otro que en el cielo sólo escucha, calla y espera (Levinas frente a un espejo y el silencio).

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