lunes, 1 de octubre de 2012

Los iconos: proyección y trascendencia

El icono es un reflejo de lo divino en lo terrenal y una vía de acceso de lo mundano a la eternidad. Se debe entender por icono una imagen sagrada, de manera general, y no únicamente en el singular modo que se maneja para ello en la Iglesia de Oriente. El icono no aparece como una derivación del retrato. Si se presenta una semejanza con este último, es solo de naturaleza ideal, en tanto que la imagen participa de la realidad divina que trata de comunicar.


Por lo tanto, el icono es en primer lugar, representación- en los límites correspondientes a la insuficiencia humana para expresar a plenitud lo divino- de una realidad trascendente y que ofrece soporte a la meditación. El icono vincula al espíritu del contemplador con la imagen misma que lo conduce interiormente a la realidad simbolizada.

De hechura celestial

Habitualmente se considera que el icono no es de humana manufactura, lo que lo aleja del concepto de representación sensible. Y así, aunque la imagen de la Virgen sea atribuida a San Lucas, el Mandilion en cambio, tiene, para los creyentes, un origen milagroso. Por otra parte, la imagen de Buda, fue una proyección que él mismo irradió sobre la tela, de acuerdo a la tradición popular. Los iconos desarrollados posteriormente, no son más que prototipos ultraterrenos, realizados tras una rigurosa preparación y de acuerdo a cánones bien precisos.

Proyección y trascendencia

El icono de Jesucristo se distingue del icono de Buda en un aspecto determinante: mientras que este último es voluntariamente un reflejo ilusorio, un artificio de la inasible divinidad, el primero participa de la realidad sobrenatural del modelo y prolonga su encarnación. El icono de Buda, en cambio, propicia la aprehensión de la realidad supraformal que alude de manera ilusoria. Para los budistas de la tradición Zen, la imagen del bienaventurado es solo un vehículo de gracia y de salvación, pero aún así, puede utilizarse, por ejemplo, como leña para hacer fuego si se padece frío. Para los zen, esto no implica sacrilegio alguno por su particular perspectiva simbólico religiosa.

Solo un medio

El icono nunca es un fin en sí, sino siempre es un medio. Para algunos es como una ventana abierta entre el cielo y la tierra, una vía en dos sentidos. Basta pensar en el fondo dorado de los iconos bizantinos - o el dorado que exhibe Buda- lo cual es la luz de las dimensiones celestiales, la radiante luz de la Transfiguración. Como en la iconostasis de los seguidores de la Iglesia de Oriente, el icono se ubica en el límite de la realidad sensorial y la realidad espiritual: es el reflejo de lo divino en lo terrenal y la vía de acceso de lo mundano a la eternidad.










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