lunes, 8 de octubre de 2012

Kant: el imperativo categórico, hoy

Precisamente, cuando los problemas se acumulan y enturbian la perspectiva de las sociedades, es cuando más se percibe la acuciante sed de trascendencia que padecen los hombres, desde hace ya largo tiempo. Incluso la toma de conciencia de los límites de la racionalidad instrumental, que trajo la irrupción de la posmodernidad en nuestro pensar contemporáneo, no fue suficiente para obtener alguna fuente alternativa de sentido, que dotara al mundo de una renovada vitalidad.


De allí que sea preciso ir más allá y acudir a la enseñanza de los grandes filósofos del pasado, los que determinaron en grado sumo la trayectoria de la civilización occidental. Este es al caso de Kant, cuya reflexión acerca del imperativo categórico nunca fue tan pertinente y relevante como hoy día.

De acuerdo a Kant los fundamentos de toda moralidad no pueden hallarse en los objetos materiales, cuya esencia es incognoscible, al ser meras manifestaciones de noumenos. Así entonces, lo que dota de valor moral a un acontecimiento reside en el interior de la persona que lo vive, y es solo su buena voluntad, la buena fe con que actúe, lo que determina si esa acción está orientada hacia el deber, hacia la virtud.

No es tan importante lo que se lleva a cabo, sino como se realiza, es decir, qué ideal es el que guía a determinada acción. Comportarse de acuerdo a ciertas normas no es suficiente, es preciso que la persona tenga esa serie de decisiones sin que hayan sido motivadas por alcanzar ningún fin ulterior, por la obtención de placer, felicidad, o interés, por ejemplo, sino valorándolas por sí mismas. Kant nos invita a hacer lo que se debe, motivados únicamente por el respeto a la actuar libremente, esto es, por su imperativo deber ser así. El fundamento de la moralidad consiste en el puro respeto al deber.

En nuestros días es conveniente retornar a Kant en cada oportunidad que se presente para el ejercicio de nuestra eticidad. Dejar de seguirnos sofocando en este pragmatismo extremo y dañoso que está llevando al mundo al borde mismo de su decadencia. Cada acción que llevamos a cabo es tan valiosa como los derroteros totales del universo y, por lo tanto, es menester meditarla a fondo para vivirla, y asumir la responsabilidad que conlleva por sí misma, y no como un medio para sacarle provecho, para alcanzar objetivos que la mayoría de las veces son totalmente fútiles.

Pensar al mundo es valorarlo, no hay que olvidar lo que nos es -lo que nos torna- tan valioso(s).




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