martes, 20 de mayo de 2014

Philip K. Dick y la sabiduría del delirio

Philip K. Dick es como un filósofo presocrático perdido en el siglo XX. Su obra toca de lleno los temas más profundos de la existencia humana: la naturaleza de la realidad, los límites de la identidad personal, la relación del hombre con lo que lo trasciende, la tortuosa vinculación entre autoridad e individuo, los medios de control y alienación masivos frente a la libertad existencial, el absurdo de ser, etc.



El hombre y sus castillos

Una de las facetas del genial y delirante Dick es su facilidad para forjar ucronías (y también distopías), es decir, la creación de intrigantes posibilidades del transcurrir de la historia, si es que acaso ciertos eventos se hubiesen sucedido de una manera distinta. Así, por ejemplo, en su gran novela “El hombre en el castillo”, Dick describe un universo en donde los japoneses derrotaron a los norteamericanos en la segunda guerra mundial, y por lo tanto Occidente sigue por derroteros muy distintos a los que conocemos, todos muy influidos por la cultura nipona. Con esto logra Dick equipararse a Michel Foucault en sus estudios, en su empeño de poner en tela de juicio todo rasgo de necesidad en el flujo de los sucesos históricos. La realidad (es) contingente.

El mundo, un laberinto de muerte

Como un Heráclito redivivo, Dick se obsesionó con el problema de los límites de la realidad. En casi todos sus novelas y relatos lo virtual es lo que define, en última instancia, la realidad fáctica de los humanos. Las apariencias de pronto se rasgan y el logos (ubik, para Philip) se deja ver sin velo alguno, como la metáfora de una inmensidad innombrable y tremenda. Este misterio omniabarcante solo puede ser por los humanos interpretado, nunca penetrado, puesto que cuando intentan hacerlo sólo encuentran un páramo de espejos llameantes en los que nadie se miró nunca. Un laberinto en donde se concilian la muerte del ser y la tenue persistencia de la memoria. La realidad (es) enigmática.

Oráculo de lúcidos delirios

Dick es un portavoz de otredades misteriosas. Es un profeta de invasiones estelares, ucronías fascinantes, seres artificiales que se trascienden, y mistéricos conocimientos. Es un visionario terrible que se expresa en el lenguaje de la serie “b” y la new age. La locura, las drogas, fueron un pretexto para su genialidad, y no viceversa. Es un Poe de la posmodernidad, un Hölderlin de la era del vacío, un Nietzsche más allá de Nietzsche.

Su novela "Valis" es como el testamento de un Ezequiel alucinado y futurista. La inmarcesible divinidad y la humana esperanza de poder religarse con ella, sin perder la dignidad, es el tema capital de sus últimos esfuerzos creativos. Para Dick lo que define a los humanos no es lo que los hace ser, sino el hacer lo humano más allá de toda definición. Dios y el hombre son una mirada en la oscuridad que se reconoce más allá del tiempo. La realidad (es) divina.

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