martes, 10 de abril de 2012

La caverna de Platón: el pensar y sus símbolos

La caverna, uno de los distintivos del mito más famoso de Platón, exhibe varias claves simbólicas que evidencian su alto valor para la sabiduría y la vida.


Cual si fuera un arquetipo de la matriz materna, la caverna aparece en los mitos de origen más importantes. También se hace manifiesta en los mitos de renacimiento y de iniciación de numerosas etnias. El término caverna -que comprende de la misma manera a grutas y antros- designa un lugar subterráneo o rupestre, con techo abovedado, hundido en la tierra, o en la montaña, y en tinieblas. En los ritos griegos de iniciación, el antro es una representación del mundo. Para Platón, tal ámbito es un espacio de sufrimiento, ignorancia y eterno penar, en donde las almas se encuentran encadenadas y encerradas por las deidades, cual si estuviesen en una caverna.

Según un célebre pasaje del diálogo platónico La República, los seres humanos habitan en una especie de habitáculo cavernoso, localizado en el subsuelo. Este penumbroso espacio cuenta con una gran abertura por donde entra la luz. En lo profundo de este espacio, se encuentran encadenados, desde la infancia, un grupo de hombres -símbolo de la humanidad en su conjunto-, de manera que permanecen en el mismo lugar y únicamente ven lo que se proyecta frente a ellos: la luz de un gran fuego, alto y distante, que les presenta sombras del mundo real, en los vacíos muros de la caverna.

Una metáfora inigualable

Tal es la circunstancia de los seres humanos en la realidad material, de acuerdo a Platón. La caverna es una imagen de nuestro mundo. La iluminación que la perfila llega de un sol imperceptible por entero, pero que, sin embargo, señala el camino que el alma debe transitar para hallar la bondad y la verdad absolutas. Ascender hacia lo más alto y contemplar lo que allí perdura eternamente es la representación del máximo logro, para quien aspira a lo más inteligible. La caverna y su teatro de sombras son una representación de nuestra realidad aparencial, de la que el alma debe escapar para contemplar el mundo verdadero, el espacio perenne y fundamentador de las ideas.

El camino secreto

Varios son los ritos iniciáticos que dan inicio por el paso del venerante a una fosa o caverna: se trata- probablemente- del “retorno al útero” del que habló Mircea Eliade. Por ejemplo, en los rituales de Eleusis, la lógica simbólica se interpretaba literalmente: quienes aspiraban a iniciarse en estos misterios debían ser encadenados en una caverna, de la cual habían de fugarse, para por fin ver la luz. Se cuenta que Zoroastro fue el primero en consagrar un antro en honor de Mithra. Era un espacio oculto, adornado con follajes y flores. Era una representación de la realidad creada por Mithra: nuestro mundo. Los pitagóricos y Platón, se inspiraron en ello, y por lo mismo, consideraron al mundo material como una caverna o un antro. Justo de esa manera lo piensa Empédocles, uno de los presocráticos más fascinantes.

Dimensión de trascendencia

Plotino, por su parte, considera a la caverna como nuestra realidad, es decir, un ámbito en donde se puede aspirar a la inteligencia más profunda, pero solo si se es capaz de liberar el alma propia de sus lazos con la realidad mundana y así ascender hasta el exterior de la caverna. Una interpretación relacionada a la anterior, aunque un tanto más mística, nos presenta a Dionisos como el centinela del antro, y al mismo tiempo, aquel que nos libera de allí. Tal y como lo intuyeron Platón y Pitágoras, el alma es cautiva de sus propias pasiones y su única vía de liberación cierta se produce por medio del nous o intelecto.

De tal suerte que, la tradición griega en su conjunto vincula estrechamente las fuerzas simbólicas- metafísica y moral- de la caverna, esa dimensión propicia para la construcción de una subjetividad más armoniosa con el cosmos.


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