Los lugares secretos existen y el pintor Arshile Gorky lo hizo manifiesto en una obra abstracta y colorida que refleja una afanosa búsqueda interior. Esta obra- de una sutil abstracción- se encuentra inspirada en una diminuta cascada hallada por el artista, Arshile Gorky (1904-1948) en lo profundo de un bosque. La composición de Gorky provoca la impresión de de una corriente de agua fluyendo a través de una formación rocosa, en el marco de la floresta y la maleza colgando.
Los radiantes colores de este cuadro, que lleva por título, precisamente, La cascada (1943), dan la sensación brillos de sol y murmullos de agua. El encanto de esta pintura surge en la habilidad de Gorky para comunicar una quietud casi mágica por medio de su evocación, libre y vistosa, del agua y de la fronda.
Influencias determinantes
Gorky expone en La cascada su conocimiento de los elementos característicos del movimiento surrealista. Justo hacia esa estética era a la que se orientaba Gorky en las fechas de la composición de esta pintura. De hecho, es posible identificar una afinidad creativa entre Gorky y artistas ligados de una u otra manera al surrealismo, como Frankenthaler, Lam, Dalí y Ernst. Además, hay mucho de la espontaneidad genial del expresionismo abstracto en la obra de Gorky.
Exilio sin retorno
Gorky tuvo una existencia breve y tortuosa. Nació en Armenia, pero emigró muy joven a los Estados Unidos y sufrió mucho para obtener reconocimiento como artista, mismo que le llegó brevemente en las postrimerías de su vida. Un estudioso comentó alguna vez, muy acertadamente, que Gorky hizo del arte su verdadera patria. Luego de un periodo de éxitos y buenas críticas, Gorky perdió muchas de sus obras por un incendio en su estudio, además, sufrió un accidente que lo limitó físicamente para pintar y fue abandonado por su esposa e hijos. No mucho después, Gorky se quitó la vida.
El santuario secreto
En La cascada destacan varios elementos de profundo simbolismo: por ejemplo, el uso de colores primarios alude a un estado de pureza metafísica, cual si se evocara el flujo original de la realidad consolidando los primeros instantes del tiempo. Además, el agua ha simbolizado desde tiempos muy antiguos una oportunidad de purificación y la pluralidad de todas las posibilidades del ser. El bosque- los árboles- por su parte, refiere a una morada de numinosas fuerzas divinas. Finalmente, el arco iris, que resuelve todo lo anterior- y que también deriva del jubiloso cromatismo exhibido por Gorky en esta pintura- señala a la unión entre el cielo y la tierra: el mundo y la trascendencia, la simple materialidad y el reflejo, rico y diverso, que le da sentido.
Quizás el paisaje interior que nos compartió Gorky en La cascada fuese una comprobación pictórica de que, a final de cuentas, siempre estuvo (se halló) en su verdadero hogar: un santuario de sueños y creatividad que nadie le pudo arrebatar, y en donde pudo dejar libre su existencia apasionada; como el fluir de una corriente a su cascada sin fondo, como las palabras más íntimas a sus secretos y particulares silencios.
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