La religiosidad debe explorarse no tanto en el exterior, en los grandes cultos, y quizás tampoco en la experiencia interior, en última instancia inefable y mística. Por lo tanto, es en el sentido del asombro, en efecto, el crisol de toda sabiduría, en donde esa intuición de lo trascendente cabe identificarse. La sorpresa le da paso a la admiración y al sobrecogimiento, por lo que nos supera física y cósmicamente. Pero he aquí que la individualidad de quien contempla, aún en lo sublime, perdura hasta el último instante de su difuminación en el arrobo pleno. El heroísmo del contemplador, es lo que nos define como humanos: seres capaces de expresar lo inexpresable del universo. La siguiente fotografía, monumental, tremendamente hermosa, del planeta Júpiter, es la ocasión perfecta para experimentar la vivencia antes comentada: ese mirar cara a cara a lo inconmensurable, y reconocernos- aun si fuese tan solo un instante- en esa misma esencia cósmica, eterna y plena.
Fuente de la fotografía: http://i.imgur.com/o5c3a.jpg
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