En el octavo círculo del Infierno, los poetas llegan con los simoniacos, los que comerciaron con lo divino, quienes padecen un horrible tormento.
En la tercera bolsa, del octavo círculo del Inferno, Dante y Virgilio se encuentran con los simoniacos, los cuales yacen atados y colocados de cabeza en pozos. Además, los pies los tienen encendidos, por lo cual los agitan frenéticamente. Al mirarlos, Dante evoca con nostalgia las pilas de bautismo en el Baptisterio de San Juan. Uno de las almas condenadas, a tan extremo tormento, es el papa Nicolás III, quien confunde a Dante con el papa Bonifacio VIII, pensando que es quien habrá de sucederle en ese pozo de tortura. Al final, Dante contesta con altivez al alma de Nicolás III y Virgilio, satisfecho, lo ayuda a cruzar a la siguiente bolsa.
Comercio del cielo
El término “simoniaco” refiere a Simón, un mago de Samaria, quien intento comprar con un puñado de monedas el don de los Apóstoles de infundir el Espíritu Santo a las personas bautizadas. A partir de ello, “simonía” señala el burdo intento de comercializar con los asuntos espirituales. Los simoniacos son aquellos que emprenden este indigno mercado.
Hazaña insospechada
Dante rememora con sentimiento, las pilas de bautismo en el Baptisterio de San Juan. Y es que el poeta rompió una de ellas, lo cual le acarreó notables críticas por parte de sus adversarios. Lo que aconteció en realidad fue que, en la cuarta de ellas- ubicada con varias más en un recinto octagonal- un niño cayó y estuvo a punto de ahogarse. Dante fue quien le salvó la vida al romper esa pila y sacarle de allí. El nombre de este niño era Antonio di Baldinaccio dei Calvacciuli. El baptisterio de San Juan es recordado con cariño por Dante, también en posteriores pasajes de la Commedia.
Castigo medieval
Mientras habla con el papa Nicolas III, al poeta florentino le viene a la mente el tormento medieval del empalamiento cabeza abajo. Este era nombrado como propagginiatio y era una pena destinada a los homicidas. A Dante le parece vagamente que la postura de Nicolas III, con la cabeza en el lugar de los pies, y el mismo al escucharle, parecería como cuando un sacerdote confesaba a un condenado al propagginiatio.
Muestra de confianza
Dante, al final de su coloquio con el simoniaco Nicolas III, le censura severamente. Esto motiva el beneplácito de Virgilio, quien reconoce en Alighieri a un espíritu altivo y noble. Entonces lo sujeta con sus brazos y lo ayuda a trasladarse a la siguiente bolsa infernal. Esto último señala el respeto que Dante va ganando a ojos de Virgilio, conforme avanzan en su ruta: anteriormente también había festejado un gesto así de Dante cuando se comportó desdeñoso ante Filippo Argenti.
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