Los poetas esperan al enviado del cielo que les abra el paso a través de la ciudad de los demonios. Aparecen las Furias, y luego, por fin, quien aguardaban.
Estando en el quinto círculo del Infierno, el de los iracundos, Dante y Virgilio se ven imposibilitados de seguir su marcha. Los demonios de la ciudad de Dite les han impedido el paso. Los poetas aguardan a que un enviado del cielo les apoye en este difícil trance. Para tranquilizar al angustiado Alighieri, Virgilio le habla acerca de primer descenso que realizó al averno, por un conjuro de Erictón, una antigua hechicera. De pronto, en su espera, los poetas contemplan la horrenda aparición de las tres Furias.
Finalmente, aparece quien esperaban: el enviado de Dios abre por la fuerza las puertas de Dite. Y así, Dante y Virgilio penetran en la ciudad de los demonios. Lo primero que en ella distinguen es un vasto espacio sembrado de sepulcros en llamas, en donde padecen los instigadores de herejías.
Duda razonable
La duda- no confesada, solo aludida- que agobia a Dante acerca de la capacidad de Virgilio de poder seguir adelante en su ruta, o de que lo abandone ante las trabas que les ponen los demonios, resulta reveladora. No se debe olvidar que Virgilio es un símbolo de la razón humana. Por lo tanto, en este pasaje de la Commedia, Dante nos trata de explicar- posiblemente- que la razón, frente a los aspectos oscuros del ser- obligada a re-conocerse en ello-, titubea, y solo su propia auto-justificación- el relato que hace Virgilio de su anterior descenso al Infierno- le permite proseguir en sus avatares, dándole sentido a la realidad.
Las Furias
Dante y Virgilio contemplan a las tres Furias, amenazándoles desde una de las torres en llamas de la ciudad de Dite. Las Furias eran, de acuerdo a los mitos griegos, hijas del Erebo- dios de la oscuridad- y de la Noche. Las Furias, siervas de la reina del Hades, Proserpina, simbolizaban los remordimientos. También se les conocía como las Erinias o Euménides. Sus nombres eran: Tesífone, Alecto y Megera. Ellas, al amenazar a Dante, invocan a Medusa, la célebre Gorgona con cabellos de serpiente, cuya mirada era capaz de transformar en piedra a quien la contemplaba. Virgilio conmina a Dante a que no las observe y caiga en su hechizo, por el riesgo de querer renunciar a todo para quedarse en Dite, con ellas. Tal vez entonces, los remordimientos (Las Furias)- el pesar por lo que se hizo, o se dejó de hacer-, pueden ser irresistibles y anquilosantes para la vida (Dante)- aun si está guiada por la razón (Virgilio)- en su búsqueda de trascendencia (Beatriz).
Héroe anónimo
El enviado del cielo desciende y camina por entre el fango de la laguna Estigia, lo cual provoca que las almas de los condenados por la ira, huyan de su resplandor justiciero. Pronto llega a la ciudad de Dite, amenaza a los siervos del mal, y abre las puertas con su varita. Muchos comentaristas han querido identificar este innombrado personaje con Mercurio, Hércules, Eneas, o el emperador César. Pero la verdad es que tales hipótesis carecen de un sólido fundamento por la celestialidad evangelizadora con la cual Dante ha rodeado a este enviado divino. No obstante, ese anonimato resulta revelador desde cierta perspectiva: puede ser que este pasaje de la Commedia nos exprese que todos podemos ser quienes abramos las puertas del Infierno, la ruta oscura del vivir, para internarnos en ella, camino al cielo- la superación constante-, o para no seguir, y llegar por fin a donde siempre se anheló, la vivencia ilimitada del nuestros propios ínferos.
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