Cada hombre tiene la posibilidad de perderse en su laberinto interior, una sola vez en su vida, para encontrarse infinitas veces más allá de lo que esperaba hallar en ella.
Masson pugnó en sus obras por indagar en el estrecho vínculo que une al hombre con su naturaleza profunda. Tal pareciera que los habitantes de su Dite personal- de morfologías rebosantes de ser, entes a punto de colapsarse de pura voluntad de existir- hubiesen asimilado toda la fuerza vital del espíritu silvestre del mundo. Y tal vez haya sido así, tras la obra de Masson todo parece más insustancial: literal-mente hablando, sin más.
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Cuando Teseo, llegó al final del cordel del dulce canto, sólo se encontró: solo en su interior: la cornamenta enhiesta ofrenda a un cielo vacío, los ojos torcidos entre lágrimas de Mercurio, la sonrisa turbia de re-conocimiento sincero… que al fin comprende.
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El devenir incesante de la realidad parece tener en las obras de André Masson su manifiesto más elocuente. Su pintura deja ver al ser humano interior, su profunda naturaleza, sus mundos dolientes. Heráclito se asoma a la superficie del río que nunca es el mismo, y se contempla en los tenebrosos abismos agitados, que explora Masson. La vida, la muerte, la violencia, el placer, los sueños y las cosas re-velan en Masson como las apariencias/sueños de un dios delirante que se expresa como una lira tocando acordes fúnebres, y como un arco que derribara a la luna para dejar nacer al sol.
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“El laberinto” de André Masson parece haber sigo creado por alguien que buscaba más el extravío que la salida. Pero como bien pre-sintió Wittgenstein: “El sentido del mundo debe quedar fuera del mundo”. El caótico Minotauro que aguarda en el oleo de Mason, lo sabe, pero nunca nos lo dirá. No nos queda sino penetrar allí, y sentirlo en carne viva.
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La violencia y la mitología son otras de las constantes para comprender a Masson. En su obra bien puede hallar un contrasentido, quien esperaba ver al ejercicio hermenéutico libre de toda imposición metafísica. Pero toda tentativa por interpretar al ser conlleva una pre-comprensión del mundo, que determina su manifestar: el hilo del logos que nos había ayudado a explorar los ínferos del alma, de acuerdo a la desgarradora sabiduría de la pintura de Masson, al final termina por constreñirnos hasta el agotamiento. El último instante de nuestro mistérico pero vano sacrificio, nos deja ver que la silueta de sinuosa Ariadna que había trazado el cordel, no era más que un umbral que se soñó salida, y que ahora se difumina para toda la eternidad.
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