En términos convencionales, la expresión arte abstracto se relaciona con una de las experiencias más singulares de la vivencia estética, muy particular de los tiempos recientes: el agotamiento de la convencional relación entre la imagen pictórica y los elementos de la realidad.
Fue en la década de 1880 cuando aconteció el surgimiento de los movimientos post impresionistas y se hizo manifiesto el desafío de la fotografía. Con ello, la trayectoria de la representación pictográfica occidental devino en una crisis nunca antes vista. El evento que desencadenó esta situación fue el abandono de la noción de mímesis, noción relacionada con el pensamiento de Platón, que comprende a la pintura como un mero intento de representación de la realidad.
De acuerdo a diversos especialistas, lo que distingue al arte de los últimos tiempos, de todo el que se ha cultivado en siglos previos es el tránsito de lo figurativo a lo no figurativo, o, en términos más concretos, la llegada de la abstracción. En el lenguaje de la historia del arte, el abstraccionismo corresponde a una de las famosas vanguardias del siglo XX y surgió justamente en 1910, cuando el maestro ruso Vassily Kandinsky realizó Improvisación, la primera pintura abstracta. Pero también se reconoce que, en esas mismas fechas, el holandés Piet Mondrian arribó a resultados estéticos parecidos a los de Kandinsky, pero por medio de una vía por completo diferente. Por lo tanto, existen dos caminos distintos para llegar a la abstracción pictórica y vale la pena conocerlos.
La primera alternativa, la de Mondrian, consiste en un método de simplificación de la realidad, tan pronunciado, que consigue modificar su apariencia hasta lo irreconocible. Un famoso ejemplo, lo tenemos en la serie del árbol, por parte de este respetado creativo. En ella, Mondrian desarrolla una secuencia de esquematizaciones continuas hasta que, de manera natural, la representación se transforma por entero.
La segunda vía, la manejada por Kandinsky, implica una construcción autónoma generada por la psique, una imagen fantástica completamente separada del mundo natural. En los trabajos de Kandinsky las formas están relacionadas, no con los estímulos sensoriales desde el exterior, sino más bien, con la voluntad interior del creativo. En estas obras, el signo, sin las ataduras de lo representativo, cobra vida y se justifica por su propio manifestar; las formas y las líneas presentes en estas figuras componen relaciones rítmicas, sin describir nada natural, sino únicamente con relación a las leyes internas de la obra, tal y como sucede con una nota musical, con su sonoridad propia, dentro de una vasta melodía.
Ambos caminos hacia la abstracción se corresponden con sendas posturas filosóficas. La alternativa de Mondrian se acerca al neoplatonismo, en donde una representación fenoménica, al tornarse abstracta, transita a lo esencial. En el caso de la alternativa de Kandinsky, sería el neokantismo, el discurso filosófico el que podría dar cuenta de su estética. La abstracción de Kandinsky da testimonio del afloramiento a la superficie de los esquemas mentales por medio de los cuales un artista/contemplador brinda sentido a lo que percibe.
A final de cuentas, más allá de las relaciones posibles entre arte y pensamiento, lo único cierto es que el arte moderno ha encontrado en la abstracción una de las más grandes aventuras conceptuales y filosóficas nunca antes llevada a cabo.
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