El pensador estoico Epicteto, en algún pasaje de su célebre “Manual”, considera que hay ciertos acontecimientos de la realidad que dependen enteramente de los afanes y empeños propios, como por ejemplo, nuestros juicios, perspectivas, pensamientos e incluso deseos. Pero también existen otras cosas que definitivamente escapan a todo control que pueda intentar aplicarse sobre ellas, como serían los procesos corporales, la imagen pública, la riqueza o el poder. A juicio de este filósofo griego, lo que está al alcance de nuestras capacidades, de nuestro control, es libre por naturaleza, y por lo mismo, no debe ser limitado ni coartado por ninguna injerencia exterior. En contraste, lo que no depende de nuestro arbitrio, no merece la pena, por ser un conjunto de aconteceres corruptos, guiado por intereses ajenos y mezquinos.
El pensador estoico Epicteto, en algún pasaje de su célebre “Manual”, considera que hay ciertos acontecimientos de la realidad que dependen enteramente de los afanes y empeños propios, como por ejemplo, nuestros juicios, perspectivas, pensamientos e incluso deseos. Pero también existen otras cosas que definitivamente escapan a todo control que pueda intentar aplicarse sobre ellas, como serían los procesos corporales, la imagen pública, la riqueza o el poder. A juicio de este filósofo griego, lo que está al alcance de nuestras capacidades, de nuestro control, es libre por naturaleza, y por lo mismo, no debe ser limitado ni coartado por ninguna injerencia exterior. En contraste, lo que no depende de nuestro arbitrio, no merece la pena, por ser un conjunto de aconteceres corruptos, guiado por intereses ajenos y mezquinos.
Epicteto, de acuerdo a lo anterior, recomienda alejarse de lo que no es enteramente propio, para evitar todo tipo de disturbio interior y una dolorosa pérdida de la integridad. A juicio del también autor de las “Máximas” la clave de la felicidad estriba en reconocer lo que nos pertenece y valorarlo a fondo. Hay que saber encontrar la dicha con lo que poseemos sin más. Todo lo que se ubica en el rango del esfuerzo personal, por lo tanto, vale la pena ser tratado de alcanzar, puesto que así se preserva la libertad de poder ser uno con las cosas y no dependientes de ellas, para nuestro propio existir.
Con referencia a esta noción tan estoica por parte de Epicteto, sería muy provechoso meditar acerca del valor de la educación. Puesto que si bien la llave de una vida satisfactoria depende del modo en el que pensemos las cosas, es decir, la visión del mundo que construimos de acuerdo a la valoración que hacemos de los objetos de la cotidianidad, entonces, es preciso tener la manera de poder pensarlas siempre diferentes e interesantes, gracias a una constante asimilación de conocimientos generales. Porque, ese estímulo de poder acercarse a ellas como si fuese la primera vez, nos obsequiará con un ambiente de fascinación propicio para adquirir sabiduría, y siempre dentro de la conciencia plena de nuestros propios límites ponderada por Epicteto.
De lo que se trata, es de conocer el mundo a través de la cultura y la educación, con todas las fuerzas del alma, para luego reconocer que, si bien no todo lo que pasa en él nos pertenece, nosotros, sí que podemos sentir nuestra vinculación con el ser entero del mundo: Epicteto, desde cierto sentido, nos invita a recordarnos como verdaderos hermanos del cosmos.
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