miércoles, 10 de octubre de 2012

La sabiduría del viajero

No se necesitan conocimientos enciclopédicos para ser un sabio; solo basta con inquirir acerca de la naturaleza de las cosas por medio de un sano escepticismo y una libre creatividad. Observa como los acontecimientos del mundo mudan segundo a segundo: se dice que todo se encuentra en una evolución constante, y aunque es discutible toda idea de progreso, es factible interpretar que todos los objetos denotan una transformación constante, de cara ante nuestro entendimiento. De tal modo que, si la naturaleza se encuentra en una diversificación activa, quien crea saberlo todo acerca de algo, por la cantidad de datos que pueda almacenar en la memoria, siempre se verá rebasado por la propia dinámica de la realidad.


Por eso no basta aspirar a un conocimiento de tipo horizontal acerca de los seres, sino que además, una sabiduría de lo vertical, de lo hondo, de lo profundo, se requiere para tener una mejor comprensión de cualquier suceso que se lleve a cabo en el mundo.

Ahora bien. ¿Cómo conviene acercarse a la vida para intentar pensarla de acuerdo a su actividad incesante? Tal vez el Padre de la Historia, Heródoto, nos pueda dar una referencia para responder a esta interrogante.

Este sabio expone como nadie el valor de un talante abierto y plural para aproximarse a la esencia inasible de los eventos. Viajero incansable, Heródoto, en cada país que visita, se maravilla de todo lo que encuentra, y se interesa por el origen de lo que esta presenciando. Y es así, a base de preguntar a los posibles testigos del acontecimiento, investigando en todas las fuentes de información posibles y lo más importante, registrándolo todo sin distinción, así sea la versión más aceptada y simple de un caso, como la explicación más fantástica y maravillosa del mismo, como Heródoto puede al fin tener un panorama más esclarecedor acerca de la historia de un suceso.

Así entonces, como Heródoto, atrévete a maravillarte de todo lo que te rodea, imagina que lo estas descubriendo todo por vez primera: lo que observas no tiene una razón exclusiva para ser del modo en que lo experimentas, es decir, las cosas siempre pudieron haber sido de cualquier otra manera. Duda entonces de la explicación común para cualquier objeto, e inquiere de qué otra manera pudo haber llegado a tener, ese mismo objeto, el sentido que ofrece ante tu conciencia.

Sabio no es el que conoce mucho de la naturaleza, sino el que puede dudar de la simple apariencia de los objetos, y concebir por su propia cuenta, una manera de pensarlos que incluya todas las posibles versiones de su natural manifestación. Ser sabio es crear para saber, y no tanto creer.








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