En la segunda parte del siglo XX, pocos movimientos artísticos fueron tan influyentes como el Pop Art. No podría comprenderse el panorama actual de la plástica sin el acontecimiento jubiloso del Pop art, en el que sus cultivadores, literalmente, hicieron lo que quisieron. Uno de los artistas que le dio inicio fue R. Hamilton y alguna vez lo definió de esta manera: “Efímero, popular, barato, producido en serie, joven, ingenioso, artificioso, sexy, encantador y buen negocio”.
Andy Warhol, el exponente más famoso del Pop Art, inició su trayectoria creativa como ilustrador de moda y pronto se unió a un grupo de artistas que, en su lúdica manifestación, le dieron color, estilo y mucho desenfado al escenario mundial de la cultura de su tiempo. Warhol estaba lleno de fascinación por las transformaciones que estaban aconteciendo en la sociedad norteamericana, la cual experimentaba una prosperidad nunca antes vista. La gente rebosaba de productos innecesarios y meramente materiales, como televisiones, autopistas y automóviles.
Y entonces, con el Pop Art, el arte, en vez de protestar de manera tradicional, se decantó totalmente a este universo comercial y materialista a través de propuestas tan irónicas como innovadoras: billetes de dólar, limonada y actrices cinematográficas. Un ejemplo de ello es la obra de Warhol “Marylin Monroe en oro” (1962).
Algunas de las estrategias creativas del Pop Art, ya se habían experimentado en otros momentos del siglo XX, como por ejemplos tenemos la guitarra de cartón y piedra de Pablo Picasso y las obras de arte elaboradas con desechos por parte de Schwitters. La diferencia entre estas propuestas y las del Pop Art de Warhol, eran que, a este último, no tales objetos no le interesaban más que por su potencialidad publicitaria y mediática. De tal modo que el arte asumió, en el Pop Art, el lenguaje técnico y formal del mercado.
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