Si bien en la historia de la cultura
occidental se han propuesto muchas definiciones de la belleza, se puede
comprobar que desde los tiempos de los griegos hasta la modernidad, lo bello ha
sido comprendido como un evento natural y no, más bien, como algo derivado de
la actividad humana. Para el poeta griego Homero, lo bello era la luminosidad,
es decir, lo resplandeciente, lo que deslumbra. Para Aristóteles, en cambio,
muy posterior, lo bello estaba asociado a la simetría, aquello participante de
la proporción.
Platón, quien elaboró la teoría más relevante
del arte de la Antigüedad, entendió a la belleza como la patencia del bien que
se manifiesta en las cosas. Motivada precisamente por la belleza de ciertas
cosas en el mundo, el alma evoca- re-conoce- las ideas que han propiciado esta
realidad material. Como los demás griegos, Platón descartaba que cualquier
derivado de la actividad humana pudiera tener belleza plena. Justo de esta
consideración parte la perspectiva platónica del arte como mera copia de la
naturaleza: imperfecta mímesis de la belleza inherente al cosmos.
Únicamente a partir del siglo XVIII, cuando se
gestó la noción de gusto, la belleza dejó de ser una simple reproducción
lograda de la naturaleza y se pensó, en cambio, como un producto de las
elecciones, la sensibilidad y la creatividad humanas. El problema de la belleza
dejó de estudiarse desde una perspectiva eminentemente metafísica- un aspecto
connotativo del ser- para devenir un ámbito de la estética. La filosofía ganó
así, un campo de reflexión dedicado exclusivamente a explicar de manera
racional el fenómeno del arte.
La totalidad de las teorías estéticas del
siglo XVIII y XIX se crearon a partir de la idea de que el arte era algo
dedicado exclusivamente a lo bello, más allá de las notables discrepancias en
cuanto a la definición de este último concepto. De acuerdo a esta suposición,
el artista elegía para sus trabajos los mejores aspectos de la naturaleza, los
temas más atractivos, o bien, transformaba en algo bello, los detalles de la
naturaleza que no lo son de por sí, gracias al arte.
Sólo en los tiempos contemporáneos diversas
poéticas de vanguardia han logrado desmentir este postulado ortodoxo. El arte
no es algo vinculado exclusivamente a la belleza. En las propuestas artísticas
de las vanguardias contemporáneas, se evidencia una investigación de los
aspectos más oscuros de la realidad natural y humana; un deseo por manifestar
los aspectos marginales de la existencia sin ningún ornamento estético. Incluso
voluntariamente, diferentes creativos optan por acentuar esta sordidez por
medio de las llamadas técnicas pobres: materiales de desecho, colores opacos,
ausencia de cualquier acabado, etc. La finalidad del artista contemporáneo
adscrito a la indagación de lo feo, ya no es embellecer lo real sino revelar la
violencia, lo brutal, inherente a su manifestar. El objetivo primario del arte
ya no es la belleza, sino la autenticidad.
La perceptible tensión ética en el arte
moderno y contemporáneo- patente por ejemplo en Vincent Van Gogh- ha acercado
notablemente sus teorías a la filosofía. En la actualidad, cada vez más artistas
se oponen a desempeñar un rol consolador, es decir, de manipulador optimista de
la realidad, tal y como lo decidieron los más importantes filósofos del último
siglo (Nietzsche, Heidegger, Sartre, Foucault, Cioran, etc)
El expresionismo, el cual brotó en Alemania a
principios del siglo XX, ponderó en una perspectiva cruda de la realidad hasta
el punto de la deformación. El artista E. Heckel, en sus trabajos, procedió a
partir de esa búsqueda de lo auténtico a partir de representaciones crudas del existir
y la deformación de sus modelos. El arte contemporáneo maneja un enfoque nada
ortodoxo acerca de los materiales. Diversos artistas han utilizado materiales
de desecho como vehículos expresivos. Un ejemplo paradigmático es el del
artista Kurt Schwitters. Este escultor dadaísta utilizaba cerillos usados,
papeles, colillas de cigarros y cartones.
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