Un tweet y luego otro. En breve ha transcurrido una hora, pero dispersa en una miríada de sentidos compartidos. Twitter nos libera del tiempo, lo esparce. Igual se pierde pero, en cierto modo nos deja fuera de su estéril sujeción, en la vivencia expresiva de su fugacidad.
La vida y el primer tweet comparten una imposibilidad gestadora. Leer todos los tweets hasta el final nos arroja a un silencioso final que se comprende del todo aunque no se enuncie ya nada.
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Cualquier mensaje enviado por Twitter transmite, con la condición de que lleve en sí tanta intencionalidad como la vivencia que lo motivó.
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Escribir cada tweet como si fuera el libro de una vida y comunicar el entero existir con la cordial ligereza de 140 caracteres.
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Ver pasar las horas es vano, pero compartir esa compartir esa experiencia en Twitter es más valioso que una vida fatua consumida en la soledad.
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Las frases se extravían en el silencio que las segmenta, cuando solo se dicen. En Twitter, en cambio, los mensajes fluyen, vinculados por la intención que los hizo brotar.
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Un tweet no satisface por sí solo, su autentica valía se concentra en el deseo que lo antecede y la trascendencia comunicativa que lo prolonga en cada retweet.
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Para que hablar de más si 140 caracteres bastan para por lo menos entendernos.
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De lo que no se puede hablar se debe callar o comunicarse por Twitter: humana trasgresión por todos comprensible.
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En Twitter todo se dice y en la red realmente no hay nadie… (el texto de cada mensaje es elocuente: para comunicar basta y sobra)
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