De acuerdo a Aristóteles, cada
una de las acciones humanas se orienta hacia un objetivo determinado. Y todos
objetivos tienden a una meta última: la máxima felicidad. Todos los elementos
del mundo se orientan hacia el fin que les corresponde y lo consiguen
desarrollando el rol que les es propio. Las personas consiguen ser felices
poniendo en actividad la facultad que más las define: la razón. Por medio de la
vida intelectual los seres humanos consiguen la felicidad. Y es que el
conocimiento, nos proporciona el más grande de los placeres. Quizás no exista
un mayor motivo de felicidad, que la sensación de comprender un fenómeno de la
realidad.
Lo anterior corresponde a una perspectiva
de la felicidad desde un enfoque intelectual. Pero la felicidad también tiene
que ver con el placer físico. Este último es indispensable para desenvolvernos
convenientemente en el mundo. Sin embargo, esto no quiere decir que las
personas deban entregarse a los placeres del cuerpo de manera irreflexiva. Los
placeres físicos, orientados por la razón, son condición necesaria para
conseguir la felicidad humana. En contraparte, ciertas religiones censuran el
placer, para darle preponderancia al dolor y el sufrimiento, elementos que,
aunque amargos, de acuerdo a estas cosmovisiones, son vivencias redentoras que
nos abren la posibilidad de recompensas ultraterrenas.
Otra visión de la felicidad es la
que nos presentan los pesimistas. Para ellos ser felices solo es factible en un
estado cercano a la no existencia. Antes de nacer o tras morir no hay dolor ni
sufrimiento, por lo tanto, la existencia y el dolor se encuentran estrechamente
asociados. Por ello, si no se existe, no se es consciente de que tal ausencia
de dolor, es una forma de felicidad. Por ello, para los pensadores pesimistas,
la felicidad tal vez solo pueda ser pensada como el profundo anhelo de los
seres humanos por no existir.
Una perspectiva más y
completamente diferente de la felicidad es la que la expresa como una
contemplación de lo divino. Las personas muy religiosas aspiran a una dicha
absoluta, no la pasajera que les proporcionan los placeres físicos y las cosas
del mundo. Para lograr la felicidad total, entonces, es necesario contemplar a
Dios. Tal experiencia mística puede darse de dos modos diferentes: por medio de
la meditación espiritual y alejándose de los placeres físicos y además, tras morir,
en la existencia ultramundana.
Por último, existe otra versión
más acerca de la felicidad. En este caso se proyecta como el desarrollo cabal
de las capacidades de una persona. Si se vive conforme a lo que se es, y se
despliegan las posibilidades que se tienen física e interiormente, entonces la
existencia se vivirá con plenitud. Y así, dentro de las normales limitaciones
humanas, se puede alcanzar vida colmada de sentido.
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