Las culturas prehispánicas mesoamericanas no solo nos han legado monumentales vestigios, testimonios de una imponente voluntad de ser. Además de ello, también existen muestras de un afán suyo por comprender sutilmente los misterios de la realidad. Aunado al deseo de conquistarlo todo, el Anáhuac ( "el ombligo del mundo") , en el caso de los aztecas, también hubo sensibilidades que procuraron explorar el ámbito silencioso de su propio ser secreto, allende todo límite, tal es el caso del príncipe-poeta texcocano Netzahualcóyotl.
Flores y canto
Mientras que los aztecas de Tenochtitlán, en tiempos previos a la llegada de los españoles, se afanaban por someter a todos los pueblos posibles, en un esfuerzo por honrar el poderío del gran dios sol-colibrí Huitzilopochtli, en el territorio de Texcoco, aliado de los mexicas, Netzahualcoyotl el emperador, quien se orientaba hacia una tendencia artística delicada- y acaso no exenta de ligera protesta-, en contra de la imposición mexica, la de las “flores y cantos” , de acuerdo a ella, cultivaba una serie de hermosos poemas que exponían melancolía y sapiencia existencial, como por ejemplo este, conocido como “Pensamientos”:
“Es que en verdad se vive aquí en la tierra?
¡No para siempre aquí!
Un momento en la tierra,
si es de jade, se hace astillas,
si es de oro, se destruye,
si es plumaje de quetzal, se rasga,
¡No para siempre aquí!
Un momento en la tierra.”
La finitud como trascendencia
Podemos interpretar el sentido de esta composición- que es el mismo que puede comprenderse en todas las realizadas por Netzahualcóyotl-, como un clamor de insatisfacción ante el devenir de lo real, que se fuga invariablemente. De tal suerte que, todo lo que creemos concreto, lo que se presenta como inalterable, sólido, fundamental, no es más que apariencia.
Pero aquí hay otra interesante vinculación: Netzahualcóyotl pondera elementos de gran belleza (el jade, el oro, el colorido plumaje de los pájaros quetzales), para aludir que en su fragilidad en su finitud se abre una vía para atisbar un espacio, una realidad que no pertenece a este mundo. Netzahualcóyotl, hombre politeísta, bien pudo haber elaborado un himno intenso y hermoso a cualquier tipo de deidad, aun si fuese irrepresentable.
Pero el “Theos” de los griegos, el “Teo” de los nahuas, y el Dios en el que podemos creer, no es aquello que podemos crear, como parece advertirse en la composición de Netzahualcóyotl, y en esa insuficiencia de las palabras, creaciones de "flores y canto", parece hallarse una cierta trascendencia, una fuerza interior que nos sitúa más allá de nosotros mismos, en donde “no para siempre en la tierra” y “solo un poco aquí”, se equivalen en el silencio.
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