La noción de vida, su cabal definición, es algo
discutible, aunque buena parte de los científicos de nuestro tiempo concuerda
en algunos aspectos esenciales. Una de tales condiciones básicas es la habilidad
que exhiben ciertos organismos para realizar copias de sí mismos. Pero además,
las cosas vivas también pueden transformar la energía de su entorno y usarla
para preservar su organización estructural, especialmente para su crecimiento y
proceso reproductivo.
Ahora bien, el virión, una partícula vírica, no
cumple en un sentido estricto con los criterios tradicionales de la vida. En
última instancia, no es más que un vehículo para que se transfiera información
genética- ARN o ADN cubierto por material proteínico- y no se reproduce, no
crece o metaboliza por sí mismo. No obstante, cuando los virus controlan la
maquinaria biológica de una célula, la usan para la replicación de su genoma
vital, para así producir proteínas virales y derivar esos componentes en otros
tantos viriones.
A final de cuentas, los virus parecen evolucionar
como una respuesta a las presiones del entorno, de modo que podrían ser
comprendidos como parásitos simplificados al extremo. Actualmente se sigue
debatiendo si deberían ser clasificados como formas de vida o no.
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