Escritores como Dostoyevsky nos comprueban que existen personas que, en el ejercicio de la literatura, encuentran toda la razón de su ser. De tal suerte que, sus trabajos, son manifestaciones integrales de su existencia. Pero la realidad de tales autores, se encuentra fragmentada por su propio fundamento en el vacío, o en la dispersión literaria. Esto no siempre es agradable, el propio Fedor padeció mucho por ello, pero sÍ es una muestra de suma autenticidad, y eso es siempre admirable. Ahondemos en ello, en las líneas que siguen.
Dostoyevsky es el indagador del vacío de la existencia humana, de su escisión insalvable con lo religante, del aislamiento absoluto de los hombres, en el espejo abandonado, de sus vacuos discursos. Por ejemplo, a fin de no desaparecer, el confundido protagonista de su novela “El doble” (que acaso debe mucho al Poe-otro genio incomprendido- de William Wilson), encuentra una (sin) razón de los avatares tortuosos de su aislamiento moral y vital, en la irrupción de su otro yo, su doble, pero malicioso, calculador, irónico. Identidad y diferencia, el ser y los entes, la fractura ineluctable de lo humano se manifiesta en la trágica, absurda (acaso aquí nació también Kafka, otro doble) antiodisea de Goliadkin, que es la de todos hoy por hoy.
El demonio de la perversidad
Pero en cada ser humano se esconde un alma en perpetua indignación contra esa esencia errabunda, ese doble nefando y burlón que nos ha abandonado. También Poe la vio partir para siempre, y el hombre de las multitudes que se afanaba por buscarla, no era más que el antecesor del hombre del subsuelo, el poseso del demonio de la perversidad, un individuo gris, con rostro de grito (Munch), que encuentra hasta la más mínima ocasión para torturarse ridiculizándose ante los demás. Este ser oscuro, aparece en varios trabajos del maestro ruso, pero con otros nombres, como otros hombres; a final de cuentas, sólo simples palabras, máscaras para una ausencia.
La ausencia de Dios, el anhelo de lo Otro
Esa es precisamente la ausencia que anega todo corazón humano. Algunos como Aliosha Karamazov, Chatov, o el príncipe Mishkin, buscan paliar la ausencia de ese ser que lo era todo, en una ofrenda desesperada hacia los otros, que son como el yo perdido. Pero el doble no desaparece y ante el fracaso de estos mártires, no le queda sino manifestarse en discursos delirantes y lúcidos hasta lo suicida: el sabio letal Kirilov, el visionario homicida Raskolnikov, el gran inquisidor, Ivan Karamazov. La voz del doble en nuestro tiempo ha olvidado la otra voz, la del antes autentico ser. Ese olvido es el gran hallazgo de Dostoyevsky, porque nos define, porque nos comprende. Somos la otredad que se olvidó. Ese es el castigo y el crimen de quien nunca pudo ocultar los ecos de su propia nada.
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