Los alpinistas Andrew C. Irvine y George Leigh-Mallory estaban, el 8 de junio de 1924, a solo 300 metros de alcanzar la cima del Monte Everest. Sin embargo, en un instante, una súbita niebla y una ventisca ocultaron a los dos alpinistas del telescopio que había sido instalado en el campamento base. Desde entonces, jamás se les volvió a ver.
La montaña más alta del mundo, el Everest, fue conquistada de manera oficial en 1953 y no obstante, es factible que dos exploradores, Irvine y Leigh-Mallory, hubieran llegado a su cima, treinta años antes. Leigh-Mallory tenía 36 años de edad. Había formado parte de dos intentos previos por conquistar esta misma cumbre. De acuerdo al jefe de esa tercera expedición, llegar a la cima del mundo se había transformado en una cuestión personal para Leigh-Mallory.
En contraparte, Irvine no tenía mucha experiencia en el alpinismo, pero sí un excelente manejo del incómodo y voluminoso equipo de oxígeno. La noche previa a su desaparición, habían acampado a unos 8,170 metros de altura. Fue cuando decidieron enviar a sus sherpas (guías nativos) abajo, para avisarles a los demás miembros de la expedición que al día siguiente esperaban llegar a la cima del Everest.
Por algún motivo partieron tarde o hallaron problemas en la primera parte de esta escalada. Eran ya las 12:50 cuando los demás alpinistas pudieron observarlos a una altura de 8,600 metros. Fue entonces cuando se cerraron las nubes y el único rastro que pudo hallarse de Irvine y Leigh-Mallory fue un piolet, tirado a lo largo de su ruta, en 1933.
Se piensa que los alpinistas pudieron haber caído en una grieta o tal vez fueron sepultados por un alud que los alejó por completo de la cima del Everest. La respuesta a esta desaparición, quedó oculta en las nubes de la llamada “cima del mundo”.
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