No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la
miseria
Dante Alighieri
¿Fue la juventud y belleza de la musa perdida,
más que el aventurarse a conocer los misterios del Cielo, lo que motivó a Dante
a realizar su prodigiosa travesía a través de las regiones ultraterrenas?
Borges ya bien advirtió que, tras la gloria de su colosal odisea, se oculta la
sombra de un doloroso fracaso: baste ver la reacción vacilante del poeta ante
Paolo y Francesca, adúlteros condenados en el averno a constituirse en un solo
ser, agitado por tempestuosos vientos para toda la eternidad. ¿Cómo no envidiar
tan dulce tormento, si como Dante, imagináramos padecer tal perennidad al lado
de nuestra Beatriz anhelada?
II
En la lozanía de la vida se sufre de cierta afición por el
vértigo de lo mudable. Por eso, los jóvenes buscan siempre maneras diversas de
asumir su condición de sujetos, explorando su “yo” hasta el límite. Sin
embargo, hay una cierta luciferina rebeldía en tal deseo, si se observa con la
mirada del amor verdadero. Por eso Dante no titubea al asignarle un tormento a
Mirra, mitológico personaje que se disfrazó con el fin de seducir a su propio
padre. Así entonces, quien se arriesga a la trasgresión absoluta en el amor,
rebosa excesivos deseos de vida, algo sin lugar a dudas demasiado peligroso y
tentador para escapar del cautiverio en la ultratumba infernal.
III
Contra la muerte, silencio imperturbable, no existe mejor
antídoto que el carnavalesco y jubiloso bullicio de la edad núbil, en donde
todo parece posible y lo más prohibido es una atrayente invitación. Por eso,
cuando Dante y Virgilio se encuentran en las alturas de la montaña del
Purgatorio, en la cornisa de la Lujuria, el himno de los espíritus condenados
en llamas hace referencia a la joven ninfa Hélice, que incapaz de contener sus
ímpetus silvestres, rompe el voto de castidad impuesto por Diana a su séquito y
se arroja al placer de los brazos de Zeus, perdiendo así los favores de la
deidad cazadora. Hélice recibe de Zeus, no obstante, la gracia de ser transformada
en constelación y adornar así al firmamento inmenso. Su indómita pasión, ahora
manifestada en luz estelar, acompaña hoy a los enamorados solitarios, quienes indecisos,
suspiran su amor silencioso, ocultos en la soledad del bosque sagrado de Diana.
IV
Finalmente, Dante alcanza la cima de la montaña del
Purgatorio. Allí, en un paraje selvático, colmado de cautivantes formas
silvestres, Dante se encuentra en el Paraíso Terrenal. Incluso una enigmática
damisela que habita el lugar, parece encantarle y hacerle olvidar por un
momento a Beatriz, motor de su largo viaje; y además le motiva con sus
sonrisas- en ese lugar henchido de simbolismo-, la oportunidad de sentirse un
nuevo Adán con su hembra irresistible.
¿Será por eso que cuando por fin aparece Beatriz y cubre de reprimendas
a Dante, éste acepta los reclamos con llanto dolorido y algunas frases breves
de excusa? Quizá el haber emprendido la sublime travesía “en la mitad del
camino de la vida”, es decir, en la plena juventud rebosante de deseos, saboteó
al final el éxito de la misión heroica del artista florentino de recuperar a su
casta Beatriz. ¿Otra vez perdido el Paraíso o el honesto reconocimiento de que
su auténtica y única localización está en las regiones más ardientes del
interior de los hombres?
V
En La “Vida Nueva”, Dante relata como al cruzar saludo con
la adolescente Beatriz, mientras paseaba en Florencia, un relámpago de amoroso
pudor lo invadió y huyó trémulo a refugiarse en su habitación y allí, en el
silencio, comenzó a repetir el dulce nombre de la joven, a fin de capturar la
esencia de su hermosura.
Y quizá el Dante de La Comedia, en las alturas del Paraíso
Celeste, entre ángeles y santos coronados, al contemplar como su Beatriz lo
abandonaba, para elevarse junto a las potestades celestiales y adorar al
Creador, recordó con amargura ese encuentro breve y definitivo y se percató con
el corazón desgarrado, que ni la peregrinación a través de mundos aterradores y
etéreos, ni la purificación de todo su ser, fueron suficientes para conmover a
esa mujer inalcanzable, misma de la que escribe Dante— y ya Borges destacó
estos versos — “así tan lejana como parecía, me miró, se sonrió, y se volvió
hasta la eterna fuente”.
Pobre Dante: tan sólo obtuvo una sonrisa ambigua, como
aquella regalada en las calles florentinas: una sonrisa irónica, volátil y
fugaz, tan engañosa como el centelleo de las frías estrellas.
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