Trepé al castaño y observé sin pestañear: en un hueco del tronco algo se movía, me miraba. Reconocí mi propio rostro, oculto. Abrió la boca. Me deslicé por ese conducto de humedad y ecos. Caí en un extraño páramo de arbustos torcidos. Caminé; lo dúctil de suelo me desagradó: era piel humana, el horizonte entero. Corrí hacia los arbustos. En cada uno descubrí deformada mi propia persona. Y en la luna mi faz inmensa, grotesca, espiándome. Un viento furioso: mi voz en alaridos. La luna acercó sus fauces a la tierra. Todo se estremeció en atroz agonía.
***
Trepé al castaño y observé sin pestañear: allí, desde un hueco del tronco, alguien me susurró: —Te voy a decir un secreto . Mientras has estado aquí el mundo ha cambiado dolorosamente: cuando bajes ya nada será igual; ni siquiera sabrás si tú eres el mismo. Y el silencio es el único que puede aclarar tus dudas. ¿Quieres oír su voz?
Ante ese nido de sombras me estremecí.
Pensé en huir inmediatamente. Descender. Pero desconfié.
Seguí trepando.
Desde lo alto: el horizonte. Ante lo que vi entonces me sentí desfallecer.
Abajo, en las profundidades del tronco, se escucharon insidiosas risitas.
***
Trepé al castaño y observé sin pestañear: por fin descubrí la trampa...Entonces desperté. De nuevo al pie del castaño. Sollocé. Tenía que lograrlo. Reemprendí el ascenso. Mientras, pensé en lo que había sido mi vida, tan llena de fracasos y frustraciones. Y Diana que había huido con él. No era justo. Subí con furiosa presteza. La punta del árbol se avizoraba. De pronto, un canto lejano: la dulce voz de Diana. Observé sin pestañear. A la distancia, ella y él, amándose entre las flores. Odio, celos. Perdí el tronco. Caí. Entonces, desperté.
(De nuevo al pie del castaño.)
***
Trepé al castaño y observé sin pestañear: había llegado al Cielo.
Beatriz me recibió. Sobre nubes de tono esmeralda se alzaban inmensos troncos de nobles castaños, tan altos algunos que se perdían en las estrellas. Quiso ella mostrarme más. Pero al descubrir al más imponente de aquellos árboles quise treparlo también; conquistar su cima. Beatriz, angustiada, buscó persuadirme. Mas inmerso en mi propósito no quise escucharla. De pronto, a cierta altura, me deslumbró la luz celeste. Resbalé. Cuánto caí, lo ignoro. Cuando reaccioné estaba entre torcidas raíces y junto a Dante, quien al verme me dijo: —Virgilio, ¿tú también?
***
Trepé al castaño y observé sin pestañear: al pie de aquel mismo árbol estaba yo, serrucho en mano. Sonreí.
Publicado originalmente en:
http://axxon.com.ar/rev/182/c-182cuento3.htm
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