El pensador italiano Giorgio Colli, considera que, la
experiencia humana de la sabiduría, ha de transitar con todas sus consecuencias,
la ruta del discurso, del “logos”. Y para esto ahonda en el testimonio de otro
gran sabio griego como Heráclito, en este caso Empédocles, comentando un
fragmento[1]
de su poema, en donde se alude a Apolo como una interioridad mística y
escondida, un “corazón sagrado e inefable”, lo que se relaciona con la lejanía
metafísica de la deidad con respecto a la realidad de los hombres[2],
pero que a la vez, es una acción sometedora y devastadora en la dimensión
humana.[3]
Para Colli, es muy significativo y concuerda en grado sumo con sus
consideraciones esenciales sobre Apolo, que en este mismo fragmento Empédocles
relacione directamente a las flechas del dios con los pensamientos, puesto que
así se comprueba lo reflexionado por Colli con referencia al pasaje citado del Timeo platónico que mostraba en la
actividad de la razón un rasgo específico de la influencia apolínea.
Colli retoma el tema de la
adivinación y a su preeminencia entre los griegos antiguos; y a partir de esto
se cuestiona; ¿Expone este evento alguna otra clave de comprensión con
referencia al fenómeno de la sabiduría griega en su conjunto?
Y bien, para Colli en efecto, la
adivinación conduce a una honda reflexión acerca de que si comúnmente la
tendencia a la actividad mengua en quien está persuadido de que el futuro es
anticipable; en contraste, en los griegos antiguos se puede hallar una inédita
circunstancia: la existencia simultánea de una confianza total en los augurios,
con referencia a los efectos de su intervención en el flujo de los eventos, por
un lado; y también otra con relación a la circunstancia de arrostrar tentativas
sin esperanza de éxito, o que evidentemente contradigan a los anuncios de la
deidad. Pero para Colli es posible comprender tal contradicción, esa de la
presencia patente de una voluntad de
lucha[4],
en individuos conocedores de su inexorable destino[5],
si se toma en cuenta acerca de que esa gran relevancia de la adivinación en los
griegos, no iba atada a una primacía de la necesidad en lo real, dentro de su
perspectiva.
Esto lo explica Colli considerando que el conocimiento del
porvenir no equivale a una circunstancia de necesidad fáctica en el mundo. El
mundo no es necesario solamente. Si
alguien es capaz de anticipar lo que sobrevendrá, esto no implica la
concatenación de acontecimientos o de situaciones de objetos que dará como
resultado dicho porvenir. Para Colli la necesidad refiere a cierta manera de
comprender dicho eslabonamiento de eventos, pero esto no conduce forzosamente a
una noción de necesidad.[6]
Colli reflexiona:
Un futuro es previsible no
porque exista una conexión continua de hechos entre el presente y el porvenir,
ni porque de algún modo misterioso alguien esté en condiciones de ver por
adelantado dicha conexión de necesidad: es previsible porque es el reflejo, la
expresión, la manifestación de una realidad divina, que desde siempre, o mejor
independientemente de cualquier época,
lleva en sí el germen de ese elemento para nosotros futuro.[7]
De esta
manera, para Colli un porvenir es anticipable por ser la manifestación de una
dimensión divina que, allende la temporalidad humana, condensa en su ser la
semilla de ese preciso futuro para el ámbito de los hombres. Entones, de esta
manera, Colli explica que tal evento esperado puede no ser el efecto de un
encadenamiento necesario y de la misma manera sea también augurable.
Colli propone que el azar y la
necesidad se confunden para brindarse a la humana experiencia, como bien parece
sugerirlo Heráclito cuando dice “El sol es nuevo cada día”[8].
Esa mixtura entre azar y necesidad, es acorde con la dualidad inherente a
Apolo. Si lo define también la locura, no tiene esto correspondencia con lo
ciego necesario, sino con la fuerza del arbitrio[9].
Y también, observa Colli, su discurso, la voz vibrante de la Sibila , sorprende algo en
toda su manifestación exaltada: ¿Cuál es el mensaje de ese torrente de imágenes
y de alucinaciones?
No igual desvaríos o equívocos, sino
más bien y sorprendentemente máximas moderadoras, llamados a la templanza, a la
autolimitación de sí: “Nada en exceso”, “Conócete a ti mismo”. Colli considera
que Apolo comunica así a los humanos que la realidad divina es infinita,
inmarcesible, y por ende, voluble, inasible, veleidosa; y sin embargo su voz en
la esfera humana se escucha como una conminación a la racionalidad, a la
necesidad más franca.
Es notorio y muy significativo como,
a través del discurso de Delfos, Apolo instruye a los humanos a no excederse,
mientras que en contraste, el por su cuenta expone una pasión desbordada. Colli
observa en esta contradicción un desafío del dios; Apolo instiga indirectamente
a los humanos a desatender sus designios. Tal sentido puede identificarse en
los discursos de los oráculos, en su enigmática oscuridad. La intrigante ambigüedad de la palabra de Delfos señala la
separación, la distinción entre el ámbito de los dioses y el de los hombres.
Conviene recordar aquí, por lo tanto, el señalamiento de Colli acerca del
talante violento y lúdico con que Apolo entabla comunicación con los hombres:
de allí justamente el carácter críptico de los enigmas, puesto que conllevan un
gran caudal de agresión contenida, de malicia.[10]
Además es menester para Colli
subrayar que el enigma gozaba ciertamente de una enorme importancia en la Grecia arcaica, y esto,
relacionado con los orígenes de la sabiduría, conlleva una valía independiente,
que escapa por completo del ámbito exclusivamente relacionado con la figura de
Apolo, puesto que la adivinación y el enigma, según Colli, parten de una fuente
primigenia común. Esto fue clarificado anteriormente con la cita del diálogo Timeo y Colli procede a clarificarlo con
cierto pasaje[11] del Banquete del mismo Platón. Sin embargo,
a partir de cierto momento antiquísimo, el enigma procede a separarse del
fenómeno de la adivinación. Esto se hace patente en el siniestro mito tebano de
la Esfinge. De
igual manera en esta ocasión el enigma brota de la mala voluntad de un ser
divino, expresión de un cruel talante desde la otredad con respecto, a la
realidad humana.
Pero aún desde tiempos arcaicos el
enigma procede, paulatinamente, a alejarse del ámbito divino que le
correspondía, para arribar a la realidad humana como el objetivo de una disputa
entre los hombres por obtener la sabiduría. En este sentido Colli cita al geógrafo
Estrabón[15], que
relata como Calcante, tras volver de Troya, halló a Mopso -nieto de Tiresias- y
al comprobar que era un superior adivino con respecto a él, murió de pena. El
que sean dos adivinos los que disputen
por la filosofía, señala para Colli la procedencia religiosa del enigma, aún en
su vertiente humanizada. Otro detalle con respecto a lo antedicho, se refiere a
la diferencia pasmosa entre la futilidad de la forma de los enigmas, con
respecto a sus mortales consecuencias[16].
Señala Colli: “Semejantes elementos discordantes de la tradición revelan la
intervención de un arbitrio divino, la intrusión en la esfera humana de algo
perturbador, inexplicable, irracional, trágicamente absurdo”.[17]
Colli observa aquí la presencia
invasiva en la realidad de los hombres de un elemento misterioso, aterrador,
irracional y devastador en su inaprensablilidad.[18]
Colli piensa que tras la figura de
Heráclito- quien como veremos en el tercer capítulo, en su reflexión particular
el enigma tiene un rol preponderante- los sabios se concentraban más en los
resultados del enigma que en el enigma propiamente. Colli encuentra en
Platón, antiguos rastros de esta precisa
circunstancia; ecos que dan la pauta para una comprensión más definida de tal
acontecimiento. Y así, de acuerdo a cierto fragmento del diálogo platónico Cármides, el enigma, para Colli, emerge en el momento en que “el objeto del
pensamiento no va expresado en palabras”[19].
Y por esta misma razón, alude a determinado estado de conciencia místico, en el
que una singular vivencia interior resulta indecible[20].
De tal suerte que, el enigma, es la expresión de lo divino, del misterio, de la
otredad manifestada en una interioridad críptica. El discurso es algo distinto
siempre de lo que pretende quien se comunica a través de él, de modo que en
cada ocasión se muestra intrincado, complejo, como un acertijo. Colli encuentra
otra evidencia del nexo entre el enigma y lo místico cuando en el diálogo
platónico Fedón se lee: “muchos son
los que llevan el tirso, pero pocos los poseídos por Dionisos[21].”
Hondos ecos órficos se perciben en esta cita, que parecieran por su propia
cuenta, palabras de enigma por sí mismas.[22]
La enunciación, la estructura
capciosa es un rasgo definidor del enigma. Y esto lo explica Colli señalando como
con la irrupción del enigma en el ámbito humano se va configurando una
formulación de él en donde lo críptico se acentúa. Colli percibe como este
cambio de estructuración del enigma, va ligado directamente con la aparición de
los primeros sabios, y se desarrolla del modo siguiente: en primera instancia el
dios motiva una contestación a través del oráculo, y “el profeta”, dicho en
términos de Platón, se erige como un mero intérprete del discurso de la deidad,
en un acontecimiento que le corresponde enteramente aún, al ámbito religioso.
Posteriormente la divinidad propone un enigma por medio de la Esfinge , y el hombre ha de
resolverlo, so pena de perder la vida.
Y al final dos adivinos, los citados
Calcante y Mopso disputan entre sí por motivo de un enigma. En esta última
etapa, el dios ya no tiene que ver nada, y aunque persista un elemento
religioso, destaca un fenómeno inédito:
el agonismo que se manifiesta aquí es un ámbito de relaciones humanas en el que
se juega la existencia entera. “Un paso más y cae el fondo religioso, y ocupa
el primer plano el agonismo, la lucha de dos hombres por el conocimiento: ya no
son adivinos, son sabios, o mejor combaten por conquistar el título de sabio”[23]
[1]
“En sus miembros no está provisto de una cabeza semejante a la del hombre , ni
de su torso parten dos brazos, no tiene pies ni rodillas veloces ni genitales
vellosos, sino que sólo un corazón sagrado e inefable se movió entonces, que
con veloces pensamientos se lanza a través del mundo entero tirando flechas”
tomado del Poema de Empédocles, apud. El
Nacimiento... p.46
[2]
“Nuestro Dios es el Deus absconditus: el Dios oculto. ¿Pero por qué? ¿Por qué
es necesario que seamos engañados respecto a la naturaleza de la realidad? ¿Por
qué se halla camuflado en una pluralidad de objetos heteróclitos y ha
disfrazado sus movimientos en una serie de procesos debidos al azar? Todos los
cambios, todas las permutaciones de la realidad que vemos son expresiones del
desarrollo decidido de esta simple, esta única entelequia; es una planta es una
flor, una rosa abriéndose. Es la zumbante colmena. Es la música, un canto
[...]Vagamos colectivamente en una especie de holograma láser, criaturas reales
en un mundo manufacturado, una escena sobre la cual se hallan instalados
artificios y criaturas en medio de los cuales se desliza un espíritu decidido a
permanecer desconocido.”
Philip K Dick, de su
ensayo, Si encuentran ustedes este mundo malo deberían de ver alguno de los
otros, tomado de http://www.pangea.org/~jaumear/phk4.htm
[3]
Nuestro ser más profundo, lo más auténtico con respecto a nuestra persona,
nuestro corazón vivo en sus ínferos, es un misterio inextricable. Un secreto
propio, que nos apropia. Freud, Jung o Lacan, por ejemplo, han tratado de
explorar y hacer senderos en aquel territorio de sombras desde fuera: a través
del estudio de los sueños relatados, los símbolos y las estructuras
lingüísticas, es decir, de lo expresivo.
Pero como siempre (y en cierto modo como es preciso), de un modo insuficiente y
tentativo. Quizá los artistas y poetas han logrado, con más suerte, traernos
panoramas extraños de aquellas regiones vírgenes del ser, nuestro ser, para
llenarnos el espíritu de pasmo ante tales profundidades impensables, las
honduras siniestras que nos “cimentan” (aunque lo que las comillas resguarden,
lo que contengan, no sea sino un vacío matizado). Entonces, de esta suerte, el
viaje increíble de la nave Nostromo en la película de ciencia ficción Alien
(1979) de
Ridley Scott no sea sino un trayecto hacia la negra lejanía de
nuestros infiernos, al centro de ese “corazón sagrado e inefable” de
Empédocles, una travesía al espacio interior, más que al exterior. (Obsérvese
que acuden por obra de una señal de auxilio: la voz cavernosa del Ello,
ominosa, es insilenciable y demandante, siempre menesterosa de satisfacer un
deseo).
Es posible que el dantesco mundo gigeriano
en el que encuentran los restos de una civilización de viajeros del espacio,
parasitados por los peligrosos alienígenas, no sea sino un prodigioso espejo en
donde podemos entrever lo humano sin matices, sin palabras, ya que en esas
elevadas bóvedas biomecánicas de la ajena astronave abandonada se puede ver
como una matriz grotesca; o en aquel “jockey” del espacio, cadáver momificado
de uno de esos misteriosos viajeros, con el cráneo rasgado por obra de las
criaturas de ácido al nacer, es factible pensarlo como si fuera un feto
malogrado en el interior materno de huesos y metal. Porque es posible que el
enigmático alienígena, asesino furtivo que se llevan a bordo los tripulantes de
la Nostromo ,
ya estuviera allí desde un inicio, puesto que el dios está en permanente
espera, arrojando pensamientos, capciosas
llamadas hacia el exterior. Y lo que emerge del estomago de Kane, en
la sangrienta escena cumbre de la cinta, lo que poco a poco va creciendo y
exterminando a cada uno de los astronautas, no sea sino la encarnación de este
desconocido que nos fundamenta, ese silencio divino y silvestre que aquí asume
la figura de una esfinge de metal y fluidos alcalinos. El carácter engañoso y
traicionero del androide Ash, meras cenizas de un humano que nunca fue, da a
entender esta incertidumbre particular del ser-ahí, que desconoce qué es y
dónde es. A final de cuentas: ¿quién es el androide? (de nuevo la sombra de
Philip K Dick, alumbrando) ¿Quién es el alien?… Somos nosotros, somos nos, esos
aterrados personajes presos en el laberinto de sus propios impulsos vitales,
desconocidos e incontenibles: el extraterrestre no es sino un mero catalizador,
la suma de todos los miedos. En cierta manera es un ángel exterminador, el más
inocente y transparente de todos los pasajeros, por lo mismo de su salvaje
naturaleza explayada sin menoscabo.
Es por eso que tiene que ser Ripley,
aquella singular oficial de navegación, fémina hermosa pero ambigua a la vez,
con un cierto toque masculino, poseedora de dos naturalezas, cual si fuese una
reencarnación del adivino Tiresias, una Manto rediviva con las facultades
bicambiantes del padre, un ser incierto, un ser límite, en fin, quien tiene la
inteligencia y el carácter de reconocerse en ese enigma letal, que deambula
oculto y al acecho por el laberinto cretense que es la nave Nostromo, y
derrotar a este novedoso y sorprendente trasunto de Minotauro que ya no es lo
animal reconocido en lo humano sino lo inerte, lo material, lo cosificado inserto
en lo humano. (Como un Teseo triunfante, que un instante después de su gloria
se percatara de que jamás saldrá ya del laberinto al descubrir bajo su taurina
faz su propio acero traspasándole el corazón) Alien,
el octavo pasajero, es nuestro yo, nuestro maldito yo, diría Cioran, visto en
un espejo; y su reacción ante tal descubrimiento es el mundo que nos res-guarda
¿el lenguaje? La salvación: la aceptación y empatía con la alteridad que nos es
afín: el gatito, y tal vez esa cápsula lanzada a lo incierto no sea sino el arte
mismo, la facultad divina ganada y manifestada por los héroes que sólo lo son
por haberse atrevido a verse, a reencontrarse en el monstruo, en su monstruo, y
a pesar de ello ser aptos a superarse, y a escribir su propio destino sobre la
blanca hoja de la existencia, tan nívea como vacía, como una botella lanzada a
los mares siderales.
[4]
Misma voluntad de lucha que podría haber
acumulado hasta la extenuación Eneas, que logró derrotar a todo y a todos, excepto a su
magno destino: cuando sentía miedo, el valor divino le impulsaba a seguir
combatiendo; si sus seres queridos corrían peligro, el deber le obligaba a desentenderse
de ellos y proseguir su marcha; si en los brazos de Dido, halló la felicidad
humana, la llamada de Italia le conminó a abandonar a la tierna princesa, aún a
sabiendas de las nefastas consecuencias, que a la enamorada le acarrearía. En
el Inframundo mismo, en su visita, ni sombra, ni lamento, ni espanto alguno(a
pesar de su corazón aterrado) pudieron detener la marcha impelida, por la demanda
imperiosa de la Roma
futura. Y al final, si, la historia del gran Imperio fue grandiosa y vasta; luego
llegó Jesús y el mundo prosiguió con sus derroteros. ¿Y Eneas qué? ( Quizá
entonces a Dante, se le olvidó mencionar en su Comedia inmensa, que a su paso
por el Limbo, allí donde los grandes nombres de la Antigüedad padecen su
marasmo infinito, aunque noble, la sombra de Eneas, el hombre, al contemplar a
Virgilio, irradió un odio inmenso, y silencioso.)
[5]
O sirva también como testimonio de lo anterior la triste desventura de Enone: Paris
de Troya se enamoró de esta ninfa muy joven, siendo pastor en las laderas del
monte Ida. Se unieron ardorosamente y de este vínculo Enone tuvo un hijo, el
pequeño Corito. Al enterarse del proyectado rapto de Paris a Helena, la
presagiante ninfa advirtió al príncipe troyano que no llevase a cabo tan
temeraria empresa, pero fueron sus ruegos por demás ineficaces para
persuadirlo. Finalmente Enone sumisa, le suplicó que acudiese a ella si acaso
fuese herido en combate, pues nadie más que ella sería capaz de curarle. Cuando
a la postre fue herido de muerte por una flecha de Filoctetes, Paris retornó
presuroso y afligido al monte Ida implorando a Enone que le curase, pero la
ninfa despechada por el cruel abandono, se negó rotundamente. Así entonces,
Paris murió. Algunas versiones del fatídico mito agregan que más tarde,
arrepentida de su proceder, fue en pos del agonizante. Al descubrirlo muerto
ya, ciertos escritores antiguos detallan que se ahorcó presa del remordimiento,
otros que se precipitó en la pira funeraria de Paris. De cualquier manera obsérvese
un detalle importante: Enone tenía el don de vaticinar el porvenir, ella supo
de su infausto destino desde el primer acercamiento con Paris: aparentó
felicidad aún sabiendo de su adversa fortuna futura; se mostró afligida ante la
partida cruel aún sabiendo que Paris retornaría vencido y suplicante; demostró
dolor ante la defunción irremediable, cuando en el fondo quizás ella lo que
procuró desde un inicio fue precisamente poner a salvo a su amante para luego
reunirse con él, más allá de la muerte, en las sombras seguras del Hades, para
por fin sin caretas, sin secretos, ni interferencias, dedicarse a una
contemplación mutua, fría pero sin perturbaciones, anodina más imperecedera. Porque,
similar al dios, el corazón femenino es un enigma. Y cada latido tiene un
motivo y cada estremecimiento una finalidad cifrada.
[6] v.
Después de Nietzsche, p.50
[7] El Nacimiento... p.48
[8] Es posible que Nietzsche tomara precisamente de
Heráclito la inspiración para concebir su noción del Eterno Retorno, puesto que
Heráclito fue quien mejor concretó una aguda intuición que
manejaron tan abiertamente en sus planteamientos varios de los previos y
también de los posteriores sabios de la Grecia antigua; Anaximandro y Zenón, entre los
presocráticos; o Platón y los estoicos, entre los posteriores a Heráclito. El
sabio de Éfeso afirmaba que: “El devenir pone en la unidad inmediata de algo
una diferencia, pero al hacerlo permite que se retorne sobre sí mismo”. Y es
que la idea de que el tiempo tenga una estructura cíclica, en concordancia con
la aparición periódica de las estaciones, de los ritmos biológicos naturales y
de las constelaciones en el cielo, siempre permaneció como un patrimonio común
de todo el mundo griego, ya fuese en el periodo mítico, ya en el filosófico. Posteriormente
encontramos la misma inclinación intelectual en otros pensadores, aunque
destaca en este sentido Nietzsche, quien desarrollo su teoría del Eterno
Retorno como la piedra de toque de todo su edificio antimetafísico. Nietzsche
escribió alguna vez: “ El mundo se afirma por sí, incluso en su uniformidad que
permanece igual en el curso de los años; se bendice por sí, porque es lo que
eternamente debe retornar; porque es el devenir que no conoce saciedad ni
disgusto ni fatiga”. Este planteamiento ha gozado de una romántica celebridad
desde entonces e incluso puede advertirse este mismo sentimiento sublime en
creaciones como las del escritor alemán Goethe, o en las del talentoso pintor Caspar
David Friedrich. El científico quien estudió más firmemente la posibilidad
de un universo cíclico, basado en pulsaciones u oscilaciones continuas y
siderales, fue el físico Richard Tolman, del Instituto Tecnológico de
California, quien durante la década de los treinta habló acerca de que nuestro
universo bien puede ser un ámbito cerrado y pulsante, pero que no desaparece
tras colapsarse en sí, sino que de inmediato inicia un nuevo ciclo de
expansión. Este proceso de expansión y contracción se reitera y pasa por
infinitos ciclos. Según las ideas de Tolman, antes del ciclo que se vive ahora,
hubo un universo muy semejante al actual, que se contrajo en un poderoso
“átomo” primigenio, cuyas fuerzas en colapsos gravitacionales incalculables
producirían una nueva expansión.
Tal movimiento es el que experimentamos actualmente
en el cosmos. Sin embargo, el famoso astrónomo Stephen Hawking ha cuestionado
esta alternativa en su libro “Breve Historia del Tiempo”, argumentando que el
tiempo ha de tener caducidad, o más bien, que el tiempo inició su marcha en el
mismo instante en que la
Gran Explosión (el conocido Bing-Bang), que separaría toda la
materia para formar el universo. De tal suerte, que si el universo tuvo un
principio, tarde o temprano ha de tener un final también, lo que negaría el
modelo de un universo cíclico, pulsante. El eterno resplandor de un universo en
sus retornos: y quizá sea mejor así, y como bien vio el mejor personaje de
Dostoyevsky- Kirilov de Los demonios-
cada evento cobre su real valor en la singularidad
de su acontecer, y una sola hoja de otoño cayendo al impulso del viento
justifique la existencia del universo entero
[9]
Con respecto al aspecto sagrado que se percibe en cada anticipación del
porvenir, comentemos como, en sus Bucólicas Virgilio, justo en la VI Égloga, habla de dos jóvenes
pastores que en una gruta encuentran a un ebrio sileno dormido. Auxiliados por
una náyade lo capturan. Para ser liberado la vieja criatura de los bosques
ofrece a los jóvenes recitar unos versos que les había prometido. A la bella
deidad le reserva otro tipo de mercedes. Los faunos, las fieras y la entera
floresta parecen danzar al compás de la música de su canto. La sensualidad
expresa del ambiente, la cueva oscura y cálida, la juventud de los
protagonistas y la singularidad de la pareja de seres fantásticos: la belleza
de Eglé la náyade y la lascivia juguetona de Sileno…pareciera que todo se
conjuga para expresar que un ámbito diferente ha sido develado por este pequeño
grupo. Han creado una dimensión escondida ajena a la realidad común, un ámbito
cerrado en donde el deseo, los secretos y el arte rigen por entero y sin
contención alguna. Y además forman el umbral a un espacio y tiempos aislados y
particulares: una puerta a lo sagrado. El canto del sileno cautivo versó acerca
de los orígenes del mundo, del inmenso vacío en donde se entrelazaban
confundidos los elementos básicos de la naturaleza; luego cómo de esta unión se
forjaron las cosas todas: el suelo y los mares, el sol y la lluvia, las nubes,
la selva y los animales. Después, a partir de este pasaje fundamental, habló de
Pirra, de Saturno y de Prometeo. La historia del cosmos a través de figuras
selectas de evocación amorosa y/o extraordinaria se conjugó en la parsimoniosa
recitación del viejo sileno: Hilas, Pasifae enamorada, una doncella prendada de
las manzanas del jardín de las Hespérides. Pareciera que Sileno está ofreciendo
a sus imberbes oyentes una sabiduría mistérica, un conocimiento primordial y
valioso. Les ofrece una experiencia iniciática. Los secretos del mundo
transformarán por completo la existencia de esos simples pastorcillos. Pero,
¿Serán capaces de soportarlo sus espíritus núbiles?
Acaso la sonrisa aturdida del sileno poetizando tenga un sentido equívoco y perturbador. Las imágenes invocadas se suceden sin reposo hasta la mención significativa del joven Galo que errabundo por las riberas de los ríos del Permeso fue hallado por una de las nueve Musas. Ella le condujo a los montes Aonios en donde el pastor Lino, ceñidas sus sienes con una corona de flores y apio le ofrece un caramillo y le dice:“Recibe esto que te dan las Musas y que dieron antes al anciano de Ascra, con el cual solía atraerse de los montes, cantando, los ásperos fresnos. Con él dirás el origen del bosque Grineo, para que no haya así ninguno de que más se precie Apolo.”A continuación citó a Scila, a los nautas de Ulises despedazados por perros marinos y además la transformación de los miembros de Tereo. Metamorfosis, muerte, amor y la presencia continua de lo divino se difundieron por el espacio sagrado de la cueva, alimentando de esta manera el rito para la iniciación de los pastorcillos. Hasta que finalmente: “Todas aquellas cosas que en otro tiempo oyó cantar a Apolo el feliz río Eurótas, y el dios enseñó a los laureles, cantó Sileno: los valles conmovidos las llevan hasta los astros. Al fin mandó recoger las ovejas en los redilas y contarlas, y con pesar del cielo, se levantó la estrella de Venus.” Ahora bien, culminado todo, cabe preguntarse, ¿En que consistió la sabiduría divina brindada en el canto de Sileno?, ¿Qué quiso expresar a sus jóvenes oyentes con este enigmático poema? Tal vez ellos comprendieron, tras escucharlo, que a partir de esa ceremonia extraordinaria una estafeta les había sido entregada. Ahora ellos serían los insignes portadores del caramillo, serían ya poetas, guardianes del ser, cantores del poder de Apolo, quien con el arco y sus dardos, con la lira y su palabra, hiere de lejos, ilumina las cosas con su potestad solar.
Estos jóvenes están ya facultados para enunciar los orígenes del cosmos, los secretos del amor y de la muerte, porque en esa gruta en penumbras lo bello y lo grotesco se manifestaron en una experiencia que sin duda marcaría sus vidas para consagrarlas al arte y al júbilo extático del existir. Pero aún más. Recordando lo ambigua e irónica que nos parece debió haber sido la expresión del viejo Sileno inspirado, podemos preguntarnos: ¿Qué hubiera sucedido si el final del día no hubiera precipitado el cierre del poema recitado por la arcana criatura? Si los versos principiaron con la creación del mundo, y fueron relatando sucesivamente el desarrollo de los acontecimientos señalados de la irrupción de la otredad en la historia del ser…paulatinamente habrían alcanzado a relatar el suceso presente de un par de pastores asombrados al encontrar a un sileno adormecido por el vino en una gruta escondida, para luego capturarlo y… El mundo entero queda entonces cautivo por el canto del Sileno en una repetición infinita, en un circulo de versos divinales girando vertiginosamente en un eterno retorno de la realidad hecha poesía, de la muerte del silencio a la palabra instauradora, de la nada al todo y de este a la nada de nuevo en una dialéctica vital que hace la tarea de los nuevos iniciados obligatoria e insustituible: ahora más que pastores de ovejas son pastores del ser, transmisores del poder de los dioses, intérpretes de sus facultades fundamentadoras, portavoces de su misterio y su trascendencia perenne a través del arte.
Ellos a la vez tendrán que heredar la misión a nuevas voces de una manera ininterrumpida, lenta y azarosa, hasta que llegue el momento en que un poeta mantuano escuche el canto del sileno y escriba una égloga en donde relate acerca de un par de pastores curiosos y su descubrimiento formidable en una cueva, y a la postre un alumno espiritual del mismo Virgilio construya un poema que forje tres mundos para cimentar éste extraño mundo que habitamos y que a veces, en ciertos momentos de fatiga y ensueño, parece dejar ver su entramado secreto: los susurros de una presencia en las sombras escuchando sus propios ecos. Sueño: los pastores al descubrir la respuesta al acertijo y sentir el peso abrumador de la responsabilidad asumida retornan a la gruta para recriminar al Sileno…pero la encuentran vacía, porque los silenos y los poemas sólo existen en el lenguaje (de los hombres) Y la penumbra de la cueva silenciosa y abandonada les hizo pensar en un templo solitario colmado de espejos, reverberando sus mudos reflejos como las miradas de innumerables ojos, perpetuamente abiertos.
[11] “Quienes pasan toda la vida juntos… no sabrían ni siquiera qué quieren obtener uno del otro. Nadie podrá creer que se trate del contacto de los placeres amorosos… el alma de ambos desea alguna otra cosa que no es capaz de expresar; de lo que desea… tiene una adivinación, y habla mediante enigmas.” Platón, Banquete, apud. El Nacimiento... p.54
[12] En el primer episodio de la serie de anime Neon Genesis Evangelion (1994) del genial Hideakki Anno, se nos sitúa en el año de 2015: la humanidad ha sufrido una devastación catastrófica a causa de dos misteriosos acontecimientos: el primer y el segundo impacto, lo que ha provocado el hundimiento de gran parte de las ciudades del mundo. El joven Shinji Ikari arriba a una de estas ciudades semi-sumergidas: la casi vacía Tokio-3. La presencia de Shinji ha sido solicitada por su padre Gendo Ikari, máximo comandante de NERV, una organización científico-militar que tiene como misión salvar al mundo del acoso infatigable de unos seres inexplicables conocidos como ángeles. Es significativo considerar, que la primera criatura que vemos en la serie, sea un temible humanoide que irrumpa desde las aguas. Y es que la primera tentativa de la historia de la filosofía occidental por explicar el mundo fue la de Tales de Mileto, dentro del ámbito de
De acuerdo a la tradición occidental del arte, es difícil
identificar a seres como los creados por Hideakki Anno con el término “ángel”,
que es más gratificante visualizar con figuras bocetadas por el fino pincel
renacentista de Fra Angélico; sería más fácil reconocer la esencia visual de
estos seres en ciertas pesadillas creadas por El Bosco para su Infierno del
tríptico “El Jardín de las Delicias”; sin embargo, si recordamos a la tradición
bíblica vetero y novo testamentaria , así como a posteriores versiones de lo
demoniaco, como los habitantes del averno dantesco; los ejércitos oscuros de
John Milton en “El Paraíso Perdido”, o incluso en la cinta El Exorcista (1973)
de William Friedkin, notaremos como los seres demoniacos se caracterizan por
comunicarse y debatir en grado sumo: son verbo puro, manifestación humana, como
el logos, como la razón que fundamenta el mundo. En cambio, los ángeles, son
seres de silencio y de enigma, que requieren de ser interpretados a través de
la introspección, el dolor del existir o la cercanía de la muerte. Por lo
tanto, tienen razón los que han nombrado como “ángeles” en Neon
Genesis Evangelion, a estas criaturas herméticas y numinosas (plenas de la
sensación mística de lo sagrado, concebida por Rudolf Otto); y como
consecuencia, los seres que se definen por su naturaleza lingüística, a sus
máximos adversarios y opuestos por antonomasia, es decir, en este (¿el único
posible?) sentido, todos los “demoniacos” hombres. La confrontación de Shinji
con su padre, bien podría fundamentar toda la trama de Evangelion en una forma
disimulada pero concreta: es como si la disputa de Gendo y su hijo por la
esencia de su madre desaparecida, fuese una proyección de Freud hacia el
sentido original del mito Griego de Edipo.
Este desdichado héroe, sería Shinji,
obligado a responder, a enfrentar el desafío de la esfinge, un ser tan
fantástico como los ángeles que combate el tercer niño elegido; pero si bien el
destino de la ciudad de Tebas, del mundo postapocalíptico de 2015, se juega en
el enfrentamiento de el héroe contra el monstruo, su propio destino personal,
su existencia se halla en juego al verse en rivalidad mortal con su padre Layo,
que a la postre le conducirá a compartir el lecho de Yocasta su propia madre.
Así Gendo y Shinji parecen simbolizar todo el dilema edípico en esa escena en
la que discuten delante de la presencia gigantesca demandante del Eva 01, la
encarnación de la dulce Yui Ikari, madre de Shinji y esposa de Gendo. Al final
de la serie, en las cintas veremos cómo Edipo-Shinji triunfa al unirse con su
madre Yui-Rei, interior-espiritualmente; y consigue lo que su padre Gendo
ansiaba materialmente, destruyendo a Tebas-Tokio 3-la realidad, en su afán por
recuperar materialmente a Rei-Yui. Todo Neon Genesis Evangelion está en
Sófocles, Lo primero que llama la atención
de la respuesta de Edipo ante el dilema de la Esfinge es que al ser
derrotada en su acertijo, la bestia se arrojara furiosa a los peñascos para
perecer allí. El enigma de la esfinge se refería a la condición mudable de un
ser inverosímil. Al final Edipo descubrió que ese ser plural y deviniente era
ni más ni menos que el hombre mismo.
Pues bien, si recordamos, una de las
claves de todo Evangelion es la figura hermenéutica de Rei Ayanami. Ella es una
niña clonada, pero también una mujer mitad ángel y mitad humano, la más cercana
en esencia al divino Kaworu, aún siendo artificial, un ser de nadas. También es
la gran diosa madre que da renacimiento al mundo, aquella deidad matriarcal de
las eras pre-agrícolas de la prehistoria. Es el amor ideal y además, una imagen
materna para Shinji, simbolización de la humana existencia. Pero también Rei es
el ángel de la muerte, se heraldo principal, y justo al inicio y al final de todo
Evangelion ella se aparece flotando fantasmal como el alfa y el omega de la
realidad: la muerte, como Shinji crucificado al final en su Eva que “sueña que
su sueño se repite, irresponsable, eterno, muerte sin fin de una obstinada
muerte” concebiría el poeta José Gorostiza; y así entonces, Rei es la respuesta
de Edipo, la Esfinge
lo ejemplificó gráficamente: su muerte complementó la respuesta de
Edipo-Shinji: el dijo “hombre”, ella asintió muerte. Dualidad funesta de
destinos entrecruzados, en un abrazo de agonías, sin tiempo y sin esperanzas.
[13] Edipo, aquel heredero perdido de Tebas criado en la ciudad de Corinto, que habiendo sido advertido por un oráculo del mal que podría causar a sus padres con su presencia, se alejó de sus supuestos progenitores sin saber que eran adoptivos, sólo para encontrarse en ocasión infausta en una encrucijada del camino con su auténtico padre, Layo, a quién abatió sin piedad. Luego arriba a la ciudad Tebana, la cual es asediada sin tregua por la pavorosa Esfinge. Edipo se enfrenta entonces a la infernal criatura y resuelve su capcioso acertijo, orillando a la bestia a arrojarse por la cólera de su derrota a los peñascos mortales. Luego en recompensa le otorgan la mano de la reina Yocasta. Posteriormente, ante sequías y calamidades varias que acometen a la urbe, Edipo se ve obligado a descubrir por cuenta propia la causa de la maldición: poco a poco y de una manera detectivesca Edipo va averiguando quien es el culpable de todos los males de la comunidad. Aguijoneado por el ciego adivino, el viejo Tiresias, finalmente resuelve el misterio. Él es el culpable de todo: ha asesinado a su padre verdadero y se ha unido antinaturalmente con su propia madre. La venganza última de
Y sin embargo un artista como David Fincher, en Se7en (1995),
ha sido capaz de elaborar una versión muy particular de este mito tan
relevante; ha mostrado el talento preciso y la intuición necesaria para
trasponer y derivar cada elemento del mítico relato a un ambiente contemporáneo
tan húmedo, sombrío y ácido, que lacera verdaderamente en el reconocimiento
angustioso de nuestra propia actualidad. Verdaderamente como Philip K Dick
intuiría, el discurso del dios nos aparenta sin más, nos hace emerger
dolorosamente; existe una veta de irracionalidad en el corazón del mundo. Cómo
no ver en el joven y tenaz Detective David Mills (Brad
Pitt) a un trasunto
del héroe trágico Edipo, que como bien ha explicado el profesor Carlos García
Gual, asimila en su indagación cuasi-policial todos los papeles básicos del
género: es el detective, el juez, el verdugo y en cierta manera mucho muy
irónica y amarga, el propio criminal. De la misma manera Mills asume
involuntariamente todos estos roles, siguiendo el siniestro plan de John Doe (Kevin Spacey)
en su inédito y salvaje afán por purificar el mundo, asentando un apocalíptico
precedente. John Doe es aquí la esfinge astuta que da cause al enigmático
discurso que proviene de las secretas raíces del mundo, de un mundo humano
arrojado al desamparo de un misterio inexpresable. Los asesinatos del
criminal-esfinge John Doe configuran un brutal acertijo, un lúdico y mortal
ejercicio de trascendencia inaudita, puesto que en su resolución se juega el
propio destino del ser, en cuanto que ser-vivido-desde lo humano y se juega
también además, el sentido de los profundos silencios que lo fundamentan. El
viejo detective William Somerset (Morgan Freeman) compañero de Mills
es casi como un nuevo adivino Tiresias, un auténtico sabio aciago y lleno de
fatiga, que paradójicamente en la visión contemporánea de Edipo, Se7en
de David Fincher se transforma paradójicamente al final, en el único portador
de la esperanza postrera y desesperada del hombre y su posibilidad: simbolizada
en la dulzura sacrificada de la hermosa Tracy Mills (Gwyneth Paltrow)
y su hijo perdido- apenas concebible en medio del caos de la Dite dantesca que lo envuelve
por entero. De nuevo irónicamente, es gracias al hecho de haber seguido
minuciosamente cada etapa, cada terrorífica etapa, de la iniciática ruta
recorrida por Mills gracias a Doe que el derrotado Somerset decide reintegrarse
a la lucha del/por vivir. Tras el devastador desenlace de la trama, hay que
reconocer en Mills, como en Edipo de Sófocles, una cierta nobleza de talante,
muy helénica, puesto que por su afán de alcanzar la verdad absoluta del Todo, a
costa de todo, se encamina sin titubeos al precipicio de la máxima catástrofe. Se7en es
similar a un duro y escabroso ascenso, es cómo trepar por una montaña concebida
por Kaspar David Friedrich, y habitada por criaturas de los caprichos de Goya.
Pero al alcanzar la cumbre, al sobrevivir a ella, obtenemos como premio sentir
en el rostro un Air (Bach) de esperanza, que hace de todo espectador
suyo, un buscador de cierta verdad y de cierta sabiduría- que resuelve enigmas,
que se enfrenta al dios- y que aún siendo trágica, por lo menos perdura hasta
el próximo ascenso, así como el valioso recuerdo de sentirse humano.
[16] “Lo dis-puesto esencia como el peligro. Pero ¿se anuncia ya con ello el peligro en cuanto peligro? No. Cierto que peligros y penurias amenazan desmesuradamente y a toda hora y por doquiera al hombre. Pero el peligro, esto es, el peligroso Ser mismo en la verdad de su esencia, está embozado y descompuesto. Esta descomposición es lo peligrosísimo del peligro.” (Martin Heidegger).
En efecto:
peligrosas y letales consecuencias como lo ilustra la cinta apocalíptica Cloverfield (2008) de Matt Reeves,
Porque, a propósito de Heidegger, el olvido del Ser, el desentenderse de su
enigma, por dar primacía al ser del ente, nos ha conducido a un estado de vana
estabilidad de certidumbres. Pero, como la aterradora criatura de Colverfield que de vez en vez emerge del mar para devastar el
mundo, el Ser sigue allí, enigmático y
hermético, aguardando como esfinge tebana la oportunidad de surgir como
cualquier otra cosa, y sin ser ninguna de ellas, porque su ser no es el de la
técnica, el de los objetos manipulables y aptos al cálculo. Pensar el enigma
bien nos puede hacer recordar que vivimos en un mundo se sombras, y que
cuando por fin se rasgue, no
necesariamente será trascendencia de luces lo que se asome, sino tal vez
manifestaciones límite entre la bestialidad y lo posthumano, lo absolutamente
Otro, lo indecible, lo que nos obligue a expresarlo apresuradamente Todo, en un
agónico alarido que resuma la totalidad de las palabras, o mejor, un silencio
eterno, y entonces ya no seremos sólo el Ser o ( una inmensa sombra que vuelve a las aguas)
o Nada.
“Que no está muerto lo que yace eternamente,
y con el paso de los evos, aun la muerte puede morir”. (Lovecraft)
[18] - ¿Querías hablarme? ¿Querías preguntarme “POR
QUÉ”?
-No hay banda! There is no band! Todo es una ilusión…
-Es un mundo extraño.
Frases de diversas películas de David Lynch
-No hay banda! There is no band! Todo es una ilusión…
-Es un mundo extraño.
Frases de diversas películas de David Lynch
Y es
que como bien adverte Colli, el corazón
del mundo es un enigma. Un
ámbito hermético al que sólo cabe ser aludido. Pero además, ama estar así,
oculto, a resguardo. Porque sólo cabe acercarse a él a través de cierta
ludicidad. Como una esfinge, invita a ser interpelada a modo de desafío. Lo
disfruta. Porque a pesar de que sabe, que ninguna palabra es capaz de
desentrañar lo misterioso de su silencio, ni el silencio de su misterio, adora
poner a prueba a los audaces, que llegan al borde del precipicio del alma, y se
asoman a esas simas infinitas. Puesto que además la mayor parte de las veces,
lo único que pueden entrever allí es el propio reflejo de su ser, pero ahora de
otro modo. Lo mismo pero diferente,
la paradoja máxima, identidad y diferencia dinamitadas en sus cimientos
verbales. Ya que el quid de la cuestión, podría estar cercano al modo en que
expresamos lo inexpresable, siempre de un modo oblicuo, siempre insuficiente.
Porque todo lenguaje, es autorreferencial, es el reflejo de un cristal en donde
nadie se mira. Pero algunos de estos audaces, hermanos intelectuales de
Heráclito, de Colli, no se detienen ante esta capciosidad: aman acercarse lo
máximo posible, al peligroso borde del precipicio; aman mirarse en ese espejo
colmado de vacíos, y tienen la generosidad de participar a los demás de sus
exploraciones arriesgadas y en cierta manera suicidas. Uno de tales poco
juiciosos caminantes de sombras, es el cineasta norteamericano David Lynch . Creador de una obra singular y
poco convencional, este genial artista gusta de internarse en las cercanías del
núcleo de este strange, strange world que es el nuestro, pero que
Lynch en sus cintas, nos hace sentir como ajenos a él. Aunque tras una
cuidadosa meditación de sus propuestas, nos damos cuenta-y-razón (Logos)
de que somos nosotros los que nos hemos hecho distintos y tan razonables, somos
nosotros los paradójicos, somos auténticos freaks hechos de
justificaciones, en un mundo cuya naturaleza auténtica, ilógica y divina,
aguarda la menor fisura en su cubierta verbal para hacerse sentir, con el
sonido cavernoso de una cueva-oreja hallada en un baldío. Lynch, de la estirpe de Buñuel,
y Jodorowsky; del Bergman y de Tarkovski, adora pues, poner en
jaque a todo sentido común, que ni se siente,
ni comunica. Y ataca astutamente Lynch: adosado a los muros de la
ciudadela del delirio, la Dite
de nuestros ínferos más profundos.
Como en su cortometraje The alphabet (1968): el
intento desgarrador por intentar entrever, cómo el lenguaje cubre y encierra el
delirio del mundo, su desnudez inasible; es imaginar cómo nos vemos, desde
fuera, siendo constreñidos por el torturante abrazo de la red verbal, que por
su misma estructura básica, es impuesto y nunca suficiente para acallar los alaridos del silencio. Y es a través de
los umbrales de lo femenino, los sueños y la infancia, figuras paradigmáticas
de la alteridad del ser, como este genio consigue crear fisuras en nuestra
sujeción impuesta a la realidad habitual, la adormecida, la que no quiere
escuchar. David Lynch
nos obliga a oír, y nos da aquí la voz profunda de una soñadora: voz de niño
(Dionisos) porque en lo profundo ni siquiera hemos abandonado al ámbito
materno, somos infantes enclaustrados en humedad y calidez asomados por una grieta,
aterrándonos de lo que hay afuera. Porque en lo profundo, aún
estamos dentro. Pero Lynch nos orilla a girar la vista, y a
mirar que esa profundidad que pensamos segura, no lo es, por inexplorada e
inmensa, por ser un mundo de oscuridades (¿cubierto de rojas cortinas?)
sin domesticar, sin haber sido filtrado por alfabeto alguno. Dentro, también es afuera. Se dice y se expresa, y entonces tal
profundidad ya no es factible de ser contemplada en su totalidad, solo aludida,
sólo señalada. El enigma está fuera y dentro. Nosotros somos tal.
Colli nos lo recuerda: la imagen de una deidad mirándose en un espejo, y
descubriendo fascinada su diversidad. En eso triunfa Lynch. En hacernos conscientes de lo mucho
que nos conforma la inconsciencia, en nuestro (no) mundo superficial, sin haber
tenido en cuenta y razón tal injerencia permanente. “Ahora que les he
contado mi ABC, díganme que piensan de mi”, dice la soñadora, y ¿qué podemos
responderle, si sabemos que el alfabeto que la tortura y la veja, que la
configura y la expresa, en su no esenciado, también es el nuestro? ¿Y entonces,
quién va a pensar realmente algo de/ sobre/ nosotros? ¿Quién está afuera?
¿Ha habido alguien o algo allí alguna vez? Sólo queda por fin escuchar, y nada.
[20] “El sentido del mundo tiene que residir fuera de él.
En el mundo todo es como es y todo sucede como sucede.
La solución del enigma de la vida en el espacio y en el tiempo reside fuera del espacio y del tiempo.
Cómo sea el mundo es de todo punto indiferente para lo más alto. Dios no se manifiesta en el mundo.
El sentimiento del mundo como todo limitado es lo místico.
Respecto a una respuesta que no puede expresarse, tampoco cabe expresar la pregunta.
Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico.
De lo que no se puede hablar hay que callar.”
Ludwig
Wittgenstein, Tractatus
Logico-Philosophicus,
[22] Palabras de enigma, fuga de sentido : “[…] y entonces toda palabra es de fuga, acelera la fuga, ordena todas las cosas en la confusión de la fuga, palabra que en realidad no habla, sino que huye de aquel que habla y lo obliga a huir más rápidamente de lo que huye.” Maurice Blanchot, El diálogo inconcluso, pp.53-54
[23] El Nacimiento... p. 61; v. Después de Nietzsche, pp.33-34
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