lunes, 16 de junio de 2014

El fenómeno de la educación

La educación no es algo que se manifieste por cuenta propia, puesto que siempre se encuentra determinada su manifestación de acuerdo a las circunstancias y el entorno en el que se geste. Por lo tanto, para comprender a la educación, es conveniente interpretarla como un fenómeno, con un trasfondo por esclarecer de muy diversas maneras.


Precisamente eso intentaremos a continuación, comentando algunas de las perspectivas que sobre la enseñanza y el aprendizaje han efectuado importantes personalidades de la cultura.

Aprender es descubrir

De acuerdo al filósofo John Stuart Mill, al estudiante que nunca se le solicita que haga lo que no puede hacer, jamás hará lo que en realidad sí se encuentra a su alcance. Es interesante conocer la perspectiva de un agudo diagnosticador de la cultura como Mill, aplicada al ámbito psicológico del aprendizaje. Y así, el mejor maestro no solo difunde conocimientos, sino también motiva lecciones de vida, que sacan a la luz aspectos inéditos de la realidad interior de los humanos, tal y como lo hace con respecto a la realidad exterior, develando los secretos de la naturaleza.

Fritz Perls, médico neuropsiquiatra y psicoanalista destacado, aseveraba que todo aprender implica el descubrimiento de que algo es totalmente posible. Pensando acerca de esta bella consideración, se puede advertir algo sorprendente y es que, la enseñanza, cuando de verdad adquiere su pleno potencial, proviene directamente de una contradicción: quien educa trata de compartir una visión de la realidad y quien aprende, tiene la obligación intelectual de superar ese paradigma, para hacer avanzar a la sociedad en su conjunto, es decir, abrirle posibilidad al progreso.

Pensar y aprender

El gran Confucio, una de las personalidades más fascinantes de la antigüedad china, estableció que, aprender sin pensar no es más que un vano esfuerzo y de la misma manera, pensar sin aprender, resulta sumamente peligroso. El pensamiento es libertad, pero precisa de la enseñanza enteramente, puesto que, solo en el fenómeno de la educación, encuentra los cauces, las formas precisas para desplegar su ímpetu renovador.

Sin la educación, que en el fondo siempre ostenta una fuerte carga axiológica, el pensamiento se torna errabundo y puede derivar en una irracionalidad ideológica, un nihilismo estéril, que no es sino una forma disimulada de violencia. Por lo consiguiente, pensar y aprender deben ir de la mano. Pensar para abrir horizontes de ser y aprender para darle sentido a la exploración de esos espacios, con toda la nobleza y la racionalidad posibles.

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