I
Creí haber visto a Polia en alguno de los torcidos corredores: un poco de su velo rojo, desplazándose al doblar un cruce en la penumbra, algo de su flotante cabellera sangre, atraída a las alturas por extrañas fuerzas. Acaso he escuchado su risa cristal, sus esquirlas rozándome la piel, agudas e irresistibles. Otros Polifilos han tenido mejor suerte: gesticulan acerca de raudos avistamientos de una figura sinuosa, de clara piel tersa; de unos ojos-abismo en donde precipitarse, acaso un atajo a la Salida. Yo no sé qué pensar, Polia es el corazón de nuestros extravíos en el Laberinto. Pero cuando descanso, fatigado de mi marcha-existir, cuando me hago un ovillo en algún rincón de los pasillos grumosos, mi cuerpo desnudo no sueña nada.
Pero al Ángel si lo he visto y me ha acariciado varias veces: primero se escucha su reptar por las alturas de los muros del laberinto. Luego asoma su cabeza-cíclope y la piel estirada con pinzas metálicas en su cráneo, lo hace parecer un dragón humano de alguna Asia pretérita. Cuando te descubre escapando en los corredores del Laberinto, te pregunta enigmas en una lengua ignota. Sí no gesticulas lo esperado, desenrolla desde sus alturas una lengua con espinas metálicas y te acaricia con ella la piel. Es una agonía deliciosa la producida por su contacto místico: he tenido suerte, he perdido solamente un brazo, un ojo y la nariz… pero he ganado en sabiduría al escuchar su voz de anciano/a augurándome las rutas de mi próximo extravío.
Ahora que he cruzado el umbral, veo todo desde un sitial más elevado, dentro del Laberinto: ahora soy el Ángel, y persigo a los pobres Polifilos en su eterna búsqueda de Polia etérea. Insensatos. Desde estas alturas, el Laberinto se despliega más claramente en su irresoluble configuración. Ahora veo que la verdadera Salida es siempre una Entrada. Lo se ahora. En el firmamento pútrido, las fauces enormes han llegado a pronunciar mi nombre: repto mi deforme figura con dicha acrecentada, extiendo mi lengua bulbosa hacia las alturas en agradecimiento; las fauces del firmamento vomitan fetos de luz verde, divina, y me sonríen. Sí, ¡Qué bello es vivir!
II
Pronto fue hallado por el Ángel. Antes, escuchó susurros en los sombríos pasillos rojos. Poco después apareció la hórrida cabeza, deformada con alambres, asomada desde los muros del Laberinto. Alexis sintió la lengua extensible del engendro, sembrada de puntas de diamante, enroscándose en sus miembros. Dolor, placer a un tiempo. El Ángel, entonces, le propone su enigma, su voz fémino-masculina al unísono: – ¿Cuál es la verdad del mundo?- (la lengua, dolor, placer a un tiempo). Alexis musita su desesperanza: escupe –Mentira y Nada.
El ángel vencido cae. Se estremece en rítmicas convulsiones. Grotesca figura danzando otredades. Agoniza. Un último lengüetazo. Arrastra a Alexis a sus fauces. Lo devora. Negrura. Mentira y Nada.
El ángel vencido cae. Se estremece en rítmicas convulsiones. Grotesca figura danzando otredades. Agoniza. Un último lengüetazo. Arrastra a Alexis a sus fauces. Lo devora. Negrura. Mentira y Nada.
Cuando Alexis recupera la noción de las cosas, ya no está el capullo que lo atrajo. En su lugar, Themia, sembrada entre hielo y vapores, extiende los brazos hacia el cielo y con la boca abierta espera. He aquí el Umbral, he aquí la ruta a Katia, abismo de ojos negros, cabellera de pureza nocturna, inocencia en terciopelo voz. El laberinto se estremece. Las fauces aguardan: ¿te atreverás? Alexis se acerca a Thamia, asentada justo centro del Laberinto. Se asoma a su boca desencajada. Se sumerge en aquel nido de vientos ominosos, voces de secretos de alteridades definitivas. Allí hay resplandores y fosforescencias. Alexis se atreve, se interna en las sombras: cortinas rojas, movidas por ningún motivo en una dimensión extraña. Ausencia. Una figura torcida, abandonada en un nudo de destinos que nadie cuida. Una lagrima de ácido que nadie ve caer. Almas tomadas de la mano difuminándose en penumbras turquesa. El llanto eterno del Niño. La mirada de Themia ojosenblanco-boca umbral-aguardando. Mentira y Nada. Nunca.
III
Un páramo de cenizas y huesos, sembrado de rostros humanos. Sus lenguas erectas y largas crecen como tallos húmedos de bulboso carmesí, ansiando la lluvisalicorrosiva de las sonrientes fauces del firmamento verde. En la lejanía brumosa, ballenas con rostro de anciano, agonizando en llamas, maldiciendo en dialectos arcanos y también, dilatados camellos con cabeza de pez, avanzando ciegamente y rasgando con sus apéndices la nata contaminada de la atmósfera. En las entrañas del mundo, el Niño lerdo y furioso balbucea. Su voz se tornalentagrotesca y cavernosa, cual si fuese la voz de un demonio delirando el tiempo. Alexis avanza en ese paisaje húmedo y asfixiante. A la distancia, una mujer desnuda señalando algo. Alexis se acerca. La mujer desnuda le sonríe. En sus ojos mandíbulas, en su boca, una cíclope mirada parpadeante. Alexis torna la vista a lo señalado. Alexis le mira, con el deforme rostro estirado hacia atrás con grapas metálicas. Chorreando lágrimas y sangre, le señala. ¿Aceptas?
En las alturas Xipe-Totec se ve sorprendido por una levitante morsa acéfala. La bestia arroja varios huevos de luz tibia fragmentada. Al caer eclosionan. Siluetas luminosas se incorporan y luego se abalanzan sobre Xipe-Totec, quien, incapaz de escapar reptando, padece. Su lengua extensa de puntas de diamante, arrancada sin piedad. Pronto, la morsa acéfala deja caer su ano tubular y absorbe a Xipe-Totec junto con los humanoides de luz. Luego labestiamorsamasafofaciega dirige su vuelo hacia las Fauces hambrientas del firmamento. Se ofrenda a ellas. Las Fauces muerden y desgarran la dulciamarga blandura. Al saciarse sonríen.
Mientras, fijo al muro, casi como un relieve antiguo y sangriento, un sufriente Polifilo tiene en sus labios el frío beso de la Dama roja. En algún lugar, una flor canela se agita ante el brillo de una estrella azul. En un manicomio, una joven autista responde a la caricia de un epiléptico torturado y le sonríe. Alexis entonces, muerde los labios falaces, rasga y escupe. Polia boca mutilada/sangrante se arranca los delicados velos, enloquecida. Desaparece. Alexis mira como una mano pálida emerge de la tierra quemada y sujeta los labios sin boca. Como un grotesco títere, la mano le habla con ellos: Quién habla/Alexis/ Rompe el muro/ Escapa.
En el Laberinto, la cola arrancada del Ángel se estremece y repta durante mucho tiempo, hasta encontrar a Themia, sembrada, con los brazos al cielo y la muda boca abierta. La cola sinuosa sube hasta el pálido rostro y se interna en ese hueco profundo de vientos. Themia se agita. Chilla. En las entrañas del mundo, el Niño loco ríe. Del cuello de Themia ha emergido otra cabeza. Gesticulan. Se hablan. Te dicen. Mentira y Nada. Ahora estás en Dite.
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