Por Martha Lucía Gallego López y Jesús Ademir Morales Rojas
Una imagen nos motiva a mirar y a describir con
palabras lo captado, pero a la vez ese discurso define una manera de darse de
la conciencia. Un antiguo libro que hace surgir una roja flor. Es una imagen
que nos hace pensar y expresar tanto. Tal vez estemos ante un libro muerto, uno
muy antiguo. Parecería que tiene muchos años encima, pero se trata de una
temporalidad cargada de vida, puesto que como si fueran arrugas las palabras,
cada una expresa una experiencia vital, algo único, irrepetible y sobre todo
abierto a la humana comprensión.
II
Tenemos un libro viejo, uno que parece inerte,
con marcas de dedos en sus páginas pero también de viento. Revela la huella de
muchas presencias pero también de una ausencia, un vacío que aguarda: un viento
paciente que llegado el momento se lleva consigo las palabras todas,
despojándolas de su sentido, ofrendándolas al silencio- cósmica manifestación
de eternidad-, que lo devora todo, como un libro que se lee una sola vez y se
recuerda su trama una y otra vez, repitiéndola en la memoria- como la vida en
sus ciclos- pero sin volverlo a abrir jamás.
III
Es un libro que acaso ha sido ocultado de la
humedad, la oscuridad y cualquier otro fenómeno que pudiera destruirlo:
estrategias de la entropía para dejar su ser en un arrebatar silencioso. Es un
libro viejo que hace surgir flores. Lo viejo puede ser un estorbo, una
molestia, un fastidio, porque lo nuevo fundamenta su ser en opacar lo obsoleto.
No obstante, quienes realmente saben leer un libro así, quienes sienten lo que
las palabras vertidas en arte buscan hacer sentir y consiguen traspasar el
falso oropel de lo nuevo. Es entonces cuando la voz de lo que se manifiesta en
el silencioso corazón del mundo, a través de las polvorientas hojas de un libro
antiguo, nos hace comprenderlo todo, en una caligrafía de universos en
permanente recreación.
IV
Un añoso libro hace brotar una sugestiva flor
escarlata. Cuántas letras, poesía, historia, aventura, vida, realidades allende
de su propia manifestación, críticas, juicios y contemplaciones caben en este
volumen infinito que podría titularse mundo. Pero ¿Este libro prodigioso, libro
de libros, por quién es leído? En realidad esta cuestión solo puede ser
pre-sentida: pensar en una divina lectura, abierta, libre, plena de
descubrimientos y revelaciones, vale más, es humanamente más comprensible que
la necesidad de un omnisciente lector. La trama del cosmos entreverada de
objetos, pensamientos y construcciones de ideas, lo expresa todo, más allá de
quien la lea: como una flor fragante creciendo en un viejo volumen- que podría
ser cualquier cosa- exhibiendo su belleza natural e infinita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario