Platón expone su concepción del ser a través de tres etapas distintas, las cuales se corresponden a otros tantos modos de interpretar el ámbito de las Ideas. La primera de estas interpretaciones se refiere al ser comprendido como la determinación más común y general a la totalidad de las Ideas. De tal manera que, el ser es entonces el carácter genérico de la Idea.
Pero tal y como sucede con las Ideas, las cuales, de acuerdo a su jerarquía tienen distintos niveles de intensidad o abundancia de ser, tal circunstancia nos obliga a buscar aquella idea que tenga por excelencia ese rasgo ontológico primordial.
Guiado por esa necesidad, Platón encamina sus afanes filosóficos hacia la investigación de un principio que no solamente se constituya en el más elevado de todos, sino que además, se perfile como la fuente del ser de las Ideas, como el crisol de su particular sustancia ontológica y plausible inteligibilidad. Sin embargo, esta última condicionante hace que Platón capte ese principio, lo Bueno, como ubicado más allá de la realidad sensible, misma que no es sino un pálido reflejo de las Ideas.
Idea sin referente
Y así, Platón se da cuenta que el ser, entendido como la sustancia de toda cosa, deriva de un absoluto que, como una suerte de supra-ente, es capaz de dar cuenta de las Ideas y el Cosmos, aunque no sea por creación, sino por la emergencia de tales entes, a partir de ese ser. Tal absoluto no-entitativo se proyectaría como accesible a la intuición, pero no a la definición- como sí lo son, en contraste, las Ideas- y de esta manera, la metafísica se convierte en una especie de misticismo supra racional que posteriormente fue tan caro a Plotino.
Sin embargo, esta misma concepción, expresada de brillante manera en la República, fue cuestionada por el propio Platón en el diálogo Parménides. Lo anterior motivó una honda modificación en su acercamiento al problema del ser. En el Parménides Platón explica que, una Idea sin vínculo alguno con otras entidades eidéticas (relacionadas con la esencia), como lo sería lo Uno de Parménides o lo Bueno, manejado en la República, se colocaría más allá de la realidad esencial y de la realidad material y por lo tanto no tendría sentido de ser: no podría constituirse en la fuente del ser de todos los entes.
La consecuencia directa de tal eventualidad es la siguiente: un principio no entitativo, es incapaz de dar cuenta de los entes, puesto que no tiene ser, en tanto que este último, solo se manifiesta en una relación eidética- lo cual quiere decir-, en un vínculo con algo que es la esencia de otra cosa.
El ser como totalidad de los entes
Como una derivación de esa autocrítica, Platón procede a explicar al ser, en el diálogo Sofista, como un ente total, es decir, la unidad que más concentra en sí, a todas las Ideas y posiblemente también a las entidades matemáticas y los objetos sensibles que participan de ellas.
Desde este enfoque, Platón concibe el ser de los entes y el ente absoluto, como la totalidad de los primeros y por lo tanto, toda indagación metafísica requiere de una búsqueda y análisis casi ilimitados, de acuerdo a la inagotable multiplicidad de la realidad eidética. Platón, para explicar esta última, se vale desde el diálogo Filebo, de la Idea de lo Infinito.
Lo absoluto e ilimitado
Pero, ya en su vejez, Platón maneja una nueva visión metafísica, acaso tratando de paliar la inaccesibilidad del conocimiento del ser en la que derivaban sus dos planteamientos previos. Si hasta entonces Platón había concebido tres esferas del ser: el cosmos sensible, las entidades matemáticas y el ámbito eidético, en adelante separara en este último ámbito a las Ideas comunes y las Ideas matemáticas. Estas últimas, desde la óptica de Platón, tienen una cierta preponderancia, quizás por la influencia del pitagorismo, el cual siempre acompañó a este filósofo griego.
Justo entre las Ideas matemáticas, el último Platón encuentra a la Idea absoluta, es decir, ese super-ente que genera, por vínculo dialéctico con la noción de lo Ilimitado, las ideas matemáticas, en primera instancia y luego, lo que resta de la realidad eidética. Esa Idea Suprema, ese principio entitativo es comprendido por Platón como lo Uno y en la especificación lógica y el intuir axiológico de este absoluto, enfoca todos sus restantes esfuerzos filosóficos.
Y es que, sí la totalidad del ente no es alcanzable, en cambio, el ente supremo, el cual genera esa multiplicidad, sí es aprehensible. Por lo tanto, la metafísica, planteada como saber absoluto, sí es factible para la reflexión humana.
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