La locura comunica, en su confuso manifestar, lo que se quiere siempre oculto, por el bien de lo instituido. Sin embargo, como veremos aquí, la pintura de ciertos artistas, de talante hermanado a la locura, nos hace evidente el núcleo de vitalidad humana- incontenible-, que se expone en su insilenciable furor. Los discursos marginales de las sociedades poseen cierta particularidad que compensa –o justifica- su rechazo y control riguroso. Y es que, las voces marginales expresan más, queriendo ser aisladas o reconducidas a esquemas preestablecidos de limitación comprensiva. Sin embargo, la locura, uno de esos discursos señalados por antonomasia, encuentra en el arte, una cierta libertad hermenéutica que alude a dimensiones exóticas del ser humano; que comunican un mensaje lúcido y devastador en todo momento.
El jardín de los silencios vociferantes
En las obras de Hieronymus Bosch, mejor conocido como El Bosco, por ejemplo, es posible advertir una manifestación soterrada: en esos mundos delirantes y oníricos de peces voladores, animales-cosa, etéreos paraísos de dulce pecado variopinto y oscuros infiernos surrealistas, acaso se oculta un intenso mensaje de soledad, de inadaptación social. Es, tal vez, una irónica voz de otredades que expresan anti-razón, rebelión social y contestación de valores. La Edad Media fue un gran crisol de tales sensibilidades contenidas, que no fueron bien advertidas hasta el Renacimiento mismo.
La locura y el Art brut
Fue durante el siglo XX, que gracias a Freud y a los creadores de arte no figurativo, se revaloró en gran medida esta manifestación en potencia del discurso de la locura. En especial, el artista francés Jean Dubuffet (con su promoción del Art brut) fue el mejor portavoz de las perspectivas pictóricas de los niños, los presos, y los dementes.
Dubuffet organizó exposiciones y detalló acertadamente los contenidos de creaciones en donde se exponía un primitivismo autónomo, natural, originario y genuino; plasmado en obras no intencionales e inconscientes. Arte bruto, ciertamente: signos anónimos, grafitos en paredes, productos de manicomio y garabatos infantiles.
La Nave de los Locos también va
Finalmente volvemos al Bosco, a su célebre obra “La Nave de los Locos”; un grupo de desquiciados son arrojados a su suerte y a una barca, para que sean alejados por la corriente del río, de la buena gente ordenada de la ciudad, a fin de que sus voces molestas se pierdan en la distancia. Y sin embargo, esos balbuceos bien podrían, en este mismo momento, estar relatando nuestra propia historia, la actualidad que compartimos todos, porque el motivo de sus desvaríos, es el mismo que el de los discursos razonables, civilizados y fundamentados: un ansia plena de vida cuyo ímpetu desborda toda forma de expresarse, cual si fuese, parafraseando a Shakespeare, “la voz de un idiota soñando el mundo, llena de sonido y de furia.”
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