Ante un fenómeno del
mundo, quien lo presencia asume una postura: o se piensa como parte de ese
acontecimiento, o toma distancia de él. Pero en primer lugar, ¿cómo
conceptualizamos al mundo mismo? Acaso como una toma de distancia de todo
fenómeno posible (un espacio no manifestante en donde se hace patente todo lo
que se manifiesta, todo fenómeno), y en el segundo, ¿dónde nos ubica esa toma
de distancia? Al parecer en un ámbito enigmático, en donde se gesta todo el
deseo de saber.
En
ambos casos parece revelarse un punto, un no lugar al que accedemos cuando
deseamos conocer totalmente un objeto del mundo, o al mundo mismo, como un
objeto en su totalidad. Pero ¿Qué decir de este espacio secreto? ¿Cómo es que
lo más oculto puede ayudarnos a comprender todo lo que nos rodea?
Tal
vez no sea casualidad que la manera más normal de acercarse cognoscitivamente a
un objeto, sea cuestionando la apariencia que nos ofrece. Esa falta de
información acerca de algo, puede que no tenga tanto que ver con el objeto a
analizar, sino con la posición que asumimos por el deseo de saber: la entrada a
ese espacio del cual no puede afirmarse nada, ni negar algo, pero que nos
permite interpretar lo que captamos, con el lenguaje, el arte y la ciencia.
¿Tiene
algún límite el deseo de saber? Al parecer nuestro universo es ilimitado, de
acuerdo al modo habitual en que lo estudiamos. Pero entonces, el universo es
tan vasto, como inagotables las maneras de estudiarlo. Ante esta equiparación, cabe regresar al espacio secreto del deseo de saber. Lo que define a este no
estar, es precisamente un límite desde el cual se intenta atisbar lo que no lo
tiene.
El
deseo de saber por lo tanto, es un punto de inicio, silente y puro, del cual no
se puede saber nada, pero que nos permite acercarnos cognoscitivamente a las
cosas que nos rodean como si fueran un todo (esto es, como si fueran
esencialmente distintas a aquel espacio indescriptible desde donde se conoce).
Ante
esta perspectiva, tal vez convendría aproximarnos más al deseo de saber, no
tanto como "saber" y si un poco más como deseo. Este desplazamiento
nos arroja de lleno a lo humano, es decir, al ámbito de quien se sabe carecedor
de algo y con alguna posibilidad de alcanzarlo. El espacio enigmático del que
hemos partido, en nuestra toma de distancia, para fines cognoscitivos, tiene así
una expresión más comprensible en lo humano: como el cielo descubriéndose en un
estanque, pero solo en una humana
mirada deseosa de contemplar, de saberse más.
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