La
figura del monstruo, a lo largo de los siglos, ha exhibido diferentes facetas
en el imaginario cultural de las sociedades. Por ejemplo, una de las formas más
frecuentes de hallarlo en el arte y las tradiciones orales, es como el guardián
de un tesoro (como el que nos garantiza la vida eterna). El monstruo, como
centinela, es una figuración de las tribulaciones a superar, de los problemas a
vencer, para después acceder a ese tesoro de vida, material e incluso
espiritual.
El
monstruo aparece, en esta vertiente, para motivar el esfuerzo, el dominio de
las pasiones y los instintos, las actitudes heroicas. Es por eso que se hace
presente en muchos rituales atávicos. Es preciso derrotar al dragón, la
serpiente, las plantas con espinas y toda clase de seres atemorizantes,
incluyendo el ser propio, para acceder a esos bienes tan deseados.
Centinela de lo sagrado
En el
campo de la arqueología, no es extraño encontrar a los monstruos montando
guardia en los umbrales de antiguos palacios, tumbas monumentales o secretos
templos. En varios casos es posible advertir que, en el fondo, el monstruo no
es más que la imagen de una faceta del “yo”, la cual es necesario superar como
condición para el desarrollo de un “yo” superior. Tal confrontación es
simbolizada con frecuencia, en el imaginario arcaico, por la lucha entre el águila
y la serpiente.
Pero
además, en su presentación de guardián del tesoro, el monstruo también refiere
a lo sagrado. No es desacertado pensar que, donde está el monstruo, está el
tesoro. Pocos son los sitios sagrados que no posean en sus umbrales, aterradores
monstruos apostados: grifo, boa, tigre, naja, dragón, etc. Cabe recordar al
mitológico árbol de la vida, siempre custodiado por feroces grifos; las
manzanas de oro de las Hespérides, con la permanente vigilancia de un gran
dragón, o la cratera de Dionisos, cuidada por numerosas serpientes.
Todas
estas vías de riqueza, salvación del alma u obtención de la inmortalidad, están
protegidas y preservadas. Es imposible hacerse con ellas, si no es a través de
una acción heroica. Una vez que se ha matado al monstruo, ya se trate de una
entidad exterior o una parte oscura de nuestra interioridad, queda por fin
libre el paso a ese anhelado tesoro.
Hacedor de otredades
Otra
importante faceta con la cual se ha manifestado el monstruo, en la dinámica
arquetípica de los pueblos, es en los ritos de pasaje. El monstruo devora a los
hombres viejos para que nazcan los hombres nuevos. El ámbito que oculta y al
cual nos permite acceder, no es la realidad material de los tesoros y las
riquezas, sino el espacio interior del espíritu y sus misterios, al cual solo
se ingresa por medio de una transformación interna. Por este motivo aparecen en
todas las civilizaciones, representaciones de bestias voraces, capaces de
tragarlo todo, psicopompos y andrófagos, referentes de un deseo de
transformación. Este simbolismo del
monstruo, podría explicarse en mucho con la noción de “Muera del hombre viejo,
viva el hombre nuevo”.
Pero en
ocasiones, ser devorado por el monstruo implica un no retorno: es el ingreso de
los condenados al infierno, para ser mordidos y torturados por las fauces de
pavorosos monstruos o de salvajes engendros.
Dándole forma a lo desconocido
Las
formas que ha tomado lo monstruoso a través de la historia, han sido
innumerables, de acuerdo a los registros arqueológicos, artísticos, históricos
y culturales. Pueden hallarse monstruos con cuerpo humano o cuerpo animal pero
en una actitud totalmente humana, o bien, con solo algunos rasgos animales. A
esta categoría pertenecen los ángeles, demonios, minotauros y sátiros, e incluso
muchos hombres-animal particulares del Antiguo Oriente o las antiguas deidades
egipcias.
Pero
también tenemos los monstruos de cuerpo animal y conducta plenamente salvaje,
pero con cabeza, busto, rostro humano, o cualquier otro rasgo particular de los
seres humanos. En este caso mencionaremos a la esfinge, la sirena o el
centauro. En Asia Meridional y los pueblos del Antiguo Oriente, esta categoría
se ejemplifica muy bien con seres como Naga y Kinnara, que poseen cuerpos de
ofidio y ave con busto y cabeza humana.
No
menos formidables son los monstruos que tienen cabeza, cuerpo y extremidades de
animales diferentes, en combinación. Como ejemplo de esta categoría,
mencionaremos al pegaso, el grifo y el dragón. Una buena parte de estos seres,
suele interpretarse como existentes en la naturaleza, pero surgidos de errores
de observación en sus espacios naturales. Tal sería el caso del unicornio con
el rinoceronte, o la sirena con el manatí.
Por
último, deseamos mencionar la categoría que incluye seres mixtos con
combinaciones variadas, pero con un aumento o reducción exagerada de sus rasgos
físicos, de sus miembros y extremidades.
Ese sería el caso del cíclope; el monstruo de una sola pierna; el que no tiene
boca, o el de las orejas largas. También podrían ingresar en esta categoría,
los grillos con rostros en el vientre de las leyendas de Asia Oriental, o los
monstruos que se imaginaban en los periodos más oscuros de la Edad Media (acaso
surgidos de los temores por grandes epidemias).
El trasfondo y sus figuras
En
resumen, las distintas tradiciones y referencias culturales, nos permiten
interpretar a los monstruos como símbolos de las fuerzas cósmicas en estados
próximos a lo caótico, es decir, como si fueran potencias no formales. Desde un
enfoque psicológico, aluden a las potencias inferiores que se ubican en los
estratos más profundos de la conciencia, desde donde pueden ser reactivadas-
como en un volcán en erupción- por una acción terrible y precisamente
“monstruosa”.
Algunos
estudiosos los consideran como simbolizaciones de una función psíquica
trastornada, exaltaciones afectivas de los deseos, o más sencillamente,
intenciones impuras.
Por
ello, no es raro que tengan una estrecha vinculación con lo ético: son los
adversarios por antonomasia del “héroe” y de las “armas” (visualizadas como positivas
potencias, obsequiadas a los humanos por la divinidad). Es por eso que, las
armas son, en cierto sentido, lo contrario de los monstruos: objetos o fuerzas
de la naturaleza acondicionadas para lo humano, sometidas y orientadas al orden
y lo civilizador. La simbólica lucha contra el “monstruo” ha sido entonces, en
mucho, el fundamento mismo de la historia humana desde una perspectiva social.
Bibliografía
consultada
Chevalier,
Jean y Gheerbrant. Diccionario de Símbolos.
Ed Herder. 2009
Cirlot,
Juan Eduardo. Diccionario de Símbolos.
Ed. Siruela. 2010
Mode,
Heinz. Animales fabulosos y demonios.
FCE. 2010.
Varios
Autores. Atlas Mundial de Filosofía.
Ed. Océano. 2005.
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