Gabriel Marcel, escritor y filósofo francés, parte de una distinción precisa, para ingresar en los ámbitos profundos de su reflexión. De acuerdo a este autor, hay una diferencia capital entre problema y misterio. El primero es una interrogante que se presenta delante de un sujeto, desde una perspectiva meramente fáctica, y por lo consiguiente, cuenta con la posibilidad de ser resuelta sin que el sujeto tenga que ver en ello. Los humanos, ante ciertos acontecimientos, no son más que impotentes contempladores y solo pueden atestiguar el modo en el que los eventos se ven alterados por influencias ajenas. Incluso, es posible que el verdadero cometido de la vida sea solamente prestar atención del fenecimiento del mundo y no hacer lo posible por demorar el indefectible paso de la muerte.
Pero a diferencia del problema, que principalmente se relaciona con los discursos y perspectivas de las ciencias; el misterio se puede concebir en una vivencia más honda y no necesariamente ha de carecer de solución, ni de recaer esta misma en lo trascendente. Además, en el ámbito del misterio, el sujeto mismo se encuentra implicado: ya no es un simple espectador, como en el problema. De acuerdo a lo anterior, podemos pensar que en cada enigma hay un llamado, una invitación a dejar algo de sí, al develar cierto secreto, a cambio de exponer un tanto de lo indecible a la luz. Acaso frente a todo misterio una parte de nosotros se queda para siempre en las sombras, con el propósito de que un conocimiento perenne nunca deje de iluminar añoranzas de aurora en el hombre.
A juicio de Marcel, la equivocación más rotunda por parte de las metafísicas es querer aproximarse a los misterios como si fuesen problemas. Más recomendable es acercarse a los misterios del mundo con una actitud de recogimiento, a partir de una reflexión que parte de los propios registros del ser que anidan en el corazón del sujeto. Un ejemplo muy claro de esta postura comentada por Marcel, quizá, pudiéramos hallarla en el arte del pintor barroco Pietro da Cortona, en especial en su esplendoroso fresco, titulado “Alegoría de la Divina Providencia”. En este trabajo, lo que trató de hacer Da Cortona, fue abrir una vía en el firmamento para contemplar a plenitud a las potestades celestes. Su eficiente técnica ilusionista y la visionaria profusión en los detalles, nos hacen compartir un panorama de transrealidad, en el que las fuerzas del Cielo se manifiestan en una dinámica divina.
Pero por medio de la distinción entre problema y misterio de Gabriel Marcel y por obra del elevado arte de Pietro da Cortona, el contemplador que se aproxime a esta obra pictórica, con el recogimiento, con la sabiduría respetuosa necesaria, logrará dar un vuelco y sentir en el alma que ya no mira lo más alto del ser, sino que presta su contemplación a la propia Divinidad, la cual, desde un sitial más alto, nos hace disfrutar de la aglomeración venerante se sus criaturas celestes. La obra de Pietro da Cortona nos expresa que, los problemas del mundo se resuelven entre todos, pero los misterios se vivencian con lo sagrado, en una íntima participación.
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